¿Se encuentra la Real Academia de la Lengua Española en la raíz de las dificultades que a veces tenemos los hispanohablantes para entendernos? Podría pensarse que sí. Acudir al diccionario de la RAE puede servir en algunos casos para causar asombro. Quien más y quien menos se habrá sonreído alguna vez escuchando a algún ministro o portavoz del gobierno pronunciando palabros como “conceto”. Pues bien, se llevará una buena sorpresa si lo consulta en el diccionario. Y no será la última porque la RAE también incluye palabras como “asín”, “otubre”, “almóndiga”, “bluyín” o “ditado”.
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Como disculpa, la RAE etiqueta estos términos como desusados o vulgarismos. Se trataría de que alguien pudiera llegar a mejorar su vocabulario encontrando estas palabras en el diccionario junto a su correspondiente forma actual o no vulgar. El argumento resulta un tanto endeble porque entonces deberían incluirse sistemáticamente otros atentados contra el lenguaje como “tregiversar”, “fistro”, “afoto” o “fragoneta”. Los efectos secundarios pueden resultar particularmente atroces sobre los aficionados al “scrabble”, pero el «conceto» tan familiar que parece subyacer hasta en las páginas del Diccionario es que la raya que distingue lo que está bien de lo que está mal, y por tanto lo que exigible, es difusa y variable hasta en la ortografía: todo es lo mismo, todo es relativo. Eso sí, los del Informe PISA siguen empeñados en no querer entenderlo.
Un comentario
En un mundo normal la gente trataría de esforzarse para corregir sus errores, incluyendo las patadas contra el diccionario. Lo que hacemos aquí en vez de corregir nuestros errores es cambiar el diccionario. ¿Mensaje a la sociedad?: no te esfuerces, no rectifiques, no mejores. Y así en todo.