Astra Zeneca y el mito de la unidad

Astra Zeneca es la viva prueba de lo mal que las autoridades político-sanitarias, españolas y europeas, están gestionando la pandemia. Hace sólo unas semanas Astra Zeneca, después de que los sesudos expertos analizaran todos los datos disponibles, era la vacuna que había que administrar a los menores de 65 años. Está en la hemeroteca, cualquiera puede buscarlo. Pues bien, ahora las autoridades político-sanitarias dan una nueva voltereta y resulta que a los que hay que administrar la vacuna de Astra Zeneca es a los mayores de 60 años. Se suspende radicalmente la vacunación de los menores de 60 al punto que, a los que ya han recibido la primera dosis, se estudia administrarles la segunda con otra vacuna.

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Todo esto se suma a las previas volteretas discursivas de las autoridades político-sanitarias respecto a la mascarilla, que por arte de birlibirloque pasó de desaconsejable a obligatoria hasta para estar en el monte. Claro que en una nueva pirueta van a quitar la prohibición en el monte. La OMS se pasó meses repitiendo una y otra vez que el coronavirus no se transmitía por aerosoles, y todos los gobiernos repitiendo como loritos lo que decía la OMS. No hay una sola burocracia transnacional ni institución pública en toda esta pandemia que haya estado a la altura de la situación. Y por supuesto, aunque esto ha costado cientos de miles de muertos, nadie asume ninguna responsabilidad, nadie reconoce ningún error, nadie dimite, nadie pide perdón.

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El asunto de las vacunas es el último episodio de la incompetencia global. EEUU, sin sanidad pública, vacuna a mucha más velocidad, como Gran Bretaña sin la UE. Los que nos destruyen son los que nos iban a salvar. Lo que iba a demostrar la superioridad de nuestra burocracia ha demostrado su inutilidad. Al parecer el criterio para seguir administrando una vacuna no es que sea peor que otras vacunas, sino que sea mejor que el virus. Mientras una vacuna mate una sóla persona menos que el coronavirus, en teoría parece que no habría que interrumpir su administración.

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En medio de toda esta polémica no comparece Chivite para pedir perdón, para reconocer que ha vuelto a meter la pata y para asumir su inutilidad; es más, su perjudicialidad. Decir del Gobierno de Navarra a estas alturas que sólo ha sido inútil sería mucho mejor que la realidad. Para lo que comparece Chivite es para acusar a Madrid de insensata y desleal. Desleal por intentar buscar vacunas por su cuenta en vez de quedarse a ser infectados con los demás por la inutilidad gubernamental. Insensata por estudiar la compra de una vacuna todavía no aprobada por la Agencia Europea del Medicamento.

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La hemeroteca, sin embargo, vuelve a mostrar que España comenzó a comprar vacunas tarde, pero antes de que la AEM diera su aprobación sobre ellas. Lo cual no sólo no es insensato sino que tiene toda la lógica del mundo. Había que tener compradas, producidas y almacenadas las vacunas antes de su aprobación, para no tener que esperar meses desde la aprobación para comprarlas, producirlas, distribuirlas y llevarlas hasta los puntos de vacunación. Todo eso había que hacerlo antes. El tiempo es vida. También es dinero. El único riesgo era comprar vacunas que después no fueran aprobadas, pero la pérdida económica por eso era mucho menor que la de no tener vacunas o tener que esperar meses y meses con la economía estrangulada hasta tenerlas. Lo que dice Chivite, una vez más, no tiene ni pies ni cabeza.

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La pregunta, de hecho, es qué pasaría si mañana Chivite recibiera una llamada de Pfizer ofreciéndole 1,2 millones de vacunas. ¿Debería rechazar la oferta si no se la hacen también a Baviera? ¿Debería tomar la iniciativa Pedro Sánchez y llamar a Pfizer para gestionar una compra particular con España y después pedirle perdón a Francia o Bélgica? ¿O serían Francia y Bélgica las que a estas alturas tendrían que pedirnos perdón a nosotros?

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Todo lo anterior nos lleva una vez más a la idea y la conveniencia de la unidad. Tenemos que hacer todo todos juntos. Tenemos que hacer todos lo mismo. Que nadie tome decisiones por sí mismo. No es importante que rememos hacia el abismo siempre que rememos todos a la vez. Que nadie piense fuera de la mente colmena del grupo. ¿Pero cuál es realmente la ventaja de esto?

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La única ventaja evidente de la unidad es que sirve para tapar la inutilidad. Si todo el mundo hace todo igual, es imposible ver si haciendo otra cosa el resultado podría ser mejor. Es imposible ver si el gobierno de al lado haciendo otra cosa gestiona mejor. No hay un elemento de comparación para ver si otra política da peor o mejor resultado. No se puede mejorar copiando al que las cosas le salen mejor. Si lo hacemos todo todos juntos será imposible saber si lo estamos haciendo de la peor manera posible porque nunca sabremos cómo hubieran salido las cosas con una gestión alternativa. Por eso nuestros gobernantes bienamados han decidido que es más importante equivocarse juntos que acertar. Por eso han seguido ciegamente discursos que no tenían sentido común. Han dicho una cosa y después la contraria pero todos a la vez, para que nadie pudiera acusar de torpeza a los demás. Si por casualidad se hubiera escogido la mejor línea de acción y todo el mundo la hubiera seguido de manera conjunta hubiera sido maravilloso, pero en primer lugar era muy improbable tomar la mejor línea de acción siempre y en todo sin cometer nunca ningún error, y en segundo lugar, con toda la colección de inútiles que nos gobiernan a escala nacional y global, resultaba ridículo esperar que no eligieran casi siempre lo peor o lo anterior a lo peor.

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