¿Y si la estampa hubiera sido de Perro Sanxe?

Que la izquierda ofenda a los creyentes tiene su lado bueno y su lado malo. El lado malo es la ofensa, pero peor sería que nadie se ofendiera. Podría pensarse que la causa de la ofensa es la previsión de que se va a ofender el ofendido, y que la ofensa se evita mostrando indiferencia, pero lo cierto es que eso no evitaría ofensas futuras sino que aumentaría su grado. Si esto no les ofende, la respuesta de la cristianofobia no es desistir, sino subir la apuesta. Al final es muy difícil no ofenderse por nada salvo que uno abandone sus creencias. Para ofender, ya hemos visto en el pasado que hasta les da lo mismo robar y profanar formas consagradas. La respuesta por consiguiente no puede ser la indiferencia. Que consigan ofender es por otro lado una buena noticia. Eso quiere decir que todavía hay una parte importante de la población que es creyente o que no aplaude las ofensas gratuitas a los creyentes. El día en que nadie se ofendiera habría que preocuparse porque a lo mejor es que ese día no quedaban creyentes. Que las redes sociales reaccionaran con indignación a la ofensa de la televisión sanchista significa por tanto que hay pulso en la sociedad española y eso es una buena noticia.

Entre los defensores de la ofensa uno de los argumentos es que es el ofendido quien actúa inapropiadamente, reaccionando exageradamente, en vez de ser inapropiado el comportamiento del ofensor. Sin embargo, este argumento elude el hecho de que la ofensa está calculada para ofender. Es decir, no se trata de un hecho indiferente, como rascarse una oreja, que sin intención de ofender provoque por razones misteriosas e imprevisibles una ofensa en un tercero. La exhibición de la estampa con la cabeza de vaca se hace para ofender, con lo que no tiene sentido reprocharle al ofendido que se ofenda. Toda ofensa queda justificada si las alternativas son ser reprobado por ofenderse o tener que aplaudir la ofensa.

No es por otro lado que la izquierda, que exige a los demás que se traguen las ofensas, muestre una increíble tolerancia hacia la ofensa. De hecho, la izquierda considera ya ofensivo casi todo lo que no es el pensamiento de la propia izquierda. Todo lo que no es pensar como la izquierda es ofensivo e intolerable, recibiendo de inmediato la correspondiente etiqueta de machista, racista, sexista, franquista, clasista, o lo que corresponda según el ámbito en que se ose discutirle algo a la izquierda. La propia presentadora lleva semanas pidiendo respeto para la gente pasada de peso, pero a ella le falta tiempo en cambio para faltarles al respeto a los cristianos.

Las ofensas naturalmente siempre van en la misma dirección y tienen los mismos destinatarios. No ya es que una broma semejante fuera impensable respecto a los musulmanes, es que tampoco sería pensable respecto a otros colectivos. Por ejemplo, es pensable que un “humorista” se suene la nariz con la bandera española, pero no es pensable que se suene la nariz con la bandera catalana o la ikurriña. La teoría por tanto no es que hay que ser todos tolerantes, sino que hay unos que no toleran en absoluto ofensas contra lo suyo, pero en cambio exigen un supuesto derecho para ofender ilimitadamente a los otros.

En una televisión pública y en un acto festivo, blanco y familiar como la celebración de la Nochevieja, ¿vendría a cuento una foto de un perro con la cabeza de Pedro Sánchez? ¿Y un montaje fotográfico digamos que poco femenino de Begoña Gómez ? ¿No se ofenderían intensamente por algo así los mismos que ahora defienden con ahínco la oportunidad de mostrar una estampa del Sagrado Corazón con la cabeza de una vaquilla? ¿Es pensable una imagen del rey de Marruecos con un liguero en TVE? Que pudiera haber ofensas contra todos por igual a lo mejor podía ser libertad de expresión, pero que sólo se pueda ofender tranquilamente a los cristianos es odio. El derecho a pensar diferente o a expresar libremente opiniones distintas no es por otro lado lo mismo que un supuesto derecho a ofender a todo el que piensa distinto, como si no se pudiera discrepar sin insultar y sin faltar al respeto. ¿Qué sentido tiene entonces la apología de la ofensa? ¿No sería mejor sin más el respeto a todo el mundo?

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