Ayer se publicaba la información, poco después desmentida por la interesada y la cadena, de que la actriz Elisa Mouliaá, la denunciante de Errejón, había firmado un lucrativo contrato con Mediaset para participar en diversos programas e incluso colaborar en un documental sobre el caso. El desmentido no despeja sin embargo por completo las dudas porque ni parece quedar cerrada a futuro esa posibilidad, ni se descarta que pueda haber existido algún contacto con la actriz no directamente con la cadena, sino por medio de alguna productora independiente. Sea lo que sea, por ver o por no ver, sabremos la solución por televisión. Lo que está claro es que la actriz no ha optado tras su denuncia por el silencio y la discreción.
Al saltar las anteriores informaciones sobre Elisa Mouliaá, resultaba inevitable establecer paralelismos con el caso de Jenni Hermoso y su trayectoria posterior al famoso beso. La futbolista nada menos que dio las campanadas de Nochevieja en RTVE, cobrando por ello una jugosa retribución. Además ha protagonizado un documental y hasta se ha intentado ponerle su nombre a un pabellón en Madrid.
Lo cierto es que el famoso beso de Rubiales, por más que reprobable como todo en este personaje, ha sufrido un curioso periplo existencial. Para empezar fue un hecho, supuestamente una agresión sexual según el actual Código Penal español, que tuvo lugar en un estadio de fútbol lleno de gente, delante de miles de personas, delante de las televisiones y delante de decenas de miembros de las fuerzas del orden. Allí en cambio en directo nadie actuó como si se hubiera cometido un delito flagrante. La propia afectada, más tarde, ya en el autobús, bromeaba y bebía con sus compañeras hablando de lo sucedido, sino darle más trascendencia ni evidenciar consecuencias traumáticas.
Quienes percibieron la actuación de Rubiales como una agresión sexual no fueron por tanto la afectada ni los miles de testigos presentes, sino políticos en un despacho que poco a poco le fueron convenciendo a la futbolista, a su entorno y a la opinión pública en general que había sido víctima no ya de un comportamiento impropio, sino de una agresión sexual.
El hecho es que en aquel momento a la futbolista se le abrió ante su futuro una importante disyuntiva vital. Por un camino no daba mayor trascendencia al asunto, lo dejaba pasar y continuaba con su vida normal. Por el otro camino, se convertía en una estrella mediática, daba las campanadas en la tele, le hacían un documental y hasta podían poner su nombre a algún pabellón. Es más, si algún entrenador tenía la osadía de dejar de convocarla, podría denunciar el hecho como un complot patriarcal. Alguien podría pensar que los incentivos que se han creado invitan a denunciar. El problema es que cuando una denuncia se convierte en lucrativa, también se genera la duda de si el lucro es la consecuencia o la causa de la denuncia.
Existe además en todo este asunto una derivada política. Como se ha señalado, podría pensarse que al producirse el gesto de Rubiales se sintió más agredida alguna ministra que la afectada, y que la afectada no sabe que es afectada hasta que se lo explican, convirtiéndose el suceso en un evento político. En el caso Errejón, no falta quien piensa que se trata todo de una venganza política, en la que el sector Podemos ha estimulado la aparición de denuncias y testimonios que pudieran castigar al sector Sumar. Del mismo modo, tampoco falta quien prevé que denuncias similares pueden llegar en el futuro en sentido inverso por el mismo canal, porque en el entorno podemita de «la Complu» y las retuerkas parece que podía existir mucho comprotamiento escasamente ejemplar. Al estallar el caso Errejón, se nos dijo que había muchas más denuncias con más lideres políticos afectados de las que en breve sabríamos más. Después llegó la DANA, el destape de Aldama y toda la vorágine informativa nacional. Pero si aquellas sospechas efectivamente llevaban razón, pronto sabremos más, quizá en cuanto nos de alguna tregua la actualidad.