Elecciones mexicanas: el recuento de los daños y lecciones aprendidas

Estas letras van dirigidas a la comunidad conservadora hispanohablante, sin pretensión alguna de utilizar un lenguaje rebuscado, acerca de la injerencia que tienen distintas organizaciones internacionales, como la ONU, el Foro de Davos o BlackRock, en la toma de decisiones políticas y sus consecuencias para México y Occidente en general.

Mi experiencia en estas elecciones fue la de representante del Partido Acción Nacional. ¿En qué consiste la labor de un representante de partido? Pues, prácticamente, en observar, en las casillas asignadas, que el proceso electoral se desarrolle de forma legal y sin incidentes. Parte de esa faena es coordinar a un número determinado de representantes de casilla, quienes también deben estar atentos en su respectiva casilla para observar que no haya incidencias. Esa gente, esos mexicanos de a pie, que en su mayoría ya habían colaborado con el PAN como representantes, son auténticos demócratas que se preocupan por el futuro de su país y que lo hacen sin vender su voto ni, mucho menos, sus valores. Gente que no conoce de batallas culturales ni de ideología de género, pero que es tanto o más conservadora que muchísimos de los que nos autodenominamos activistas pro vida y pro familia. Personas de fe, que le dan cátedra de religiosidad a toda la panda de filósofos y eruditos que podemos encontrar en X/Twitter. Gente comprometida con su comunidad y con nuestra patria mexicana.

Espero no sonar condescendiente con lo que les he estado diciendo en estas líneas, pero sigo con los sentimientos a flor de piel por dos motivos:

Primero, darme cuenta de que el México profundo es mucho más complejo de lo que los comentaristas del círculo rojo tuitero nos han dicho que es. Y segundo, percatarme de ese otro mexicano de a pie, el que votó por Morena porque le regaló 2.000 pesos a cambio de su sufragio, ese mexicano que también es católico, pero que se decantó por la oposición izquierdista/progresista porque se sintió escuchado por ese partido que muy ingeniosamente se llama MORENA, en honor a nuestra amada Morenita, la Virgen de Guadalupe.

Esos dos puntos me hicieron comprender que el México profundo es mucho más complejo que todas esas organizaciones globalistas que, en resumidas cuentas, nos dicen: “No tendrás nada, pero serás feliz”. Esos dos Méxicos se desarrollan paralelamente, sin cruzar sus caminos.

Ver a esos mexicanos me recordó que yo vengo de ese mismo mundo, pero gracias al arduo trabajo de mis padres logré salir de ahí y aspirar a más y mejores oportunidades. Lo que me resultó doloroso fue lo rápido que había olvidado de dónde venía y que México no depende de la batalla cultural en redes sociales que muchos conservadores, que vivimos en nuestra burbuja, damos “orgullosamente”.

También me di cuenta de que mi nación ya no es la misma de antes, cuando se reconocía como católica practicante. Ahora, ese catolicismo ha cambiado y se ha convertido en sincretismo puro y duro. En otras palabras, mi México mágico no es una nación de mayoría religiosa, y muchos influencers de derechas no lo habíamos aceptado hasta hoy.

Ver a tantas personas de a pie involucradas en sus labores como representantes de partidos, como funcionarios de casilla por parte del Instituto Nacional Electoral o como “simples” votantes, se tornó en una imagen agridulce. Pues muchos de ellos votaron a cambio de ayudas sociales y muchos otros por la pasión de ser ciudadanos responsables que acudieron a sus obligaciones cívicas.

Es verdad que con el próximo gobierno se vendrán con más fuerza las ideas progresistas, como por ejemplo la igualdad sustantiva, el lenguaje inclusivo, la imposición del dogma de los colectivos LGTB y leyes de plazos pro aborto mucho más atroces de las existentes, pero también se vendrán una serie de reformas constitucionales que terminarán de acabar con las libertades individuales. Pues, como pequeño recordatorio, los resultados de los comicios fueron los siguientes: presidencia para Morena, mayoría calificada en el poder legislativo para Morena, 7 de 9 gubernaturas para Morena y la puerta abierta para acabar con el Poder Legislativo y los organismos autónomos como el Instituto Nacional Electoral, la Fiscalía General de la República, el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, entre otros.

Entiendo que, en términos geopolíticos, hay muchísimo a tener en cuenta para formarnos una opinión informada, pero en el caso particular de mi país no solo se trata de la ONU, BlackRock o la progresía global lo que lo tiene hecho un caos. Creo que pensarlo así es no terminar de comprender la cruel realidad mexicana. Morena se ha hecho con el poder total desde todos los frentes (legislativo, ejecutivo y judicial) porque AMLO todavía no termina y, antes de irse, planea reformas constitucionales muy duras, particularmente al poder judicial. Además, todo parece indicar que el señor López Obrador buscará seguir influyendo en el gobierno de Claudia Sheinbaum, por más que haya insistido en que se irá a su rancho y se retirará de la política. Habrá que ver qué tanto Sheinbaum permite la injerencia de AMLO en su gobierno y en sus principales decisiones políticas. Esto, sin duda, puede introducir un importante elemento de tensión al interior de la llamada Cuarta Transformación. Por otro lado, habrá que ver si se mantiene la más que evidente alianza de Morena y el gobierno con el crimen organizado. La violencia en México está llegando a unos niveles verdaderamente inéditos, con zonas completamente controladas por la delincuencia. Esto no parece ser algo viable para la gobernabilidad en ninguna parte del mundo, y puede llegar el momento en que el propio gobierno se vea superado por sus actuales aliados. Es importante señalar que si Morena está donde está hoy es en gran parte por esa alianza con el narco. Y es ahí donde cambia la perspectiva, al menos para mí, pues no es lo mismo dar la batalla cultural en países de primer mundo, donde la mayoría ciudadana posee una formación académica más elevada y no sufre por cosas tan básicas como salir a diario para poder comer y sobrevivir, que en un país donde la pobreza extrema ha aumentado y donde la impunidad reina. También es importante recordar que esta jornada electoral ha sido una de las más sangrientas de la historia nacional, con un total de 42 candidatos asesinados, más de 1.000 que fueron obligados a retirarse y poco más de 750 que fueron “asustados” a punta de balazos. Y lo anterior no es gracias a la agenda 2030 de la ONU ni a la agenda progresista globalista en general; eso fue gracias al gobierno que pactó con el narco y que les dio luz verde para hacer y deshacer a su antojo y conveniencia. Y si opinar lo que he dicho en este texto hace que me quiten mi credencial de batalladora cultural, entonces lo acepto.

No quiero terminar este texto sin darles un poco de esperanza, pues ya con la cabeza más fría llegué a la conclusión de que de la mano de Dios saldremos de este atolladero. ¿Cómo? Pues tan simple y sencillo como enfocarnos en lo que podemos hacer desde lo local, desde nuestra comunidad, recordando lo que León XIII dijo en su primera encíclica: trabajar por articular aquellas comunidades en las cuales la persona se desarrolla, como por ejemplo la familia, el municipio, las organizaciones profesionales, los grupos religiosos, las universidades, el equipo de fútbol y los organismos empresariales. Es decir, toda esa articulación es lo que permite que la sociedad se organice de mejor manera y que, por consiguiente, haya un tejido social sólido. De lo anterior se deriva una tarea de evangelización que, a estas alturas del partido, me atrevo a afirmar que es casi obligatoria trabajar en nuestro apostolado si queremos salir de esta y ofrecer un México mejor a las futuras generaciones. Tenemos que volver a nuestros cimientos, tenemos que cristianizar nuestras sociedades, rescatar el sentimiento de lo sagrado, el temor de Dios, los valores que se derivan de esas creencias. No se trata solo de ser súper “mocho” e ir a misa, sino que de esa religiosidad se derivan un conjunto de comportamientos que permiten que una sociedad sea más cristiana. Es lo que Pablo VI llamaba “la civilización del amor”, es decir, vivir de acuerdo al Evangelio y al Magisterio de la Iglesia, pues esa es la batalla cultural en un sentido práctico y aterrizado.

En Dios todo lo podemos y ese simple hecho debería darnos paz para seguir adelante en la lucha.

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CLAVES EN OPINIÓN

Un comentario

  1. Estimada Marcela:
    La propuesta que haces sobre fortalecer a la familia, la parroquia, y así sucesivamente hasta llegar a la vertebración de todo México es magnífica; y más que tu apuesta la haces basándote en León XIII.
    Otro descubrimiento magnífico tuyo es el darte cuenta de que las redes han salido contraproducentes para la concientización.
    Ahora bien, en tu siguiente artículo me gustaría que me contestaras:
    ¿Cómo fue que una mujer rabiosamente socialdemócrata pasó a representar a tanta buena persona que hay en el PAN? ¿Eso es todo de lo que es capaz de dar el PAN hoy?

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