Pedro Otaduy, el director que trató de impedir un homenaje a dos etarras en el Instituto Iturrama

Patxi Mendiburu escribía hace unos días en su blog una entrada digna de su nombre: Desolvidar. En ella traía a nuestro recuerdo la figura y el caso de Pedro Otaduy. Es posible que este nombre no diga nada a muchos lectores, pero seguro que se les activa la antena si añadimos que fue director del Instituto de Iturrama, ese referente en Navarra de la educación del modelo D.

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El hecho es que Otaduy saltó a la palestra mediática en el año 2008 cuando, con ocasión del Gudari Eguna, un grupo de alumnos montó un obsceno homenaje a dos etarras en el patio del instituto. Otaduy, no obstante, sabedor de lo que se tramaba trató de impedir el homenaje. Habló con los alumnos. Habló con los padres. Les advirtió a todos de la gravedad y las consecuencias de la ocurrencia. Y cuando a pesar de todo se organizó el acto, retiró las velas y las fotos que se habían desplegado para adornarlo.

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Lejos de ocultar este extravío, algunos de los protagonistas presumieron de él y algún medio afín a la causa hasta publicó fotografías en las que aparecían los alumnos participantes con las caras sin pixelar. El homenaje trascendió entonces a los medios convencionales dando lugar a un torbellino político, mediático y judicial.

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Naturalmente la izquierda abertzale no hizo autocrítica alguna por el suceso, antes bien señaló a Otaduy como director del centro por haber tratado de obstaculizar el homenaje y al mismo tiempo, un poco contradictoriamente, por ser el culpable de la suerte judicial de los alumnos participantes en el homenaje. O sea, la izquierda abertzale echó la culpa de la pena que pudiera caerles a los alumnos al director que trató de impedir el acto en vez de a los que lo promovieron. No sólo eso, LAB lo señaló publicamente y lo taldó de chivato. Recordemos que hablamos del año 2008, cuando un señalamiento de este tipo podía equivaler a una sentencia de muerte en el peor de los casos y a amargar la existencia del señalado en el mejor.

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Respecto a su actuación en el caso, Otaduy escribió lo siguiente:

“Defendí a la mayoría de los alumnos ante la manipulación a la que les sometían, evité un homenaje a quienes gritan “viva la muerte” y luego hice lo que pude para que nadie, ni el editor de fotos ni sus mentores, convirtiera a los alumnos implicados en mártires. Afortunadamente para los implicados no me dejé mi ideología a la puerta de ningún despacho ni juzgado: llevo años aplicando la desobediencia crítica que es el fundamento de la insumisión a la violencia de opresión que veo tan cercana y que no es otra que la que hacen los grupos favorables a ETA contra cualquiera que discrepe con ellos. Si a alguien le sorprende esto que he dicho que piense en lo que me han hecho a mí y piense luego en lo que podrían hacerle a un alumno discrepante”.

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Como remate a la historia, en 2009 Otaduy presentó la dimisión ante toda la presión que tuvo que soportar y en el año 2012 fallecía víctima de un cáncer.

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La triste moraleja de esta historia es que en esta tierra los violentos siempre han ganado. Que siempre se han salido con la suya. Que quien les ha plantado alguna vez cara ha pagado su osadía. Que el caso de un valiente como Otaduy es excepcional y que en el caso de su propio entorno ha sido absolutamente extraño que alguien se les opusiera. Que han hecho suyo el modelo D para patrimonializarlo y convertirlo en una vía de adoctrinamiento. Que la hemeroteca está plagada de acciones, pintadas y pancartas en los colegios del modelo D a favor de los violentos. Que su fuerza actual no puede extrañarnos puesto que nace de una ventaja absolutamente normalizada aunque mantenida por procedimientos mafiosos. Y que la anormalidad de todo esto hay que desolvidarla porque hasta nosotros mismos tras tantos años la hemos normalizado.

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