Hay males que a veces pensamos que son propios y particularmente nuestros, pero que en realidad son una plaga extendida por todo Occidente. Esto sin embargo no es un alivio sino un agravante del asunto. Si fuera están como nosotros, ni hay dónde huir ni se puede esperar de fuera la llegada de ayuda. Nos referimos a la hiperinflación regulatoria, un tipo de inflación del que equivocadamente no nos solemos preocupar, cuando en realidad se encuentra en el problemático origen de casi todo lo demás. ¿Por qué hay inflación monetaria? Porque los bancos centrales imprimen billetes para comprar la deuda que generan los estados. Hay una hiperinflación regulatoria porque es una hiperinfación proprocional al tamaño y funciones del estado, lo otro va con lo uno, y hace falta imprimir billetes y crear inflación porque los estados tienen tamaños y costes absolutamente exagerados. Todo está relacionado. No se pueden limpiar los cauces de los ríos porque está regulado. Hay que regular la libertad de expresión en las redes sociales. Regular, regular, regular… ¿es el exceso de regulación la solución o es la fuente de todo mal?
Como ejemplo de la globalidad del problema, tenemos el caso de Elon Musk, a quien Donald Trump va a otorgar poderes especiales para que simplifique, desregule y abarate la administración. No sólo en España nos sentimos fiscalmente asfixiados para llegar a fin de mes y no sólo en España a causa de la DANA comprobamos que el dinero que pagamos en impuestos no se traduce después en ayuda inmediata del estado en emergencias de extrema necesidad. Todo el mundo tiene la sensación de estar siendo asfixiado por un estado elefantiásico, en buena medida inoperante, que devuelve mucho menos de lo que demanda en impuestos, y que no está ahi cuando se le necesita a la hora de la verdad. Lo misma da que sea una DANA, que echar a un okupa, que dar una cita con el médico en poco tiempo o que garantizar la seguridad.
Los tuits citados de Elon Musk ilustran una enfermedad que aqueja a prácticamente todas los estados occidentales y sus monstruosas y tiránicas burocracias, y es que toda esta hiperinflación regulatoria nos tiraniza en una doble dimensión. Por un lado nos esclaviza económicamente, porque toda esta proliferación regulatoria y burocrática, con todos sus gastos y organismos anexos, es una fiesta que hay que pagar. Por otra parte las leyes, normas y reglas alcanzan ya tales magnitudes, abarcan ya hasta tal punto los más mínimos detalles de nuestra existencia, que exceden por completo nuestra capacidad de conocerlas y cumplirlas. Si existe el suficiente número de normas, es absolutamente imposible que no estemos saltándonos alguna. O sea, que todos somos susceptibles de que en cualquier momento el estado nos encuentre culpables de algo. Somos sus esclavos. El estado puede destruir nuestra vida en el momento que quiera, bastando que empiece a revisar qué cosa no estamos cumpliendo de los 800 millónes de páginas normativas del código.
Conocer todas las normas que el estado emite constantemente resulta imposible, pero la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento. El problema no es sólo la imposibilidad de conocer todas las reglas o que todo esté regulado. Decíamos que a más normas más difícil es no estar infringiendo alguna, pero es que además llega un momento es que es imposible, hagamos lo que hagamos, estar seguros de no poder ser acusados de estar infringiendo algo. Como todos los juristas saben, a toda norma se le puede dar la vuelta. Todo es interpretable. A todo se le puede sacar punta. Si esto es así cuando el código normativo tiene 3 páginas, la inseguridad jurídica es total cuando el código tiene 3 millones de páginas. El juicio sobre cuántas de esas reglas de los 3 millones de páginas del código estamos infringiendo ya es una cadena perpetua. Si al final resultamos absueltos puede ser post mortem y después de habernos arruinado por el camino. El estado no tiene ese problema porque paga sus costes procesales con el dinero de los procesados. Somos esclavos del estado y las nuevas cadenas son más sutiles porque no son de metal, sino de artículos legales, pero tan oprimentes y resistentes como el acero. Cuando hay un millón de cosas por las que te pueden condenar, ya ser condenado deja de estar en tus manos sino en la graciosa voluntad del gobierno legislador. La ilusión de libertad dura sólo hasta que uno, por el motivo que sea, porque empieza a molestar, tropieza un día con el gobierno legislador.