A estas horas aún resulta confuso qué es lo que sucedió ayer por la tarde en Wall Street para que las bolsas se desplomaran hasta un 9% en cuestión de minutos. Una de las explicaciones es la de que un operador introdujo por error en una orden de venta una “b” de billones en vez una “m” de millones. Al ser detectado un movimiento de esta magnitud, se habría producido la instantánea reacción en cadena de toda una serie de sistemas informáticos que automáticamente emitieron órdenes de venta tratando de escapar al desplome bursátil que al mismo tiempo estaban provocando. Por alguna extraña razón, el pensamiento de que la estabilidad de los mercados mundiales depende de que un humilde operador en alguna parte del mundo no se equivoque de tecla está actuando ahora mismo como una idea tranquilizadora. La alternativa sería pensar que el pánico fue fruto de un diagnóstico.
Casi nadie se hace preguntas cuando sube el mercado.
Otra de las ideas-fuerza de los últimos días es la de una actuación concertada por parte de especuladores y conspiradores en contra de la deuda española. Naturalmente nadie se acuerda de los conspiradores ni les atribuye los méritos cuando van bien las cosas. Ningún gobernante de ningún país comparece jamás ante la prensa denunciando una conspiración especulativa para mantener artificialmente elevada la calificación de su deuda. Es de sospechar, sin embargo, que cuando los mercados son alcistas los especuladores también trabajan. Otra línea de pensamiento que avala el recurso a la conspiración es la idea de que no es que las cosas estén tan mal como parece, sino que existe una conspiración para que lo parezca. Las responsabilidades por la situación, por tanto, se trasladan a una difusa camarilla de conspiradores no identificados aunque extraordinariamente malvados. A la par que los políticos se lavan las manos acerca de la situación real, prometen indignados medidas estrictas para protegernos de los malvados.
Conspiración, haberla, hayla.
O eso parece pensar en cierto modo William H. Gross, conocido gurú de PIMCO, la mayor gestora de bonos del mundo. Gross se descacharra literalmente en un análisis de este mismo mes de mayo respecto a la calificación de la deuda de España. Pero no es que se indigne ante la rebaja en la calificación por parte de una agencia, sino ante el hecho de que otro par de agencias aún la mantengan. Gross se burla de la rebaja de Standard & Poor’s exclamando: “¡Oooh, qué duros!”, recordando que España es un país con el 20% de paro, un déficit del 10%, cuyos bonos cotizan en niveles Baa, cuyo destino cada vez parece más dependiente de la amabilidad (e incluso el rescate) de la UE y el FMI, y que ha hecho default 13 veces en dos siglos. Desde este punto de vista, corroborado por las calificaciones de las agencias de rating sobre Lehman Brother´s, Fannie Mae o Freddie Mac (todas ellas triple A justo antes de su caída), sí que a fin de cuentas existiría una conspiración generalizada en relación a la calificación del riesgo de la deuda, pero para mantener las calificaciones -como en otros muchos casos- artificialmente altas.