La necesidad de controlar las fronteras es un asunto que quedó bastante claro durante el COVID. De repente, mágicamente, todas las fronteras tradicionales reaparecieron con la pandemia. No sólo las internacionales, sino las intranacionales. Súbitamente quedaron cerradas nuestras fronteras con Francia, la libertad de movimientos de las personas dentro de la UE quedó cancelada, pero también nos confinaron dentro de cada comunidad autónoma. Es más, por confinarnos llegaron hasta a confinarnos a todos durante meses dentro de nuestras casas. Nos convirtieron en prisioneros. Nos encarcelaron. Pusieron la frontera en nuestro felpudo. Todos aquellos son los mismos, poco más o menos, que ahora dicen que no hay personas ilegales, que no quieren vallas, que pretenden regularizar a todo el mundo o que no creen en las fronteras, aunque algunos de ellos quiera poner una en Euskadi o en Cataluña.
El caso es que la lógica de las barreras resultaba bastante evidente. En plena pandemia, ¿no era lógico tener que hacer un test antes de subirse a un avión? Es decir, teníamos la evidencia de que había personas infectadas por el virus, por lo que para proteger al resto tenía sentido establecer un filtro. Los filtros eran particularmente exigentes a la entrada de residencias u hospitales, por ejemplo. O no tenían sentido aquellos filtrados, o tienen sentido muchos otros filtros de los que reniegan los partidarios de aquellos filtros. De hecho se llegó mucho más lejos con aquellos filtros que con los filtros fronterizos. Los filtros enfermizos se hicieron mucho más implacables y exigentes que los propios filtros fronterizos.
La lógica de la enfermedad a la hora de establecer filtros, no ya con el COVID sino en cualquier epidemia, es sin embargo en el fondo la misma que la lógica de la delincuencia. Igual que sabíamos que entre los pasajeros de un avión podía haber una persona contagiada, y había que intentar detectarla haciendo test para evitar que contagiara a todo el pasaje, sabemos que entre las personas que llegan a nuestras fronteras hay delincuentes de todo tipo. Obviamente no son mala gente todos los inmigrantes que llegan a la frontera, igual que obviamente no estaban contagiados todos los pasajeros de un avión o todos los visitantes de una residencia, pero filtrar es lo que haces cuando sabes que hay un porcentaje de mala gente igual que sabíamos que entre quienes querían subirse a un avión podía haber un porcentaje de contagiados de COVID. Muchas personas, para proteger a su familia, se hicieron un test antes de ir a una cena de Navidad. ¿Por qué al delito le vamos a poner menos filtros y barreras que los que ponemos a la enfermedad? Muchas personas que ahora reniegan de los controles fronterizos y pasaportes tradicionales llegaron a apoyar sin embargo con entusiasmo un pasaporte COVID rápidamente superado por las evidencias de la epidemia real. No eran tan pacatos con las restricciones y los controles en aquella ocasión.
La realidad es que a nuestras fronteras llegan personas que quieren venir a trabajar y a prosperar para salir de la miseria, sin duda la mayoría, pero también vienen personas que o tienen la intención de delinquir o son ya delincuentes que vienen huyendo de su país. Sabemos que esas personas existen, luego no tiene sentido hacer como que no existen. Y si sabemos que existen, tampoco tiene sentido no tomar ninguna medida para establecer algún filtro. Hay que intentar saber quién entra en el país para evitar la entrada de terroristas, agresores sexuales, chiflados peligrosos o delincuentes comunes, y aparte de para evitar algunas entradas, también hay que saber quién es y de dónde viene alguien para, si empieza a delinquir aquí, saber dónde tenemos que devolverlo. No poder saber quién es un delincuente o quién está infectado de una enfermedad contagiosa es un problema, pero una cosa es que sea difícil saber y otra no querer siquiera saber quién es un delincuente o quien está contagiado. Separar el grano de la paja, además, no sólo evita delitos sino que evita extender sobre todo el colectivo inmigrante la sombra de la sospecha. Seguramente no existen controles perfectos, pero lo más imperfecto es ningún control. Lo que no puede ser es que partidos que defendieron controles y restricciones extremos y fuera de toda mesura durante la pandemia, no acepten la más mínima medida de filtro en algo tan básico como las fronteras. ¿Hay algún partidario de la inmigración sin control y sin papeles que no tenga una puerta en su casa? Desde luego todos los magnates de DAVOS tienen vallas estupendas alrededor de sus mansiones. La pregunta es quizá si aquí ciertas actitudes hacia la inmigración masiva e irregular sólo se comprenden desde el punto de vista de la solidaridad (pero entonces seamos solidarios en origen), o más bien hay que sospechar lo peor desde el punto de vista de la demanda de trabajadores infrapagados, desde la enloquedica teoría del reemplazo poblacional, o desde el punto de vista de la importación masiva de votantes, puestos a pensar mal.