Leer artículo anterior
No es agradable, Señor, ayudar a un criminal o a un malvado. Tú arrastrabas esa apariencia, lo parecías. Por eso el Cirineo huía y no quería echarte una mano para llevar la cruz. Le obligaron los soldados pero lo hacía de mala gana. No sabía que era un elegido, no sabía que sólo para eso hubiera merecido la pena nacer. Cuántos millones de personas le han envidiado a lo largo de los siglos. Cómo me hubiera gustado a mí la suerte que tuvo ese hombre.
Hoy te presento a todos los que han cargado la cruz del coronavirus solos, hasta la muerte; a los que no han podido cuidar a sus enfermos y ni siquiera acercarse; a los familiares, los amigos; también a los sacerdotes que han querido acercarse a la cabecera de los moribundos y no se lo han permitido. Te presento a todos los que han querido hacerse solidarios y cirineos para los enfermos y les ha sido imposible. Te presento Señor a varios amigos míos muy íntimos que han fallecido en esta pandemia.