Los youtubers españoles (de derechas) ya no se van por la fiscalidad, sino por la falta de libertad

Está pasando. Seguramente no es el primer caso y probablemente, con la deriva actual, no será el último, pero el más reciente y sonado es el de la abogada y youtuber Begoña Gerpe, con más de 566.000 suscriptores. Hasta ahora habíamos asistido a una fuga de youtubers a causa de la fiscalidad, pero esta vez ya no es de la expoliación tributaria sino de la persecución ideológica de lo que tenemos que hablar.

Pasarse todo el día hablando del discurso del odio es el precedente necesario para justificar la adopción de medidas destinadas a combatir el discurso del odio. Es a quienes acusan a otro de practicar el discurso del odio, sin embargo, a quienes les suele salir el odio por los ojos. Normalmente hay mucho más odio en el que odia al odiador que en este. Ser señalado como «odiador» garantiza una automática avalancha de odio por parte de quienes supuestamente repugnan el odio. ¿Quién es además el sospechoso de practicar el discurso del odio y quién es el que califica lo que es y lo que no es discurso del odio? Con carácter absolutamente general es la izquierda y la extrema izquierda la que se arroga primero el derecho a decidir qué es discurso de odio, que acaba siendo todo lo que no sea repetir el discurso de la izquierda, y segundo el derecho a perseguir el discurso del odio, o sea todo discurso que no sea lo que dice la izquierda.

Hasta ahora habíamos asistido a la generación de este escenario que hemos descrito, y segundo a la dotación de herramientas legales a ese escenario para que la izquierda pueda pasar del señalamiento a la persecución legal y administrativa de todos los discursos que se opongan al suyo. El caso de Begoña Gerpe pone de manifiesto sin embargo que ya hemos pasado a la persecución material efectiva. Por un lado ya tenemos una youtuber de derechas que se tiene que marchar de España para poder hablar con libertad, y por otro con este caso ya tenemos un mensaje del poder a todos los youtubers que no sean de izquierdas para que, con el caso de Begoña Gerpe, sepan a qué atenerse si osan salirse un pelo de la línea obligatoria de pensamiento que impone la izquierda. ¿Quiénes serán las siguiente? ¿Maricel? ¿Ramsey Ferrero?

El modus operandi contra Begoña Gerpe ha sido utilizar una batería de denuncias por parte de diversas plataformas y colectivos que alimenta la izquierda. Estos colectivos tienen todo el dinero (el de los impuestos) y todo el tiempo del mundo para tener a una persona visitando los juzgados durante años y dejándose el patrimonio, por no hablar de su señalamiento social y mediático. ¿Quién es víctima real del discurso del odio? Atendamos a los hechos. La víctima del odio es la que, aparte de todas las amenazas e insultos que recibe por las redes, pero que al parecer no son relevantes porque provienen de simpatizantes de la izquierda, ha tenido que huir de España para escapar de una situación de señalamiento y persecución judicial. No es Begoña Gerpe la que practica el discurso del odio, sino quien lo sufre. ¿Quiénes son los que en España tienen problemas por decir lo que piensan? ¿Los influencers de izquierdas o los de derechas? ¿Qué hay que decir para vivir tranquilo en País Vasco, Navarra o Cataluña? ¿Lo que dice la derecha o lo que dice el nacionalismo? ¿A quiénes no les dejan pronunciar conferencias en las universidades? ¿A quienes les boicotean los mítines, les tiran piedras y botellas, les vuelcan las mesas si intentan hacer un acto político en la calle? ¿A los partidos de derechas o a los de izquierdas? ¿A los patriotas o a los separatistas? El sentido real del discurso del odio y de la represión está claro. Por lo demás es un viejo recurso llamar asesino al asesinado, represor al reprimido u odiador al odiado. Basta sin embargo ver de dónde vienen las piedras y hacia quién van en el mundo real, o ver quien se puede quedar para decir lo que piensa y quién se tiene que marchar.

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