Vaya por delante que no tenemos nada contra el gallego, el vascuence, el silbo o el catalán. Las lenguas no son ni buenas ni malas. Las lenguas son una herramienta, como un pincel o un violín. Puede haber belleza y arte en un violín antes siquiera de empezar a sonar, y puede ser además el violín heredado de un abuelo o un padre, con el lógico añadido de valor sentimental. Hasta ahí todo es entendible y normal. Por otro lado, el abuelo puede revolverse en la tumba oyendo como desafina el nieto y cómo maltrata y hace chirriar a su violín. Una novela vale por lo que cuenta y cómo lo cuenta, no por estar escrita en inglés o en catalán. El idioma no hace buena a la novela. Se pueden decir tonterías o cosas inteligentes en cualquier idioma. Poner demasiado el acento en la herramienta que es el idioma en vez de en lo que se hace con el idioma es como admirar la hormigonera al margen de si de ella sale una catedral o un mero montón de cemento. Pero también es absurdo tener una especial inquina por una lengua, un violín, un pincel o una hormigonera. Otra cosa es el desastre que perpetre el violinista.
Hoy es el día en que España, madrina del segundo idioma más hablado en el mundo (por encima del inglés, by the way), decide que en su casa del Pueblo se hable con pinganillo. Gran avance, sin duda.
— Luca Costantini (@LucaCostant) September 19, 2023
Hoy es el día en que los diputados españoles van a tener que usar un pinganillo para entenderse en el Congreso. No tenían ya bastantes problemas para entenderse en la misma lengua, ahora encima levantan entre ellos una barrera idiomática. Habrá que ver si los catalanoparlantes entienden a Rufián hablando su precario catalán, o si algún diputado del PNV tiene que ponerse un pinganillo para entender a su compañero. No menos digno de ver será el lío en la cabina de los traductores. O encontramos a unos tipos que hablen gallego, catalán y euskera o, para que el traductor gallego pueda entender lo que dice un diputado vasco, el traductor vasco tendrá que traducir primero el discurso al español al traductor gallego. La Torre de Babel va a ser el motor de un Ferrari comparada con el Congreso español.
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¿En qué momento es un avance que dos personas que hablan una lengua común necesiten un traductor para entenderse? ¿A que haga falta un traductor porque una de las dos personas se niega a utilizar la lengua común debemos llamarlo concordia? Es decir, ¿el conflicto es no querer poner un traductor o no querer hablar la lengua común? ¿Por qué cuando Rufián se reúne con Otegui o Puigdemont con Ortuzar hablan entre ellos en español en vez de usar traductores pero imponen traductores para hablarles a los demás? ¿Qué clase de mejora es que un español no entienda la mitad de lo que se dice en su parlamento nacional? Esto no se hace por amor a lo local sino por odio al español, y lo que se está haciendo hoy en el Congreso es institucionalizar el odio de los separatistas al español. Es decir, cuando dos personas que tienen una lengua común necesitan un traductor estamos ante una situación ridícula o ante una descortesía. Una cosa es necesitar un traductor por no hablar una lengua común y otra necesitarlo por negarse a hablar en la lengua común. A eso podemos llamarlo de muchas maneras excepto buscar la concordia. A levantar una muralla lingüística lo llamamos ahora “concordia”.
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Por lo demás hay un evidente engaño en todo este lío de los traductores y las lenguas locales. La izquierda nos vende que este babelismo es un paso hacia el entendimiento y la concordia, ¿pero es para eso por lo que ha impuesto traductores el nacionalismo? ¿Para derribar muros? ¿Para entendernos mejor? ¿Para que haya más concordia? ¿Para cementar la unidad de España? O los nacionalistas mienten a sus votantes o son el PSOE y Podemos los que mienten a los demás. Los traductores no pueden ser una medida impuesta por los separatistas al gobierno para generar desunión y al mismo tiempo una medida adoptada por el gobierno para fomentar la unidad. No puede ser que la misma pastilla que a unos se la recetan para dormir a los otros se le venden para mantenerse despiertos. Si las dos cosas no pueden ser ciertas al mismo tiempo la medida es una estafa y el gran beneficiado de la estafa es el estafador.
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