Las medidas económicas que debe tomar España para convertirse en una potencia, según Rubén Manso

 

Rubén Manso, nuevo presidente del Centro Diego de Covarrubias

Aunque Rubén Manso ya no sea el portavoz económico de VOX ni diputado en el Congreso, su voz autorizada se sigue dejando oír a través de las redes sociales, ciertas publicaciones, o las conferencias que pronuncia ante determinados foros, en el caso que nos va a ocupar a continuación la Asociación Libertaria Austriaca.

Por si fuera poco, don Rubén ha sido nombrado hace escasas fechas presidente del Centro Diego de Covarrubias, el Centro de estudios o «tanque de ideas» español de referencia en economía y cristianismo donde tienen cabida los  que quieren profundizar en una economía de mercado y libertad (en todas sus variantes) compatible con su fe. 

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Si escuchar a Manso siempre resulta interesante, mucho más cuando el estimulante título de su ponencia es “Las medidas económicas que debe tomar España para convertirse en una potencia”. Dicen que ningún viento es bueno para el barco cuyo capitan no sabe dónde quiere llegar, así que resulta recomendable marcarse siempre un objetivo y mejor aún que este sea un objetivo ambicioso. No imposible, ambicioso. Y sí, claro que España podría ser una potencia, por tamaño, población, cultura, recursos, preparación… El problema es que nunca llegaremos a ser algo que no ambicionemos ser ni lo conseguiremos sin esfuerzo o sin aplicar las políticas adecuadas, no digamos abrazando políticas contraproducentes. ¿Pero de qué medidas estamos hablando? ¿Cúal es el diagnóstico de Rubén Manso?

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Naturalmente recomendamos la disertación completa de don Rubén, que no olvidemos es Doctor en Economía e inspector del Banco de España en excedencia, pero por resumir expone 3 propuestas para cambiar el motor económico-social español convirtiéndolo en uno con mucha más capacidad de propulsión.

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La medida fundamental, y ya veremos que las 3 medidas que se proponen se encuentran estrechamente relacionadas entre sí, es la recuperación del principio de subsidiariedad. Es decir, el principio de que el estado sólo debe hacer lo que, siendo necesario hacer, no hace el sector privado. O sea, justo lo contrario de lo que está sucediendo en la realidad. El resultado de esa inversión del principio es un estado elefantiásico, carísimo, en gran medida ineficaz, dedicado en buena parte a cuestiones perfectamente prescindible o que podría hacer mejor la sociedad civil, y cuyo exagerado mantenimiento asfixia y gripa el crecimiento económico español. De hecho no es ya que el estado sólo haga lo que siendo necesario hacerse no lo hace el sector privado, sino que al sector privado sólo se le deja hacer aquello de lo que no se encarga el gobierno, no se reserva el estado o directamente no está prohibido que haga el sector privado. Todo lo cual es cada vez un espacio más estrecho. Urge por tanto definir bien las funciones básicas del estado y podar radicalmente lo demás.

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Otra medida fundamental y evidentemente relacionada con lo anterior es repensar el papel del individuo en la sociedad, como sujeto libre, protagonista y responsable de su destino. El individuo tiene la obligación de no ser una carga para los demás. Una vez más el pensamiento dominante, sin embargo, parece llevarnos por otro lado en la actualidad. Como si la sociedad estuviera llena de cargas hacia el individuo. Como si papá estado tuviera que mantener a todos sus hijos y tanto más cuanto más quejicas, demandantes, improductivos y vagos. Conste que en todo esto añadimos un poco de nuestro propio lenguaje al de don Rubén Manso.

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Naturalmente esto no quiere decir que la sociedad civil en primer lugar, empezando por la familia, el círculo más cercano, instituciones privadas o en último término el propio estado no deba ayudar a las personas que no pueden valerse por sí mismas, que padezcan alguna discapacidad, o que se encuentren en una situación de penuria, pero sin menoscabo de que el principio general debe ser el de que los individuos deben automantenerse, de que la solidariadad pública debe hacerse llegar al que no puede, no al que no quiere, y que el hijo de papá estado no puede ser un elemento menos despreciado que el hijo de papá a secas. Con la diferencia a favor del hijo de papá de que a ese no lo pagamos nosotros.

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Finalmente, un tercer principio rector de la política española deberá ser la recuperación del parlamento como cámara de representación encargada de controlar al poder para limitar sus demandas fiscales. En realidad esto sería una vuelta a los orígenes del parlamentarismo cuando este nace como un límite a los abusos de las cargas que los soberanos establecían sobre sus súbditos. Una vez más volvemos sobre la misma idea de que la carga fiscal debe ser la mínima imprescindible porque el estado, por el principio de subsidiariedad, debe a su vez encargarse sólo de cierto número de cosas fundamentales y sólo en los casos en que la propia sociedad civil no pueda autogestionarse. Un estado así entendido consumirá menos recursos, será menos gravoso, exigirá una política fiscal menos asfixiante y dejará más renta disponible a los ciudadanos para llegar a fin de mes, ahorrar, invertir y hacer crecer la economía y el empleo.

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A este respecto Rubén Manso aportó algunos datos como que, en términos reales, España de hecho apenas crece desde los años 80. El PIB ha crecido un 145% en 43 años, lo que en términos reales se traduce un crecimiento de apenas el 2,1%. Con la renta per cápita pasa algo parecido. Sin embargo, la presión fiscal casi se ha doblado en ese período, pasando del 21,7% al 38,8%. La deuda pública, atención, en ese plazo se ha multiplicado por 94. Por 94. Este crecimiento del esfuerzo necesario para financiar al estado explica nuestro estancamiento. Apenas crecemos porque mantener el estado demanda todos nuestros recursos. Incluso los fervientes partidarios del estado del bienestar debieran entender sin embargo que, si lo público es una parte de la tarta, interesa que la tarta no pare de crecer y que el estado del bienestar no aumente a costa de que el gobierno cada vez se lleve una proporción de tarta mayor, sino porque el tamaño de la tarta cada vez sea mayor.

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Si el crecimiento real desde los 80 ha sido anémico, la situación desde la crisis de 2007 alcanza ya tintes dramáticos. La renta per cápita real ha caído un 8%. El PIB ha subido algo pero es más lo que ha crecido la población, por lo que si dividimos el PIB entre la población la renta per cápita es de hecho menor.

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Los efectos perniciosos del coste de esta estatalizacion por encima de nuestras posibilidades han empezado a notarse de forma angustiosa durante los últimos dos años en la economía de las familias, porque se empiezan a notar aceleradamente, como en cualquier sistema que se descompone. Son la consecuencia de habernos instalado en un modelo que nos lleva hacia la argentinización de la economía y de la sociedad española. Por eso no ya no somos pujantes. Por eso no nos estamos convirtiendo en una potencia. Y por eso este es el curso que habría que revertir para llegar a convertir a España en una potencia. ¿O podemos esperar algo distinto sino un agravamientos de los males haciendo lo mismo durante otros 24 años? La cuestión es a qué nivel tendrán que llegar nuestros males para que nos cuestionemos el rumbo y las políticas que nos traen a este punto. Lo que está pasando en Argentina nos permite comprobar que ese cuestionamiento llega más tarde o más temprano, sólo que a veces hay que caer mucho hasta que ese cuestionamiento aparezca y sea mayoritario. Lo interesante es no sólo no necesitar una caída del calibre de Argentina para realizar nuestro propio cuestionamiento, sino llevarlo a cabo no mirando hacia abajo sino hacia arriba. Pensando en lo que propone Rubén Manso. Pensando no ya en cómo salir del pozo, sino en cómo llegar a ser una potencia. Hay que ser ambiciosos. Hay que temer ilusión por el futuro.

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