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Mateo, y los otros dos evangelistas sinópticos, nos hablan de la repercusión cósmica de la muerte y resurrección de Jesucristo. No fueron acontecimientos interiores, objetos de una fe intimista, lejos de la realidad humana. No. Jesús fue un ciudadano corriente, amado y envidiado, rechazado y vilipendiado hasta la muerte por sus ideas. Los que lo crucificaron fueron poderes fácticos, poderes políticos, sociales y religiosos.
El velo del templo se rasgó, las tinieblas cubrieron la tierra durante varias horas, hubo un terremoto que abrió grietas en las rocas. Resucitaron muertos que entraron en la ciudad después de la resurrección y se aparecieron a muchos. El centurión y los soldados al ver el terremoto se llenaron de miedo y dijeron: Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”. Había también allí muchas mujeres viendo de lejos el espectáculo (Mt 27, 51). Los guardias del sepulcro, atemorizados se pusieron a temblar y se quedaron como muertos.
Señor, la vida de los que creemos en ti es muy real como fue la tuya. Con tu resurrección quedó consumado el juicio de la historia. Definitivamente la resurrección dio a luz un mundo nuevo y a una tierra nueva porque lo viejo agotó su pecado al crucificarte a ti. Que esta pandemia que padecemos, fruto todavía del antiguo pecado, no nuble el destino y meta final de nuestra carrera. Tú has vencido a la muerte y su aguijón. Todo va a ser superado como parte de un mundo caduco y esa superación comienza ya aquí en medio de la intranquilidad. Que salgamos de todo con la fe mucho más despierta.