La elegancia ¿contamina?

Este pasado viernes día 29 de julio, Pedro Sánchez compareció ante los medios de comunicación con motivo de una rueda de prensa. Esta tuvo lugar en el Palacio de la Moncloa antes de utilizar su helicóptero Super Puma y desplazarse a la base aérea militar de Torrejón de Ardoz.

La rueda de prensa podría no haber tenido nada de interés más allá de escucharse a sí mismo y hacer propaganda a la vez que hace daño a España. Pero no fue así. Hubo una propuesta que podría considerarse como graciosa, aunque no ha de quedar la cosa ahí.

Pedro Sánchez afirmó que recomendaba a sus ministros que, con el fin de «lograr el ahorro energético«, se prescindiese totalmente del uso de la corbata. Sí, fue totalmente en serio, aunque parezca surrealista.

Debe de ser que cuando hay olas de calor, prescindir de corbata hace innecesario el uso de un ventilador o de una consola de aire acondicionado. Debe de ser que la gente que va con camiseta, bermudas y sandalias de goma se siente como en el Polo Norte.

Pero yo creo que hay algo que trasciende el asunto. Es criticable, aunque eso no implica faltar el respeto hacia una persona por el mero hecho de tener sus propios criterios de estilo y de estética. En verdad, no se trata de eso.

Llevamos unos años en los que lo más radical de la izquierda española ha optado por transgredir cierto decoro de vestimenta en las instituciones políticas, tales como los parlamentos y las sedes gubernamentales.

Los políticos de formaciones como PODEMOS y Más Madrid empezaron a marcar tendencia con las rastas y los estilos excesivamente casuales. De hecho, sus gestantes de calle, a los que ellos mismos canalizaron, ya tenían su estilo peculiar.

Durante las protestas del llamado 15-M, caracterizadas no solo por el mensaje de fondo colectivista, sino por el incivismo y el caos callejero, también se veía cierta decadencia en lo relacionado con la vestimenta, la paz pública, el civismo y el cuidado del espacio público.

A todo esto, quizá convendría encontrar alguna causa originaria. Como sabemos, los fines últimos que detesta la Revolución tienen relación con el Bien y la Verdad, siendo estricta y totalmente implícito a ellos el concepto de la Belleza.

De hecho, se puede decir que se habla de una «estrategia contraria al pulchrum«, que impide al hombre tener facilidades para elegir bien allá donde predominan las naturales, legítimas y evidentes desigualdades armónicas, ya que no todo depende de un mero patrón homogéneo.

Lo bello es contrarrevolucionario y al socialismo no le gusta el orden bien entendido, sino la ordenación con fines de sumisión, para manejar totalmente a la sociedad, para que no piense, para que se vea abocada a la pérdida de control y de libertades. La decadencia es parte de su estrategia.

Y no, no se trata de criticar lo innovador y moderno, porque la vanguardia espontánea no tiene nada de malo, aparte de no tener que romper con la base. La modernidad es más bien un complejo ideológico que un fruto del orden espontáneo.

Con lo cual, si no hablamos de una mera cortina de humo para evitar hablar de la inflación o de la corrupción de los EREs, puede decirse que se trata de una sutil tarea de ingeniería social para acostumbrar a la gente a la decadencia estética donde menos conviene.

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CLAVES EN OPINIÓN

Un comentario

  1. Supongo que habrá invitado a la comunidad musulmana a retirar la obligatoriedad para las mujeres de llevar el niqab, hijab, burka, chador y dupatta por los mismos motivos medioambientales y de racionamiento de la energía (eso de llamar al racionamiento de toda la vida «medidas de ahorro» no se lo creen ni ellos)

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