Cada coche eléctrico costará a los contribuyentes 8.428 euros

Hasta hace apenas un par de años, el futuro eran los biocombustibles. La idea de llenar los depósitos de los coches con comida, sin embargo, coincidió con un espectacular repunte del precio de los alimentos, especialmente acusado en los países del Tercer Mundo. Un estudio de la Universidad de Leeds, en el Reino Unido, señaló que para conseguir que el 10% del combustible consumido fuera ecológico, sería necesario dedicar el 38% de la tierra de cultivo en Europa a la producción de combustible. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) instó en 2007 al abandono de la política de subvenciones a los biocombustibles, considerando que dicha política “ha desempeñado un importante papel en su atractivo financiero y en su producción” a pesar de que “los biocombustibles no son competitivos con el precio del petróleo a 70 dólares el barril sin el apoyo masivo de los gobiernos”. Este mismo organismo estimó que el consumo de un 10% de biocarburantes repercutiría en una subida del 50% en los alimentos.

En este momento, sin embargo, el biocombustible ya no es tendencia en el mundo desarrollado. Lo que se lleva ahora las subvenciones es el coche eléctrico. Un nuevo plan del gobierno socialista para impulsar el coche eléctrico contará con un presupuesto de 590 millones de euros. La aplicación del plan, según sus propias previsiones, supondrá la puesta en circulación de 70.000 vehículos hasta el año 2012. Cada coche eléctrico en circulación, por tanto, costaría a cada contribuyente algo más de 8.400 euros. Rodríguez Zapatero aseguró durante la presentación del plan que “proyectos como éste generan confianza y promueven la innovación en un país que tiene capacidad suficiente para competir en el mundo y volver a la senda de la recuperación económica que todos deseamos”.

Tanto los biocombustibles, como las energías renovables, como el coche eléctrico, comparten sin embargo una característica común: ninguno de ellos sería competitivo a precio de mercado. Nacen, crecen y se desarrollan, por tanto, en un mercado intervenido y subvencionado, generando una industria que prospera sólo y exclusivamente bajo la respiración asistida del dinero del estado.

Al margen del mencionado asunto del encarecimiento de los alimentos en relación con los biocombustibles, existe además un debate respecto al propio balance energético de la introducción de algunas de estas tecnologías. En este sentido, no todos los expertos –incluso los contratados por Greenpeace– tienen claro que se produjera un ahorro neto, ni un descenso de la contaminación ambiental, en el proceso de generación (en buena medida con petróleo y carbón) de toda la energía necesaria para movilizar un parque totalmente compuesto por coches eléctricos.

A fin de cuentas, piensan muchos, es posible que exista una razón para que todavía no exista un iCar en el libre mercado. En el momento en que los coches eléctricos sean competitivos, sin duda serán comprados sin que haga falta subvencionarlos. A fin de cuentas, los compradores saben mejor el coche que necesitan que los políticos. Si el coche eléctrico se conviertiera en un fracaso, siempre resultaría consolador para los contribuyentes que fuera un fracaso a cuenta del dinero de los tan denostados empresarios. Los cuales, precisamente por poner en juego su propio dinero y no el del contribuyente, también suelen acreditar un rigor, un olfato y un acierto para los negocios del que habitualmente carecen los políticos hiperactivos.