Matar al socialismo. Es el momento

Madrid, para escándalo del pensamiento único rampante, ha sido escenario de un aquelarre anarcocapitalista como pocas veces se ha visto. No es que ahora en el Salón Real del Casino de Madrid., o antes en VIVA 24, haya ocurrido algo enorme en términos cuantitativos, con multitudes uniformadas desfilando con antorchas, en línea con las cosas que quien en realidad practica y denuncia a partes iguales es el socialismo, sino que ha ocurrido y está ocurriendo en el mundo algo importantísimo en términos cualitativos. Y el socialismo lo percibe. Entiende la amenaza puede que mejor incluso que la derecha. Y por tanto está poniendo todos sus anticuerpos en juego al grito unánime de fascista, ultraderechista o cualquier cosa que piensen que pueda parar el fenómeno. Pero no van a poder parar el fenómeno.

Las ideas, la historia nos lo demuestra, no se pueden parar con insultos o bayonetas. Sí por un tiempo, pero no de manera permanente y definitiva. A una idea sólo la puede parar otra idea. Una superior. Una que al ponerse en práctica ofrezca un resultado mejor. Es por esto por lo que el socialismo se sabe en el fondo derrotado. El mero hecho de que se haya roto la ley del silencio y la gente se atreva a hablar de otra cosa ya es la derrota. Porque el socialismo está perdido en el debate, su única baza es la imposición del no debate, el muro, el redil ideológico con los pastores mediáticos garantizando la uniformidad y la sumisión.

Quizá se le podría reprochar a Milei ser un personaje excesivo, extravagante y exótico, cuestionable en sus formas y sus maneras. Desde luego no se trata de defender todo lo que hace y dice Milei, pero seguramente para romper el telón de acero discursivo impuesto por el socialismo ambiental hace falta un personaje de las características de Milei. Un tipo más diplomático y protocolario que diga lo mismo no es acaso posible aún. Es decir, si para llegar al foco tienes que atravesar nadando un foso, escapar de los cocodrilos, escalar la muralla, esquivar el aceite hirviendo, pelear con las furcias mediáticas que defienden las almenas, y romper a dentelladas los cerrojos que cierran la última puerta, no se te puede reprochar que cuando al final llegas bajo el foco estés sucio, mojado, desgreñado y con el traje desgarrado, y menos aún te lo pueden reprochar los que te han levantado el muro y puesto los cocodrilos para que mueras por el camino o llegues con el nudo de la corbata mal hecho.

De todas las cosas que se le pueden llamar a Milei, la más ridícula de todas es llamarlo fascista. ¿En qué momento un antiestatalista radical puede ser fascista? ¿Saben lo que significa ser fascista el 99% de las cacatúas que corean constantemente esa palabra? ¿Cuántos voceadores antifascistas son los que sin saberlo y sin mirarse en el espejo se identifican ellos con el fascismo?

Otra de las acusaciones con las que tiene que cargar el discurso de Milei es que es antisocial. La izquierda se ha apoderado hasta tal punto de palabras como “social” o “bienestar” que hasta una parte de la derecha le ha comprado el discurso. Por eso esa parte de la derecha nunca le puede ganar a la izquierda, si resulta que está jugando en su campo. Donde la gente pasa hambre o le faltan medicinas es en los regímenes socialistas. No es desmontando las políticas socialistas como crece la pobreza sino como se lucha contra ella. Es la izquierda la que quiere sociedades de pobres y desposeídos dependientes del estado y del partido. La alternativa a la izquierda no es un mundo en el que la gente muere de hambre o los niños pobres mueren en la puerta de los hospitales. ¿No vemos que eso es justo lo que pasa en los paraísos socialistas? En el mundo alternativo al que impone la izquierda no hay apenas pobreza, la gente es libre, la gente prospera, la gente es tratada como adulta, y al que no llega no se le abandona, pero se le ayuda o bien a través de un estado razonable y sostenible o bien por medio de instituciones privadas.

No es que Milei no crea en una sociedad solidaria, en lo que no cree Milei es en la solidaridad coactiva. La elección entre libertad y justicia social es un falso dilema. En realidad es en las sociedades sin libertad donde reina la pobreza. La izquierda no es más solidaria que la derecha. Los izquierdistas no son mejores personas. De hecho, lo que habría que preguntarse es si es buena persona quien, entre dos modelos, sigue escogiendo el que da peores resultados porque es el que coincide con sus prejuicios ideológicos, en vez del que realmente saca de la pobreza a las personas. En este sentido resulta patético ver a quienes durante décadas han jaleado el socialismo peronista en Argentina ver ahora que, tras sólo unos meses en la presidencia, le reprochan a Milei toda la pobreza acumulada. Mientras la gente era pobre, pero bajo un régimen socialista, a los izquierdistas españoles les importaba un protón el sufrimiento de los argentinos.

Los argentinos no han llegado a Milei pese a lo bien que ha funcionado el socialismo en Argentina, sino porque el socialismo la ha llevado a la desesperación. Lo que aterra a los socialistas es que las recetas de Milei, que son en gran medida las de la Escuela Austriaca, que son en buena medida las de la Escuela de Salamanca, empiecen a dar buenos resultados, que la gente de todo el mundo lo vea y que lo que funciona en Argentina la gente lo empiece a querer también en su propio país. Lo que Milei sí tiene a su favor, porque tiene formación, es no sólo el dejar que la gente vea que los resultados del socialismo son catastróficos y los del libre mercado son buenos, pero sin comprender el porqué, sino que él puede explicarle a la gente por qué el socialismo da esos resultados catastróficos y por qué la libertad económica funciona mucho mejor.

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