Entrevista para NC de Mikel Azurmendi, autor de «En el Requeté de Olite»

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Mikel Azurmendi, el protagonista de esta entrevista, es el autor del libro “En el requeté de Olite”, recién presentado en sociedad. Se trata de una novela histórica que describe los primeros meses de la Guerra Civil a través de un adolescente que huye de casa para enrolarse furtivamente, al amparo de un viejo requeté. El protagonista, sin embargo, poco a poco va tomando conciencia de la crueldad del conflicto. El relato se inspira en personajes concretos y hechos de la historia real, como en la entrevista se verá.

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Azurmendi, nacido en San Sebastián en 1942, fue miembro de ETA en los años 60, organización que abandonó antes de que se cometiera el primer asesinato reconocido, pasando de ser miembro de la banda a ser objetivo de ella. Proscrito por partida doble, el paso siguiente de Azurmendi fue el exilio y un recorrido vital que le llevó del nacionalismo y el marxismo al Foro de Ermua y Basta ya, de la que fue miembro fundador.

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Licenciado en Filosofía por la Universidad de la Sorbona y profesor de Antropología en la Universidad del País Vasco, Azurmendi ha escrito diversos libros como “Ensayo y error”, “La herida patriótica” o “Las brujas de Zugarramurdi”, así como numerosas colaboraciones y artículos.

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Mikel Azurmendi ha tenido la amabilidad de conceder esta entrevista a Navarra Confidencial, con ocasión de la presentación de su último libro.

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¿Quién es Mikel Azurmendi? ¿Un hereje de lo políticamente correcto?

No creo ser ningún hereje pues no tengo iglesia ni dogmas; soy un hombre que busca lo correcto. Lo recto en el pensar y actuar. De lo político no me ocupo.

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¿Es verdad que usted fue de la primera ETA, en los 60, y luego o quizá en la misma época marxista?

No fui de la primera sino de la segunda ETA, mi militancia etarra fue de 1966 a 1967 (unos pocos meses, porque luego hui al exilio). Junto con otro amigo yo repartí en París octavillas en contra del asesinato de Carrero Blanco mientras gente amiga del PCE bebía champán a favor de ETA. Yo era marxista entonces, pero jamás pude hacerme comunista del PCE, me repataleaba pese a muchos buenos amigos comunistas. Cuando murió Franco, en 1975, yo apenas creía ya en el marxismo.

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Entre sus obras ha abordado temas muy diversos, pero nunca la guerra civil. ¿Por qué ahora esta novela?

Esta novela es, como las demás cosas que escribo, algo único porque nunca repito nada. Me gusta explorar la variedad de los sentimientos humanos, por ejemplo el sufrimiento de las víctimas del terrorismo, la crueldad de los verdugos bien sea por causas de nacionalismo o de inquisición o también la esperanza de una vida mejor para la mujer en un país musulmán. De esta manera es como la guerra civil de nuestros padres, una auténtica tragedia humana, ha llegado a impulsar también a mis neuronas de pensar e imaginar.

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¿Dónde y cómo surgió En el Requeté de Olite?

Hace ya algunos años que tenía el manuscrito de esta novela en mis cajones a falta de un editor que la editara pues hubo más de una negativa. La escribí en aquellos tiempos de la neurosis de la memoria histórica, un intento de echar marcha atrás hacia la guerra civil con objetivos de venganza y revancha más que de compunción y duelo. Mi manera de contribuir a aquel debate fue tratar de buscar la verdad, imaginar el daño de todos los contendientes y saldar la deuda contraída con toda aquella gente de vida trágica y sin esperanza social. Porque algo sí nos enseñaron todos ellos, ¿verdad? El acicate para escribir esta novela fue la publicación, en 2010, del libro Requetés (La esfera de los libros), de P. Larraz y V. Sierra-Sesumaga, un libro de memorias de la participación en la guerra civil contado por docenas de requetés y de enfermeras de guerra. En aquellos relatos vi a mi propio padre, un joven que huyó con sus amigos de San Sebastián precisamente cuando aquellos voluntarios navarros de mi novela entraban en la ciudad. Mi padre, si hubiese sido de Olite, estaría bien instalado entre sus amigos requetés, pero carbonero de San Sebastián, como era él, se fue a Azpeitia a enrolarse en el ejército vasco de los gudaris, pero yo que lo conocí bien me quedé pasmado de verlo muy semejante a aquellos navarros, muy similar a ellos en cosmovisión y muy similar en estilo de vida, tono y carácter, lo que se llama el ethos. A partir de esas experiencias y de algunas más que recuperé de mil lecturas decidí expresarlas.

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La novela abarca de forma muy intensa un periodo bélico concreto: los comienzos de la guerra en el frente guipuzcoano. ¿A qué se debe? ¿Cómo describiría esa etapa de la guerra? ¿Por qué eligió a los miembros de esta unidad como protagonistas de su novela, y cómo surge la trama argumental?

Describí el período que va del inicio de una sublevación militar en Pamplona (19 julio 36) al momento en que mi padre se enrola en Azpeitia (mediado septiembre 36). Y recuperé el sentimiento de mi padre de frustración, miedo y asco de guerra cuando, en lugar de entregarse a los italianos junto con las tropas vascas en Santoña, decidió dejarlo todo y huir. A ser posible hacia América. Mi padre llegó con otro compañero fugitivo hasta Gijón pero allá no encontró barco alguno en el que zarpar sino que fue apresado por las tropas nacionales. Su destino era o el paredón o un tabor de moros al servicio de Franco. Y, claro, lo que mi padre pretendía era vivir; nada de morir. Mi novela relata el pasmo de aquellos voluntarios de Olite que creían viajar a Madrid a levantarse contra el Gobierno republicano y hacerle doblegar pero que se encontraron con una guerra. Claro, el campo republicano estaba infestado de gente que quería una guerra e incluso la había intentado hacer dos años antes. La sorpresa de los voluntarios requetés fue lancinante y el trance de aprender a matar antes que morir, inhumano. Fue una enorme contrariedad su experiencia de socializar la vida y la muerte, la experiencia de entregarse uno con armas y bagajes a un colectivo para que éste valiese más que uno mismo. Yo relato los sentimientos expresados por aquella gente y me limito a poner voz a sus intenciones, aspiraciones y estado de ánimo. Elegí a los de Olite porque conocí a un superviviente y hablé largo con él y aprendí mucho de su experiencia. Y lo estimo, vaya si lo estimo, y lo considero tan humano como mi padre.

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Para tratarse de una novela, a juzgar por los datos que recoge, ha realizado usted una ardua labor de documentación más propia de un libro de historia. ¿Cómo catalogaría su libro?

En el requeté de Olite es una novela. Una novela que se abre a dos bandas: la primera es un relato pormenorizado y exhaustivo de “hazañas bélicas”, la de aquellos olitejos a los que en Leiza se les sumaron los guipuzcoanos que lograron escaparse de la represión republicana. Además de libros sesudos he consultado partes de guerra, cuadernos de aquellos muchachos escritos en el campo de batalla, hojas y pasquines del banderín de enganche, periódicos donde algunos de ellos escribían desde el frente. Y, por supuesto, sus memorias orales contadas en el libro ya citado. En esa parte bélica del libro yo he mostrado algo de lo que no está escrito en las historias de la guerra civil y lo que jamás ha sabido nadie de mi edad. Y eso es una parte fundamental de la historia: la de Guipúzcoa y San Sebastián bajo los milicianos rojos del frente popular, un par de meses alucinantes de odio y saña.
Pero dentro de ese engranaje bélico, también de retaguardia, existe otra banda de lectura, una ficción, la de un muchacho que huye de casa esperanzado de ver Madrid, pero que la guerra lo pone en el sitio de la guerra. Y ese niño aprende rápido que la guerra es una mala referencia; lo cual aprende en carne propia merced a la cercanía paternal de un hombre ya mayor. Y el niño llega a intuir en dos meses lo que mi padre en cuatro: hay que escaparse como sea de una guerra entre hermanos. O sea, la novela es también un relato de ficción acerca de una educación sentimental sobre el hecho moral de distanciarse de la guerra.

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Dado el detalle con que se describe la geografía y el paisaje en el que se desarrolla la trama, da la impresión de que usted la conoce muy bien y ha seguido a pie el periplo de esta unidad.

A la columna de olitejos y guipuzcoanos bajo el comandante Venancio Tutor le costó casi dos meses llegar desde Leiza a San Sebastián, cosa que hoy hacemos en media hora de coche. Ellos la hicieron por monte, a través de lo más escabroso y montaraz. Eran gente de secano, de un paisaje de trigo, cebada y vino, y se llegaron en un día a una tierra rezumante de agua y pasto y maleza verde, donde les llovió todos los días salvo en cinco jornadas. Y en aquella tierra chorreada cayeron muchas personas buenas, labradores de secano que no sabían que habían salido a una guerra. Algunos cuadernos de aquellos olitejos se sorprenden del paisaje, de los verdes y grises, del agua que les cae día y noche. Y yo, que soy de aquí y conocía esos trayectos de monte desde niño, los he vuelto a hacer, me los he pateado uno a uno para tratar de percibir la mirada de pasmo y estupor de aquellos olitejos. Y los he tratado de describir. Algunos me dicen que con lujuria y exuberancia, otros me dicen que siempre sintieron lo que yo describo. Vaya usted a saber, pero yo he querido involucrarme con el paisaje y volverlo humano, moral. Esos montes de nuestra niñez, esos están llenos de cadáveres de gente buena. Honor a ellos. Pisar monte debe constituir en adelante condolerse con jóvenes caídos, con navarros cristianos valientes y con asturianos no menos valientes que habían venido de su tierra a defender el comunismo. ¡Qué tragedia es nuestro paisaje a poco que queramos saber que hubo gente que pasó por esos mismos hermosos senderos antes que nosotros!

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También da la impresión de que muchos de sus personajes y sus historias son reales. ¿Es así?

Hombre, todos los personajes son reales, todo menos tres. No lo son el pequeño Pelayo, el viejo Bros y el hermano del Pelayo que sale en su búsqueda para llevárselo a casa junto a su madre viuda. Pero aun estos dos hermanos están sacados también de la realidad, la realidad del pelayo Ignacio Hernando de Larramendi, que salió con trece años en un Tercio del requeté y, a los cinco meses, su hermano dio con él, lo enganchó y se lo llevó para casa (Este pequeño engendro, por cierto, fundó Mapfre,). Todos los demás actores del drama son empero de verdad, con nombres de verdad, hechos de verdad y miedos y horrores de verdad. Los muertos son de verdad también, con nombres y apellidos.

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¿Cómo describiría a esos voluntarios carlistas y las razones por las que salieron voluntarios a una guerra? ¿Les diferenciaba algo de otros combatientes?

Aquellos requetés de Olite eran gente muy de pueblo, todos eran humildes labradores salvo un maestro, un secretario de ayuntamiento (que era nacionalista vasco) y un seminarista, gente de campo que quería vivir como sus padres habían vivido. Gente que no veía bien que se les quitase la cruz de las escuelas ni que se les prohibiese exhibir el pequeño cinc del Sagrado Corazón en la puerta de su casa ni que se les impidiese tocar las campanas en la iglesia para llamar a muerto o al rosario. Gente que no entendía por qué razones alguien podía cagarse en Dios en la plaza pública, en un mitin por ejemplo, pero nadie podía replicarle ¡Viva Dios! en aquel mismo mitin. Dos olitejos de mi novela habían pasado por la cárcel por haberle respondido eso mismo a un orador ateo con licencias para cagarse en Dios y mofarse de Él. Eran gente que había visto muy mal el asalto armado social-comunista contra la República en 1934, con centenares de asesinados, y no entendía por qué les quemaban sus iglesias: 160 iglesias incendiadas bajo el corto gobierno del Frente Popular y 251 intentos fallidos de incendio. Aquellos olitejos eran esencialmente formaciones de voluntarios que, por turno, hacían guardia para que no les quemasen sus cuatro iglesias del pueblo, las dos parroquias y la iglesia de las Clarisas y de los Franciscanos. No entendían por qué unos 70 locales de sedes políticas de partidos de derechas habían sido destruidas y ninguna sede de gente de izquierdas. No entendían los asesinatos políticos ni los heridos en choques entre políticos. ¿Cómo iban a entenderlo, si en el pueblo jamás se mataba a nadie por ser un contrario? Eran gente que llamaba “Dios” a su estilo de vida y estaban dispuestos a defenderlo. Eran gente que no sabían decir ¡Viva la libertad! pero, en vez de eso, decían ¡Viva Cristo Rey!, lo cual para ellos era lo mismo porque les impedían decirlo y creerlo. Decirlo era luchar por la libertad.
La diferencia entre esta gente y mi padre era que a mi padre y sus amigos se les predicaba en los púlpitos desde la ideología nacionalista y a esta gente, en cambio, se le predicaba desde la ideología de Comunión Tradicionalista. La ideología fue la que pervirtió la realidad, o más bien, la que configuró la realidad dándole una figura de enemistad inaceptable, la de “tú te partes la cara” por los tuyos pero “se la partes” a los otros. En cualquier caso, pese a que toda ideología sea muy nociva en tiempos de enfrentamiento social, la ideología de la lucha de clases que promovió la resistencia a muerte contra aquella sublevación de julio-36 era una ideología letal de odio irreconciliable. Eso se veía con nitidez en el combate de día a día que todavía hoy lo estamos viendo en los nietos de aquellos airados.

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Entre sus protagonistas aparecen muchos requetés guipuzcoanos partidarios de la sublevación “pasados” a Navarra en los primeros días. ¿Cómo se entiende esto en el discurso general del nacionalismo donde se daría una “guerra de invasión” española a los vascos?

Muchos requetés guipuzcoanos se sumaron a los olitejos de la columna Tutor huyendo de Tolosa y de San Sebastián y de Hernani para no ser encarcelados y fusilados. También se unieron a ellos decenas de jóvenes de Leiza y alrededores. Cuando detuvieron al joven tolosarra Raguán, hijo de uno de los tres propietarios de la fábrica de papel Galgo, de Tolosa, y lo fusilaron por ser católico y carlista, su padre y sus dos hermanos lograron huir hasta Leiza. Sus dos hermanos ingresaron allá en las filas de los olitejos llegando a San Sebastián. Así lo hicieron también decenas más de muchachos euskaldunes que combatían el laicismo que impedía su vida comunitaria de fe cristiana; también lo hicieron así muchos alaveses y vizcaínos. Hasta los jóvenes nacionalistas alaveses combatieron contra el Gobierno republicano.
Jamás hubo una invasión española de tierra vasca, como cuenta el mito nacionalista y como le contaron a mi padre cuando tenía 19 años pues lo necesitaban en las filas de los gudaris. Le decían que los navarros fusilaban a “todo quisqui” y que huyera antes de que entrasen en su ciudad. Pero yo sé de buena fuente que a los requetés únicamente les horrorizaba una cosa: fusilar al enemigo armado. Lo que existió fue solamente el desastre humano de hermanos que lucharon contra hermanos por una ideología adversaria que les consideraba enemigos irreconciliables a unos de otros. Yo tomo en la novela el caso del periodista José de Arteche, un nacionalista azpeitiarra del Comité ejecutivo del PNV que aceptó levantarse contra la República pero fue conminado a callarse y, finalmente, a entregarse a los nacionales. En Azpeitia, con cuatro hijos, tuvo que meterse en un tercio del requeté y hacer la guerra con ellos hasta ganarla sin haber disparado un solo tiro. Pero él siempre consideró que la guerra la habían perdido todos. Por eso escribió el mejor libro de todos los escritos sobre la guerra civil, El abrazo de los muertos. Yo he querido escribir en su honor, en el de mi padre y en el del olitejo Félix Andia “El abrazo de los vivos”. He ahí mi novela.

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¿Es también cierto, como se suele argumentar, que los nacionales contaran con una superioridad bélica tan abrumadora que hacía imposible la defensa de Guipúzcoa por las fuerzas republicanas y nacionalistas?

Los sublevados no tenían armas comparables a los republicanos en el frente guipuzcoano. Los republicanos tenían una aviación diez veces superior con un apoyo francés incuestionable hasta la caída de Irún (3 septiembre 36) y disponían a favor de la República de todos los soldados acuartelados en disposición de combate, con todos los fuertes y sus cañones: Jaizquibel, Txoritokieta, San Markos, Santiagomendi. Un armamento cien veces mejor, fusiles checos de una precisión y simplicidad contundentes. Pero sin mando ni jerarquía, sin orden ni concierto, con muchas soflamas y demasiados condones en el frente y careciendo de la predisposición a morir en combate por un ideal. Mi padre no aspiraba a nada más que no fuera a mejorar su vida. Por eso huyó él al final y por eso mismo huyeron los republicanos del Zubelzu, del Elazeta, del Altamira, del San Marcial (todos son montes en Irún) y por eso incendiaron Irún los anarquistas-comunistas. Al final es la huida. Huir es siempre un síntoma sano, pero eso de incendiar una ciudad entera, casa por casa, … no me vengas luego a invocar tus ideas ¿eh?…

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En un momento en que están volviendo sobre la guerra civil las visiones maximalistas de buenos y malos, el libro parece abordar sin prejuicios ideológicos el colectivo de los voluntarios carlistas que se levantaron contra la República. Siendo usted hijo de gudari, ¿le resultó difícil este abordaje?

No, qué va. Mi padre era un paria de la guerra, como son todos los soldados temerosos de morir. Mira que empezar en un campo, luego huir de una entrega vergonzosa en Santoña y para salvar el pellejo luchar junto a los moros en Teruel, el Ebro y Castellón… manda huevos. En cuanto yo claudiqué de mi atalaya de ver la guerra civil desde la lucha de clases, desde entonces mismo entendí la guerra civil como una gran tragedia. “La lucha de clases” es una perspectiva fatua, inmunda, una manera asesina de ver las cosas de cualquier enfrentamiento. Eso lo entendí en el entorno de la muerte de Franco, allá a mediados de los Setenta del siglo pasado. Desde la nueva perspectiva, mucho más humana claro, casi sin ideología ni enemigos, tomando a todos los humanos como gente de bien que se busca la vida huyendo de la guerra, entonces miras el pasado con la lente de la verdad. No importa si la hayas encontrado esa lente, lo importante es buscar la verdad. Mi padre estaría muy honrado de haberle dedicado yo esta novela junto a un requeté, junto a Félix Andia por ejemplo, un olitejo.

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Leyendo a la mayoría de autores e historiadores, da la impresión de que quienes “perdieron” la guerra civil han ganado la batalla del relato. ¿A qué se ha debido?

El relato de la guerra civil lo han ganado los perdedores, la izquierda. Pero ¡ojo!, buena parte de esa izquierda la componen hijos de ganadores. Y no voy a dar nombres de ministros socialistas y de otras gentes ilustres de la izquierda que vienen del campo victorioso. Dado que yo mismo vengo de él, hijo de un padre que entró con los moros en los naranjales de Levante sobre un Caterpillar americano arrastrando cañones con mucha convicción… “Mi padre estuvo equivocado” es lo que de mozo pensaba yo de él. Rubalcaba debía de pensar lo mismo de su padre y miles de otros socialistas más, incluido mi amigo Javier Pradera, fundador del diario El País, a quien asesinaron padre y hermanos en San Sebastián, en 1936, por comulgar e ir a misa. Simplemente por eso, cosa que era de derechas. Si el relato no lo ganó el vencedor de la guerra civil ello se debió a que el mundo del libro y de las ideas del libro se hizo estalinista y fueron las ideas del libro las que ganaron todos los combates culturales desde 1918. Esa es la claudicación del pensamiento occidental, de los cristianos en particular, porque los franquistas se tocaron los cojones, no pensaron ni pio. Fusilaron y punto; mandaron, mandaron, mandaron sobre todas las cosas. Y ellos se dedicaron a vivir, a beber sobre todo. Y claro, nosotros en los Cincuenta-Sesenta no se lo perdonamos. Hasta preferimos escuchar las sirenas de la izquierda irredentista, la que hubiese hecho de España una Albania socialista.

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¿Cree que es posible que, en un debate tan viciado y pasional como el actual sobre una contienda sucedida hace 80 años, se llegará alguna vez a abordar con verdad y objetividad aquellos hechos?

Hombre, yo espero que haya gente con envergadura y ánimo para descubrir verdades. Ojalá venga gente sin ideología que quiera saber, gente cristiana sobre todo, porque no esperamos que la musulmana nos aclare nada. La gente agnóstica ya ocupa cátedras y quiere figurar y jubilarse, y no busca nada que no se sepa. Acaso haya, por consiguiente, cristianos que quieran saber por qué su Iglesia no desempeñó el papel que pudo y desentrañe manuscritos y papeles o pensamientos que haya por ahí en archivos y monasterios. De todas formas, la verdad está ya en nosotros, en que queramos aprender la lección de la guerra civil y vivamos como gente aleccionada y aprendida. Y nos respetemos al menos, si no nos amamos, claro.

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5 respuestas

  1. Aunque sin duda será un libro que compre y lea, porque es un tema muy atractivo para mí, no dejo de ver bastantes incongruencias en la entrevista al sr. Azurmendi.
    Los batallones de gudaris del PNV oían misa y comulgaban antes de ir a la batalla y nadie (en el bando Republicano) les fusilaba por ello.
    Su padre acabó enrolándose en las filas golpistas no por convicción sino por salvar el pellejo, o te alistabas con ellos para ir al frente o esas buenas gentes te fusilaban, que eras un prisionero republicano. A muchos hombres el bando en el que lucharon lo determinó el lugar en el que se encontraban en ese momento. Eran gente sin ideología, en su mayoría católicos y con poca formación, manipulados por los mandos y los políticos (y la Iglesia en el bando golpista).
    ¿Y luego, qué es esa incongruencia, cuando se declara ser persona sin iglesia ni dogma, de que gente cristiana y «sin ideología» venga a descubrir verdades? ¿Qué es eso de despreciar a los agnósticos? Bastante daño hicieron algunos cristianos en al Guerra Civil, atentando contra el 5º mandamiento con total impunidad (bueno, contra el 5º y contra todos).

  2. ¡Ay Sr. Guevara ¡ La cuestión no es tan esquemática como la presenta.
    Que a los del PNV no los fusilaban , obviamente porque en Vascongadas tanto en Guipúzcoa como en Vizcaya , quien tenían el mando en definitiva eran ellos. A los que si fusilaban y /o encarcelaban eran a tradicionalistas carlistas, monárquicos liberales, derechistas no nacionalistas, falangistas, militares, y a un buen número de curas , pese a que se decía que las iglesias en las Vascongadas republicana ( Vizcaya y Guipúzcoa) estaban abiertas.
    ¿ Que se enrolaban en el bando sublevado? Pues algunos ¿ O no se recuerda lo del salvavidas que decía Queipo? . Y en el bando contrario terminaron muchos enrolándose porque el miedo es libre y cada uno coge del caldero del mismo lo que le toca.
    Ahora bien , quitada la masa de voluntarios tanto requetés , falangistas o de cualquier otra ideología en un bando, como los comunistas, socialistas ,anarquistas etc , en el otro, el ejército se nutrió de quintas, mayor número llamadas en el bando diz que republicano , que en el franquista y ahí la geografía fue determinante . Respecto a quintas el ejército franquista procuraba que los casados quedaran en segunda línea, que de cada tres combatientes uno volvía a casa . La republica rebañó todo lo que pudo y así le fue pese a aplicar con rigor inusitado el Código de Justicia Militar. Le sugiero lea el bando de Lister antes del Ebro.
    ¿ Es que cree Vd. que los miembros de las numerosas quintas que llamó el presidente del gobiernito bizcaitarra separatista para formar ese ejército que llamó de Euzkadi eran todos devotos gudaris peneuveros? . Olvida vd. los numerosos “gudaris” que a partir de Santoña nutrieron los batallones del ejército nacional, o banderas de Falange que eran más permisivos que los requetés de los Tercios, que ya estos les conocían y muy bien y no acababan fiándose .
    A muchos les determinó la ideología, sin perjuicio que los mas osados en cuanto podían se pasaban. Desde luego entre el millón largo de soldados del ejército llamado nacional y el parecido numero tal vez un poco menos del ejercito diz que republicano, no todos comulgaban ni con los sublevados ni con los diz que republicanos. A otros es que no les dieron opción , desde el 19 de julio conozco el padre y dos hijos fueron perseguidos como alimañas por la campiña por una pandilla de escopeteros y fusileros del comités del frente popular del pueblo donde vivían. Naturalmente con llegadas de tropas , los hijos mayores se enrolaron inmediatamente en el ejército llamado nacional aunque no habían llamado sus quintas. Y los que fueron por su quinta al menos cuatro, puedo asegurar que ninguno de ellos comulgaba con los ideales frentepopulistas , aunque quedaron “jartos” de guerra. ¿Graves delitos cometidos por esa familia para ser perseguidos con jaleadores escopeteros? Trabajar para no caer en la pobreza , el abuelo no sé si había sido concejal durante la etapa monárquica o afecto y asistir a misa. ¿ cortijos, patrimonio, tierras que defender ? Si , las de las macetas. Así que de manipulados por los mandos , no sé de donde lo saca. ¿ Y lo de la Iglesia>? ¡Hombre! Si casi exterminan al clero en las zonas frentepopulistas , eso sí menos mal que había anarquistas para que socialistas y comunistas pudieran echarle la culpa de la monstruosidad que cometieron. O con el rollo inveraz que disparaban desde las iglesias o había armas en los conventos. Otra cosa es que nadie esperaba una guerra civil, solo tal vez Mola, Franco etc y en otra zona militares se dieron cuenta que fracasada la sublevación en Madrid por fuerzas de Guardia de asalto, Guardia Civil, algunas unidades militares, la aviación fundamentalmente , y en Barcelona (por la acción definitiva de la Guardia Civil sobre todo), Valencia y la matanza de oficiales en la Marina que impedía el paso de tropas de Africa, sabían que la cosa no era de cuatro días como alguien de mi familia, comentó según me dijeron .
    En otra , donde los dos hijos varones de familia derechas , uno de ellos salvado del paredón miliciano a última hora tal vez por intercesión de un familiar lejano y subido de nuevo al camión devuelto a la cárcel y a un hospital tuvieron luego que incorporarse con su quinta al ejército popular llamado entonces rojo por sus adversarios , y uno de ellos terminó en una célula de espionaje nacional y con un carnet de fervoroso cenetista , el otro en una de las brigadas de la división de Lister.
    ¿Daño que hicieron algunos cristianos?, en ese aspecto mejor no “ meneallo”, puesto que los gloriosos defensores de la humanidad , del género humano , de la clase obrera, de la democracia estalinista , no eran mancos .
    Nunca más enfrentamientos entre españoles ,entre hermanos, y literalmente muchas veces fue así, este sería el lema subliminal de la transición, hoy denostada hoy por tantos ignorantes. O los que quieren ganar guerras pérdidas hace 80 años , o hacer desaparecer símbolos que lo son de la milicia o condecoración máxima al valor ganada por una tierra de hombres valerosos, muchos de ellos voluntarios . Le sugiero vea algún documental de la llegada el día 19 de julio de voluntarios a la Plaza de Castillo. No veo yo que se les hubiera puesto un fusil a la espalda.
    Por cierto, que curioso eso de golpistas , contra otros golpistas de dos años antes.Le sugiero que además del libro del sr.Azurmendi que dice va a leer, hágalo del libro que se cita de don José de Arteche en especial alguno de sus pensamientos ( pag. 28 , edición de 2008) y a puestos piense en lo que lea de las páginas 18 a 40 .

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