Leer artículo anterior
Comienzas, Señor, a subir la cuesta del Calvario. Me sale del alma la pena pero sobre todo el agradecimiento: Gracias por haber cargado con todos nuestros pesos. En esa cruz que te quebraba iban mis desganas, mis rencores, mi desamor y mi egoísmo, mis trampas y mentiras, mi mala voluntad. También mis heridas, complejos y timideces. No sólo los míos sino los del mundo entero. En ella iban también asumidos todos los terremotos, desgracias, guerras y cataclismos de la historia.
Señor, en este momento estamos sufriendo una dura pandemia. Un coronavirus está humillando a la humanidad entera. Vivíamos en un estado de bienestar que creíamos estable y permanente. Nos hemos dado cuenta de nuestra fragilidad, de que somos muy vulnerables, de que sin ti no somos nada. Yo, Señor, quiero que seas mi refugio y mi alcázar. Te alabo y te doy las gracias porque tú llevas la historia, mi historia, y porque tú eres el único que mereces toda nuestra confianza.