Maldita sea la unidad electoral del centro derecha

El espacio electoral del centro-derecha está roto, eso es un hecho. Lo está tanto a escala nacional como en cada una de las comunidades autónomas. Incluso en comunidades como Galicia o Navarra, en las que sólo hay diputados de centro-derecha de un partido, son más de uno los que se han presentado a las elecciones. Esa unidad de resultados no es por tanto una unidad de candidaturas y seguramente es insostenible que se mantenga en el tiempo. Y si hay algo que puede romper esa unidad es un pacto con el PSOE. Bastante tiene la derecha para permanecer unida sólo con sus tensiones internas como para pactar con la izquierda sin que la unidad se rompa por las costuras de la derecha. Pero puesto que con carácter general la unidad en España está rota, y seguramente en cuestión de tiempo rota en todas las comunidades, la pregunta acaso es si es malo.

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O sea, solemos dar por hecho que la unidad del centro-derecha es buena. O de la izquierda. Es decir, en términos de recuento de votos la unidad puede otorgar más diputados frente a unos rivales fragmentados, especialmente en circunscripciones pequeñas o en comunidades en las que se disputa un número escaso de diputados. Pero esto es sólo uno de los puntos de vista posibles desde lo que analizar el asunto.

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Un punto de vista alternativo sería el de abarcar el máximo espacio electoral posible, cosa que a lo mejor pueden conseguir más eficazmente dos o tres partidos que sólo uno. Es decir, si vamos tres personas al bosque a por setas y vamos todas al centro del bosque, a lo mejor recogemos menos setas que si nos repartimos el bosque por zonas y cubrimos todo el espacio.

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Existe sin embargo una forma todavía más alternativa de contemplar el asunto que es la del cliente del centro derecha. Es decir, los partidos de centro derecha no son a fin de cuentas más que organizaciones que compiten entre sí para atraer a un electorado, igual que las empresas compiten en el mercado por conseguir atraer a un consumidor. En el mercado es un problema para el cliente, que no para la empresa, el que no exista la competencia, aunque habría que ver entonces si podíamos hablar de mercado. El caso es que un cliente que no tiene alternativa tiene que recurrir a la única empresa que le ofrece determinado bien o servicio sea cual sea su calidad o su precio. A su vez la empresa, sabedora de que el cliente no puede marcharse a otra empresa, es probable que sucumba a la tentación de ofrecer un servicio o un producto mediocre y caro. ¿Por qué tendría que bajar los precios o esforzarse en ofrecer algo mejor si no hay competencia?

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Pues bien, en el mercado electoral pasa algo parecido. Si en el centro-derecha sólo hay un partido, este partido no tiene que esforzarse por simpatizar con todo su electorado ni esforzarse por atender a sus demandas, porque no tiene competencia y sus electores no tienen adónde ir, salvo acaso a la abstención. Puede despreciar a todos sus clientes descontentos porque no tienen otra compañía a la que marcharse.

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Es por esto y por lo anterior que la fragmentación de la derecha, que puede ser mala situación a la hora de distribuir los diputados, en cambio puede ser buena para conseguir más votos, o al menos para conseguir que no haya una parte del electorado de la derecha despreciado por un partido en régimen de monopolio. ¿La fragmentación del centro-derecha es entonces buena o mala? Pues depende, porque por todo lo visto y si no es excesiva sí puede ser hasta buena. O dicho de otro modo también puede ser que en un momento dado, desde alguno de los puntos de vista citados, la unidad sea lo malo. De hecho la unidad de la derecha es el lugar del que venimos y si se rompió fue por algo. Básicamente porque no funcionó, entendiendo que para muchos votantes de la derecha funcionar no sólo era llegar al poder, sino lo que después se hacía con él.

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Un comentario

  1. Buena reflexión, pero realmente lo que nos preocupa a muchos es el peso injusto que los partidos nacionalistas, sean de derecha, centro o izquierda, tienen en el conjunto del Estado. Es inmoral que partidos que abogan por su destrucción tengan la llave de su gobernabilidad. El caballo de batalla debería estar en cambiar la ley electoral (para el Congreso no para el Senado) que permite esto. Entiendo que en tres sentidos: a) Incrementando el porcentaje para tener representación del 3% al 6%. b) Que los partidos concurran al menos en 6 circunscripciones, así se obvia los nuevos partidos regionales que tienen trazas de incrementarse. c) Acabar con los «derechos históricos», cambiándolos como en otros países europeos por regímenes especiales y ordinarios. Es tan buena la ley electoral para los nacionalistas, que los nacionalistas catalanes que reniegan tanto de lo español, a esta ley la adoran, gracias a ella con un menor número de votos tienen más representación que los no nacionalistas.

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