Cierra al salir, pero escucha todo también

Este pasado viernes 23 de abril, Día del Libro y de San Jorge, las dependencias de la Cadena SER (Grupo PRISA) en Madrid albergaron un debate electoral con motivo de los comicios electorales del próximo 4 de mayo en la Comunidad de Madrid.

Este debate radiofónico estuvo moderado por la periodista-activista Ángels Barceló y contó con la participación de los candidatos presidenciables del PSOE (Ángel Gabilondo), PODEMOS (Pablo Iglesias), Más Madrid (Mónica García) y VOX (Rocío Monasterio).

De todos modos, el interés que, para esta columna, suscita ese debate trasciende el mero intercambio de propuestas y comentarios entre los distintos asistentes. Durante el mismo, se dio una de esas escenas a las que típicamente no nos tenía acostumbrados todo eso a lo que «la derecha puede votar».

Lo que ocurrió fue que el candidato de PODEMOS, hasta hace poco poseedor del título coloquial de «vicepandemias» del Gobierno de España, enfadado con Rocío Monasterio, dio la espantada, por cuanto no consiguió que la candidata conservadora se rebajase y desdijese.

Desconfiar de algo no implica banalizarlo o no condenarlo

Cuando se habló acerca de la «misteriosa» carta con balas que se recibió en el Ministerio del Interior, cuyas dependencias están en el distrito capitalino de Chamberí y con destinatario a nombre de Pablo Iglesias, empezó el «rifirrafe» con Rocío Monasterio.

La candidata de VOX dijo condenar toda acción violenta, con independencia de quien fuese el afectado. Ahora bien, puntualizó que PODEMOS no condenó las agresiones y pedradas que sufrieron en Vallecas y que la credibilidad de Pablo Iglesias no estaba en sus mejores momentos.

Entonces, Iglesias, disgustado ante esta reprimenda, se dispuso a abandonar el debate si Monasterio no se retractaba. Pero esta, más bien, le imploró a largarse y a interponer una denuncia ante las autoridades policiales por esa presunta amenaza.

¿Por qué VOX se atrevió a aseverar cierta desconfianza?

Aquí no importa el mensajero, sino el mensaje con su trasfondo de hechos. Nadie está banalizando nada. Simplemente hay quienes reconocen que la izquierda española no ha sido menos escéptica hacia las estrategias de «falsa bandera».

Recientemente, hubo un ataque vandálico en la sede de PODEMOS en Catagena, con un curso muy sospechoso. Hay ciertas incongruencias en detalles como el hecho de que las cortinas estuviesen cerradas o que en realidad las pintadas no se hiciesen sobre una pared, sino sobre una luna de cristal.

A su vez, la Brigada de Información de la Policía Nacional baraja tres hipotésis, de las cuales, una apunta a que podría tratarse de un «autoatentado«. De todos modos, solo podemos aseverar que hay nerviosismo ante la relevancia socio-política que allá está adquiriendo VOX.

Es más, por otro lado, parece que no soy el único al que no le cuadra que el Ministerio del Interior no utilizase un detector de metales y explosivos para este envío postal, aparte de que Iglesias no tiene ninguna responsabilidad de ejercicio en ese edificio.

Sindicatos policiales varios piden una auditoría para esclarecer cómo pudo ser posible que, en Correos, se esquivasen los controles de seguridad. Mientras, la asociación Policía Siglo XXI no entiende por qué estaría entorpeciendo Pablo Iglesias la investigación.

Una compleja estrategia de intimidación con sus precedentes

Insisto en que, el «fenómeno VOX», con sus errores y sus aciertos, tiene el mérito de haber abierto debates que otrora eran tabú dados los dictados de guión «progre» y el constante entreguismo de otros, bastante «acobardados».

Por eso mismo, desde el posibilismo electoral, la actitud práctica y la idea de corto plazo (con carácter estratégico), celebraré cada éxito electoral relativo o absoluto que puedan tener (al margen de que mi confianza en el estatalismo como sistema sea nula).

De hecho, es un mérito que VOX se mantenga con relevancia, siendo cierto que su boom inicial no se debió a un resurgir moral conservador/tradicional, sino a la preocupación ante la crisis causada por el nacional-catalanismo en Cataluña, que amenaza las libertades y la convivencia.

Aunque el caso es que la progresía se desespera completamente, como ocurre, en su medida, con Viktor OrbánDonald TrumpJair Bolsonaro. De hecho, si ya les molestaba a los «rojos» la mera permanencia del PP en el poder, cómo no si este ve condicionada su gobernabilidad a revertir la «agenda progre».

Salvo que el Trzaskowski de Génova (Pablo Casado) y su compañero Teodoro lo impidan a fuerza bruta, VOX podría y debería ostentar aquellas consejerías autonómicas no limitadas a la mera «gestión económica».

Lo importante es poner fin al totalitarismo de género, al secularismo, al rollo eco-socialista, al estatismo covidiano secuestrador, a la cultura de la muerte, al entreguismo globalista y al multiculturalismo confictivo e invasor.

De todos modos, recuerden que ya de por sí soñaban algunos el año pasado con aprovechar el virus chino para reeditar un «Pásalo» contra Isabel Día Ayuso y que, en 2004, el PSOE estuvo dispuesto, 3 días antes de unos comicios que iba a perder, a hacer lo peor para evitar una nueva victoria del PP.

No es nuestro problema que cierta prensa no quiera cubrir lo que se sale del guión

Volviendo al «rifirrafe» de la SER, lo que sí es cierto es que los medios del establishment no están acostumbrados (tampoco dispuestos) a que se cuestione demasiado lo que procuran que se imponga como «verdad oficial». Ellos prefieren más que en Génova haya complacencia ante Ferreras y Cebrián.

Al mismo tiempo, los servicios informativos del Grupo Prisa no dejan de ser servicios que incurren en el agit-prop para beneficio de la causa izquierdista en general. Por tanto, no es errático llamar a Ángels Barceló «activista», porque así se comportó.

Es más, cabe apuntar que la posterior espantá de Gabilondo y de Mónica no fue, en verdad, un acto moral. Simplemente es un teatro para ir escenificando y llevando a la práctica el cordón sanitario contra la formación de Monasterio y Abascal.

La idea de «no debatir» con VOX no es nada contra «el odio y la intolerancia» (algo que ellos, los de izquierdas, han profesado a lo largo de su historia), sino una estrategia deliberada para condenarlos a la irrelevancia y evitar que sus mentiras se pongan en entredicho.

Con lo cual, ya sea desde el ámbito social o desde el político-partitocrático, lo que hay que hacer es no doblegarse ante estas bruscas y maliciosas intimidaciones de las hordas revolucionarias. Hagamos lo que corresponde para defender el orden natural así como el bien, la belleza y la Verdad.

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