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Se lo había dicho muchas veces el Señor pero tal noticia no cabía en cerebro humano: Tengo que subir a Jerusalén, allí me harán sufrir y al fin me matarán pero al tercer día resucitaré (Mt 16, 21). Estas últimas palabras no impactan ni conmueven a la razón humana. El sufrimiento sí nos concierne pero la resurrección no forma parte de nuestro mundo. Por eso los discípulos, mujeres y varones, seguían a lo suyo. Las unas preparaban los aromas para ofrecerle el último obsequio al gran amigo muerto; los otros, los varones, asumieron el fracaso deseando volver de nuevo al norte, a su tierra de Galilea, y seguir con sus antiguos quehaceres.
Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas (Mt 26, 31). La semilla de la fe no había despuntado todavía pero estaba a punto de brotar. La fe viene de arriba. Eran buena gente, mas sin atisbo de sobrenaturalidad. Les faltaba la luz, por eso se comportaron como humanos. Sin embargo, estaban sin saberlo en el lado bueno de la historia. El Espíritu Santo les iba a reunir y se iban a asombrar al recibir la fe del destino maravilloso que les aguardaba.
Señor, yo te pido por todos los que en esta pandemia mueren sin fe o con muy poca. No dieron importancia a tu resurrección e incluso hasta pudieron reírse de ella. La cultura soberbia y atea del momento les ha jugado una mala pasada. Han estado a punto de entrar en el lado malo de la historia. Gracias por poder orar por ellos. Eres tú Señor, el que inspiras esta oración. Eres tú, el que, como en tu pasión, rogaste al Padre por los que te herían: Padre perdónalos porque no saben lo que hacen, porque no se enteraron de que tu resurrección iba para ellos”.