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Inimaginable, Señor, que tú hayas terminado en un sepulcro, como cualquiera de los mortales. Sabemos que eres Dios, pero ¿es que Dios puede morir y ser enterrado? ¿Se puede decir esa frase sin que sea una blasfemia? Sí, se puede decir, aunque en realidad no fue tu persona sino tu humanidad la que murió. Tremendo misterio lleno de consuelo. Murió tu humanidad, la cual, como la mía, tenía alma, vida y corazón; tenía su propia voluntad, sus proyectos, sus apetencias, sentimientos y emociones. Todo lo sometiste, Señor, a la voluntad de tu Padre en un acto de obediencia que te llevó hasta el sepulcro. Allí estuviste inerme, tendido como cualquier otro cadáver.
Lo más impresionante es que tú, el Justo, si no te resucitan hubieras muerto para siempre. Murió tu humanidad. Por ti mismo no podrías haberte librado de la nada. Tuviste que ser resucitado por el Padre que lo dirigía todo. Esta certeza consuela también mi vida, mi muerte, mi entierro, mi paso por el sepulcro, ya que, como tú, seré también resucitado gracias a ti. Por eso mi cadáver se sentirá a gusto en el sepulcro, junto al tuyo, porque ambos son objeto del mismo designio de amor. Hoy te pido, Señor, de una manera especial por mis compañeros dominicos que han muerto a causa del coronavirus. Su soledad ha sido muy triste para todos. Sus cadáveres han sido enterrados en fe porque ni hemos podido verlos. Alguno fue enterrado después de once días muerto. Todos ellos tenían suficiente fe para resucitar contigo. Pero de una manera especial hoy te pido por los que han muerto con poca fe. Que la luz de tu misericordia ilumine la oscuridad con la que han pasado al otro mundo.