Todos estamos preocupados, con razón, respecto a la llegada de este nuevo gobierno en el que cada pieza del motor hace buena a la de al lado. O sea, una pieza te parece insuperablemente mala sólo hasta que miras la pieza de al lado. Lo terrorífico, no obstante, es contemplar junto todo el berenjenal.
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Desde luego no hay forma de suavizar la situación. No sería fácil encontrar entre los miembros de gobiernos de países serios a personas que reconocen emocionarse cuando le pegan a un policía, que lamentan la caída del Muro de Berlín, que se felicitan por la dictadura cubana o que consideran a Hugo Chávez como un referente político. Tenemos por otro lado a partidos cuyos líderes están en la cárcel o huidos por un delito de sedición, pero que además no reprueban la actuación de sus líderes sino que la reivindican. Y tenemos por fin, frente al blanqueamiento socialista, a los diputados de Bildu presumiendo de que “Ni nos vencieron, ni nos domesticaron«. Los hechos efectivamente no desmienten demasiado ninguna de las dos afirmaciones, desde luego no la segunda.
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En momentos como estos mucha se gente se pregunta si un país tiene el gobierno que se merece. En todo caso, no suelen durar mucho tiempo los desfases entre el gobierno que tiene un país y aquello en que se acaba convirtiendo un país. El caso de Venezuela tras poner al frente del país a un conductor de autobús resulta notable. O sea, no existen países prósperos con gobiernos bananeros, ni países bananeros con gobiernos serios. Al final no pasa mucho tiempo sin que un país con un gobierno bananero se convierta en un país bananero. Respecto al actual gobierno de España y sus socios resultaría elogioso decir que sólo son bananeros. Un tipo que hace poco se dedicaba a boicotear las conferencias de todo aquel que no pensaba como él para impedir la libertad de expresión en la universidad pública, que es un nostálgico de la URSS, o que deseaba azotar a una periodista hasta que sangrara, es el vicepresidente primero del gobierno. Su mujer, por haber trabajado unos meses vendiendo frigoríficos en el Saturn, es una de las ministras del futuro gobierno con más experiencia laboral en el sector privado. Para que un país estuviera al nivel del gobierno que se está perfilando en España tendría que bajar muchos peldaños, pero al final siempre se produce el equilibrio. Venezuela ya es el tipo de país que se corresponde a un presidente que sólo sabe conducir un autobús. Que por cierto esto no es clasismo, sino coherencia. ¿No nos dicen que la educación y la formación es fundamental? Pues que no designen después a personas sin experiencia y sin formación, que son meros teóricos de barra de bar de una facultad de segunda, para dirigir el país.
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Dicho todo lo cual, un país no se comporta como una canoa sino como un transatlántico. Esto significa que un país ni arranca de golpe ni se frena de golpe. Por su enorme inercia, un transatlántico sigue avanzando mucho tiempo después de que se para el motor. Es por ello que bajar las expectativas catastróficas pueda resultar prudente para adecuar el discurso a la realidad. Si se exageran las expectativas catastróficas, se le concede al gobierno la ventaja hasta de poder presumir de haberlo hecho sólo mal en vez de catastróficamente. Por no mencionar que un país no se vacía por el sumidero de un día para otro, sino después de muchas decisiones catastróficas sostenidas en el tiempo. Durante muchos años, hasta Venezuela pudo vivir en el espejismo de que todo iba bien. Pasará un tiempo antes de que las cosas se pongan realmente feas y hasta entonces los nuevos gobernantes podrán presumir de que aún no han roto el país. Consiguientemente no se puede suavizar el diagnóstico sobre el peligro para la unidad, la convivencia, la prosperidad y la libertad que encierra este nuevo gobierno, pero al mismo tiempo hay que explicar que España no se va a desmoronar a las 24 horas de que este gobierno tome posesión. En realidad es una buena noticia porque pasadas las 24 primeras horas de este gobierno y seguramente muchas más aún estaremos a tiempo de ver cómo se acerca el precipicio y dar un golpe de timón. La mala noticia es que las cosas tampoco se arreglarán a las 24 horas de haber enderezado el timón.
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