La fresa de Huelva y la intervención del Estado

En los últimos días, hemos tenido conocimiento de un boicot contra la producción hortofrutícola de fresas en la provincia de Huelva. La responsable sería una plataforma alemana vinculada al Partido Socialdemócrata Alemán, socio del PSOE.

En teoría, dícese que la campaña de boicot es una estrategia de denuncia, a la que ya se habrían adherido más de 150.000 personas, contra la ley de regadíos que han propuesto el PP y VOX en Andalucía, para evitar problemas de sequía que lastren la labor agricultora, en los entornos próximos a Doñana.

En teoría, sería una campaña política de corte ecologista, que responde al bulo de la desertización y desecación del Parque Nacional de Doñana (otra fallida estrategia electoralista y apocalíptica del PSOE).

Pero también da la coincidencia de que la cosecha de fresas alemanas, en los länder de Baden-Württemberg, Baviera, Baja Sajonia (Niedersachsen), Renania del Norte – Westfalia y Schleswig-Holstein, ya habría comenzado.

Y sí, Pedro Sánchez, haciendo política, ha preferido apoyar a quien actuaría en contra de nosotros por pura política, quitándole a los agricultores onubenses muchos más motivos para volver a confiar en la PSOE y en sus satélites.

No obstante, aunque quizá sea algo breve, creo que este mal escenario debería de ser una oportunidad para llegar a una serie de conclusiones que ayuden a desmontar la propaganda que, a costa de nuestra «mieditis constante», nos van inoculando.

El «producto nacional» no necesita de un Estado protector

Es habitual escuchar que conviene la intervención del Estado en la economía para frenar posibles abusos que destruyan los productos de nuestras empresas, de nuestros fabricantes, agricultores y ganaderos.

Pero vamos descubriendo más razones de la inviabilidad del llamado proteccionismo. Sabemos que las medidas que pretenden «evitar la competencia extranjera» acaban ahogando a los productores directa o indirectamente (se dan también los efectos de rebote). El arancel es un «todos contra todos».

De igual modo, sabemos que fomentamos el empobrecimiento conjunto del mundo. Y sí, no logramos que el sector crezca. Una prueba de ello fue la antítesis entre la liberalizada agricultura neozelandesa y la hipersubvencionada agricultura europea, que apenas crece.

Además, ahora vemos que los mandatarios, al mismo tiempo que nos asfixian, pueden utilizar nuevos rehenes y juguetes para sus causas políticas, que solo responden al interés en perpetuarse en el poder, para ejecutar sus proyectos opresores.

La eurocracia soviética no es el espacio ideal de libre comercio

Es habitual que se nos diga que si abandonamos la unión política sovietizada bruselense correríamos el riesgo de aislarnos comercialmente. Es cierto también que el Espacio Económico Europeo y el Espacio de Schengen han tenido su lado bueno al facilitar la libre circulación de bienes (el problema está en la seguridad de la inmigración descontrolada).

Pero no solo es verdad que detrás de todo esto hay una armonización orientada a la consecución de un Estado único, sino que precisamente, los más partidarios de la integración, cada uno a su manera, consienten ataques de Estados contra productos de territorios miembros. Y lo que ha hecho Alemania ya lo hizo Francia en su día, con los camiones. Ergo, no hay tanta paz como nos venden…

La sana competencia entre empresas como solución

La mejor manera de promover cualquier producto nacional es seguir las reglas del principio de no agresión y aplicar el principio de espontaneidad comercial. Que sea el consumidor, en el ejercicio de la democracia interna misesiana, que no resulta del qué dirán ajeno, sino de su propia voluntad, quien determine cuál es el mejor producto.

Oferta y demanda, básicamente. No hace falta entrar en medidas tramposas intervencionistas ni mezclar campañas políticas con intereses de países terceros. Lo único que debe y puede hacer un Estado, mientras que exista, es dejar de asfixiar económicamente, con impuestos y burocracia, a agricultores y emprendedores.

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