Uno de los más recientes boletines de Institución Futuro aborda un asunto cuando menos llamativo, el de la precariedad en el sector público. La Encuesta de Población Activa (EPA) del segundo trimestre de 2022 muestra que los trabajadores españoles del sector público sufren una temporalidad del 32,4%, frente al 19,8% del sector privado. No, no es una errata, de hecho es la tesis fundamental del análisis. La temporalidad en el sector público es mucho más alta que en el sector privado, tanto como 12 puntos más o un 63% más de diferencia.
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Desde luego Navarra no es una excepción en esta peculiar situación, bastante contraintuitiva respecto a los mensajes que solemos recibir sobre la maldad de los empresarios y del sector privado, guiado por la codicia, en contraste a la bondad y el sentido social que imperan en el sector público; el primero con su dinero y el segundo con el dinero de todos, por supuesto. El caso es que en Navarra no sólo se confirma que la temporalidad es mucho mayor en el sector público que en el privado, sino que esa temporalidad ha ido creciendo con los gobiernos de progreso y ya se ha disparado de una manera clamorosa durante la legislatura de María Chivite. En este caso además no cabe echar la culpa a Putin o al COVID porque la tendencia viene de antes. Por otra parte la tendencia a la temporalidad es bajista en el sector privado también con COVID y Putin.
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Todo lo anterior resulta bastante llamativo porque a determinados políticos, particularmente a los que más detestan la empresa privada, se les llena la boca sobre la calidad del empleo, cuando lo que de ellos depende, que es el empleo público, resulta que ostenta unos niveles de precariedad y temporalidad mucho mayores que los del sector privado. Y eso que en el sector público ni hay que competir ni hay un dueño de la empresa al frente que se juega su dinero. Y si hay problemas o se gestiona mal se tapan los agujeros subiéndole a la gente y a las empresas privadas los impuestos. Con eso y con todo la temporalidad es mucho mayor en el sector público y mayor cuanto más están en el poder supuestos gobiernos de progreso y campeones de lo público. Cuanto menos resulta todo desconcertante y curioso, al menos para quien siga pensando que lo que uno dice ha de ir respaldado por los hechos, y si no o tiene que cambiar su forma de actuar o, si resulta que su forma de actuar da el resultado contrario al esperado, lo que tiene que hacer es cambiar su discurso. Lo que no se puede es mantener un discurso que no se compadece con los hechos.
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