La reducción de la jornada laboral, medida estrella de una cada vez más desleída Yolanda Díaz, ha sido estos últimos días motivo de fricción entre el PSOE y Sumar. El ministerio de Economía ha paralizado la tramitación de la reducción de la jornada laboral por la vía de urgencia, desatando el pánico en una desautorizada Yolanda Díaz incapaz de disimular su creciente irrelevancia.
En medio de esta colisión de egos, de intereses y de necesidades políticas, sabiendo todos que decir “luego” es la forma más elegante de decir “no”, Yolanda Díaz llegó a declarar que el ministro de Trabajo era una casi mala persona. Ser buena persona es por lo visto una cosa que se mide en función de la proximidad ideológica con Yolanda Díaz. Al menos no lo llamó fascista.
Cabe preguntarse sin embargo cuál es la amplitud del “casi” que divide a las buenas de las malas personas de progreso en el caso de la propia Yolanda Díaz. Es decir, no hace falta ser un lince para darse cuenta de que nos están reduciendo la jornada laboral al mismo tiempo que nos alargan la edad de jubilación. ¿Lo comido por lo servido? No, es mucho más lo que perdemos por el retraso en la edad de jubilación. Y el retraso en la edad de jubilación es un hecho consumado, la reducción de la jornada laboral no. Todo ello sin entrar siquiera en el debate sobre si la reducción de jornada es buena o no, y si se puede llevar a cabo sin perjudicar la productividad, sino hablando tan sólo de la prestidigitación política y de los engaños a la población.
Nos encontramos por tanto ante anuncios, medidas, maquillajes, poses y discursos que no son en manos de los partidos de izquierdas más que una pantomima de corte social. No hace falta ser un lince para ver la trampa pero vale lo mismo el voto de un topo que el voto de un lince. Hay quien desprecia a Yolanda Díaz o a la izquierda en general diciendo que parece que habla para tontos, pero si empezamos a contar los linces y los topos, a lo mejor nos encontramos con que los topos son más.