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Al atardecer del primer día, el más importante de la historia, el día en que Cristo fue resucitado, estando toda la casa cerrada por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de los discípulos. Les saludó diciendo: La paz esté con vosotros. No era un saludo litúrgico sino psicológico porque estaban muy nerviosos. No sabían a qué atenerse entre tantos rumores. La paz con vosotros, repitió Jesús, soy yo. Dicho esto les mostró sus manos y su costado.
Para entrar en la dimensión del resucitado se necesita algo más que una aparición. Lo mismo que para abrir una caja fuerte se necesita una clave, así también se necesita una clave para entrar en el rango y en el secreto de la resurrección. Esa clave es la luz del Espíritu Santo. Los que estaban esa tarde allí la recibieron cuando Jesús les dijo: Recibid el Espíritu Santo. Con ello su alma se llenó de gozo y seguridad. Estaban allí todos los más importantes menos uno: Tomás, el apóstol.
Señor, qué alegría más grande la de los discípulos. El Espíritu les hizo entender tus palabras, de las que no habían hecho caso por falta de luz, de que resucitarías al tercer día. Hoy te pido por los que estamos nerviosos y sufrimos ante esta pandemia aunque parece que ya va pasando. Danos paz, tu paz. Danos la luz de tu gracia y la clave para que no nos venza este pequeño virus. Dales también a los científicos y a las autoridades el acierto para conjurar este peligro que tanto nos intranquiliza.