Napoleón. El buen dictador progresista

Parece que a los franceses no les está terminando de gustar Napoleón, la última película de Ridley Scott. La película presenta al sátrapa corso como un megalómano peligroso, lleno de claroscuros, que con sus ansias de grandeza dejó toda Europa sembrada de muertos. El esplendor imperial francés no termina por tanto de salir bien parado. La película además se dice que se encuentra plagada de errores históricos. La respuesta de Ridely ha sido decir “que se jodan los críticos”, lo que no deja de ser una salida bastante napoleónica.

Lo cierto es que la película de Scott no es un documental. Es decir, obviamente caben algunas licencias. En Malditos Bastardos (atención, spoiler) Tarantino no tiene problema en cambiar el curso de la historia haciendo que Hitler sea ametrallado en un teatro a manos de un comando estadounidense. ¿Y? En parte esa es la gracia de la película. ¿Por qué Tarantino tiene que hacer lo que esperamos de él cuando hace una película sobre la Segunda Guerra Mundial? Los mismos que reprochan que Napoleón no estuviera presente en la ejecución de María Antonieta, como así en cambio sucede en la película, después te venden que el PSOE es un partido que lleva más de un siglo defendiendo la democracia, lo cual es más falso que si Ridley hubiera metido a Napoleón en un concierto de Madonna. El rigor histórico es exigible a los historiadores, los cineastas pueden hacer lo que quieran. O por lo menos es una cuestión discutible. Lo ilegítimo es quizá vender lo fantasioso como estrictamente riguroso, no apostar abiertamente por un enfoque mixto o fantasioso. Igual que si a Franz Marc le da la gana pintar un caballo verde pues lo hace, porque no es un caballo, es un cuadro.

El hecho es que seguramente algunos críticos del afamado director de cine tienen una visión de Napoleón bastante más distorsionada y alejada de la realidad de la que muestra la película, como si Napoleón fuera un benefactor en vez de un sanguinario tirano. Un liberador de pueblos en vez de un opresor. Sobre muchos franceses probablemente pesa más la nostalgia de la grandeza imperial que la realidad del personaje, aunque sus conquistas fueran un imperio de ida y vuelta. Toda la expansión territorial napoleónica se evaporó a la misma velocidad a la que se formó. La gloria militar de Francia fue un destello en la historia. No negaremos el genio militar de Bonaparte, aunque en España entrara más con mentiras y malas mañas que con genialidad militar. Y desde luego Napoleón no pasó de país en país estableciendo la igualité y la fraternité sino su dictadura personal. No obstante lo cual, y ahí es donde Scott empieza a pisar algunos callos, Napoleón es en Francia un héroe nacional. No sólo en Francia. Para cierta parte de la izquierda Napoleón forma parte del gran catálogo de los buenos dictadores progresistas al representar, al menos en su imaginación, un oxímoron como el socialismo imperial. Para contentar a un izquierdista a veces no tienes más que quitar a un rey para poner un emperador.

A veces en España, en relación por ejemplo al Valle de los Caídos, hay quien se desgarra las vestiduras y se pregunta escandalizado en qué clase de país existiría un mausoleo dedicado a un dictador, reclamando que este tipo de construcciones hay que dinamitarlas en nombre de la democracia y la civilización. No hay que irse tan lejos como hasta Egipto ni pensar en desmontar las pirámides piedra a piedra, en Francia tienen un estupendo mausoleo dedicado a Napoleón. Es más, los oficiales franceses que pasan por la academia militar realizan una tradicional visita protocolaria a Los Inválidos en busca de inspiración.

Obviamente Napoleón también fue protagonista de un sanguinario conflicto civil, aparte de su sanguinaria y megalómana empresa imperial en el exterior. Suerte tienen los franceses que al menos a sus figuras históricas las pintan con claroscuros, porque en las figuras históricas españolas siempre nos faltan los claros. Lo que pasa es que los españoles, siempre con nuestros complejos, tenemos una vara de medir acomplejada para nosotros y otra vara de medir normal para los demás. Una vara de medir para Cortés, Pizarro o don Juan de Austria y otra para Napoleón. A ver cuándo Ridley Scott, para que podamos criticarlo, se anima con algún héroe español.

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