Confusa libertad, peligrosa igualdad

Una de las noticias de actualidad política más comentadas en este peculiar mes de agosto de 2020 ha sido el cese de la portavoz del Partido Popular en el Congreso de los Diputados, Cayetana Álvarez de Toledo. Esto tuvo lugar el pasado lunes y obedecía a una «estrategia» de Pablo Casado basada en la «consolidación del centrismo».

Ciertamente, con y sin esta señora, ya podíamos considerar al principal partido de la oposición parlamentaria como una formación de izquierdas en cierta medida. No obstante, la buena oratoria de esta señora y su contundencia dialéctico-verbal contra el comunismo y el nacionalismo periférico causaban satisfacción a buena parte de la derecha.

Ahora bien, no es el motivo de este ensayo volver a incidir en el empeño de los Trzaskowski de Madrid por causar agrado a La Secta, El País y otros medios del mainstream izquierdista. Lo que se pretende, más bien, es analizar el trasfondo del eslogan «libres e iguales», pregonado con frecuencia por Álvarez de Toledo.

El relativismo no era ajeno al ideario cayetanil

Cierto es que Álvarez de Toledo podría defender un mínimo de libertad económica. También hablaba de libertad en general, pero su noción no se limitaba a la reivindicación de la ausencia de coacción (combinada con el deber de obrar libremente para la consecución del Bien y de la Verdad).

Para comenzar, no ha habido condenas absolutas de la cultura de la muerte, sino posturas favorables al aborto y la eutanasia. De hecho, estaba dispuesta a votar a favor del proyecto de legalización de la última práctica, impulsada por el PSOE. Así pues, para ella, la libertad implicaba poder cuestionar la dignidad humana de cada persona y su derecho a la vida (natural e inalienable).

Tampoco le molestaba en su fondo la ideología de género (aunque hiciese una crítica a aquellas feministas más escoradas hacia posturas político-económicas más marxistas y comunistas). De hecho, hace unos años daba a entender que uno podía elegir su sexo así como su orientación sexual del mismo modo que podría optar por adherirse o no a un determinado equipo de fútbol.

Incluso cabe destacar que no debía de hacerle mucha gracia la esencia católica que es intrínseca a la tradición hispana. A la hora de hacer críticas hacia el ex líder de Ciudadanos, Albert Rivera, por ser favorable a la profanación del cadáver de Francisco Franco, llegaba a caer en el típico término izquierdista del «nacionalcatolicismo», sugiriendo una crítica hacia «la influencia de la fe«.

El igualitarismo no tiene nada que ver con la legítima igualdad

Cuando alguien (por ejemplo, quien escribe estas líneas) pretende encontrar algún sentido de legitimidad a la igualdad, lo hace teniendo en cuenta que todos somos hermanos e hijos de Dios, creados a imagen y semejanza suya, con la misma categoría de dignidad humana y moral (sin hacer ninguna otra clase de distinción).

No obstante, hay quienes procuran una igualdad forzosa, en consonancia con las primeras fases del proceso revolucionario. Puede ser económica o política, pero en ambos casos no deja de considerarse, más bien, como algo relacionado con el igualitarismo, un criterio ideológico que pretende anular todas esas diferencias naturales y espontáneas que pueden existir.

Y ojo, que nada tiene que ver esto con la igualdad de trato grosso modo. Lo que reivindica Cayetana es una plena uniformidad administrativa y centralista en el territorio español, cortada por el mismo patrón que la que en su día practicaron los artífices de la Revolución Francesa, con la uniformidad lingüístico-territorial y la supresión de «diferencias políticas».

Pero la igualdad de trato es más bien equidad en dignidad. No debe de haber, por ende, una incompatibilidad con los fueros, a entender no solo como unidades de descentralización territorial, sino como elementos de la soberanía social que garantizaban la autonomía de entornos como el eclesiástico, el militar y el universitario (con sus propias leyes y sistemas de jurisdicción).

El afrancesamiento es una raíz de nuestros problemas

Como dijera Erik Von Kuehnelt-Leddihn, un destacado crítico del igualitarismo político, la Revolución Francesa ha sido la madre de todos nuestros males políticos e ideológicos actuales. Por eso mismo, no conviene caer en sus trampas dialécticas y conceptuales, que es lo que supondría el fondo del discurso cayetanil.

Por lo tanto, por muy conveniente que pudiera ser que Álvarez de Toledo «poniendo en sus trece» a Pablo Iglesias, el Ceauçescu de Galapagar, hemos de desconfiar del criterio ideológico afrancesado. Nuestra reivindicación de libertad, tanto personal como económica, no incompatible con las tesis austrolibertarias, es la misma que se aprueba para la reivindicación del Reinado de Cristo.

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CLAVES EN OPINIÓN

2 respuestas

  1. ¿Y cree Vd., Sr. García Carmona, que Pablo Casado se la ha cargado por no respetar alguno de los argumentos conceptuales que Vd. apunta?.
    ¿No ha sido ese cese una prueba palpable de que la mediocridad impera en la política en general y en cada partido político en particular?.
    Puesto que los partidos políticos se han convertido en auténticas agencias de colocación para sus gentes ¿No están invitándonos a quedarnos en casa cuando convoquen elecciones?.
    ¿Ve Vd. alguna forma de darle la vuelta a esa catastrófica deriva que ha adoptado la política española?.
    ¿No cree Vd. que hemos dejado demasiadas cosas importantes en manos de los políticos?

  2. Sobre que Cayetana «estaba dispuesta a votar a favor del proyecto de legalización de la última práctica, impulsada por el PSOE», supongo que Vd. tendrá esa certeza porque ella se lo habrá dicho, ya que lo que ha manifestado públicamente es que ella había pedido a su partido libertad para votar en conciencia los asuntos de carácter moral.

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