Hoy es uno de esos días que hay que celebrar tanto por lo que ha pasado como por lo que no ha pasado. Si hubiera ganado Kamala Harris la situación sería devastadora. Un día como hoy se prueba que la maquinaria woke no es todavía invencible. Si hubieran ganado los “demócratas”, como decía Elon Musk podrían haber sido las últimas elecciones libres en los EEUU. Por un lado por la constante alteración del censo que representa la inmigración masiva y descontrolada, por otro porque Kamala representaba abiertamente las ansias de censura y represión de la libertad de expresión que caracterizan al mundo woke y ultraizquierdista. La victoria de Donald Trump de hecho no se explica sin esta nueva realidad que es la prevalencia de las redes sociales sobre los medios tradicionales. De ahí ese ansia de los políticos izquierdistas por atacar la libertad en las redes sociales, porque los medios tradicionales ya los controlan salvo contadísimas excepciones.
La victoria de Trump no es un asunto lejano que nos afecta tangencialmente salvo que no entendamos en absoluto el momento histórico que estamos viviendo. Ninguna de las chifladuras que tan ardorosamente defiende la izquierda española, desde la ideología de género a la intervención de los precios, es un asunto original de la izquierda española. La batalla de las ideas es global. El modelo de sociedad que se nos quiere imponer es global. La batalla en el mundo de las universidades, el ocio, el cine o las series es global. No es lo mismo luchar aquí contra una especie de gobierno mundial ultraizquierdista que en un escenario global en el que las fuerzas están divididas y existe todavía confrontación.
Por supuesto la victoria de Trump es una gran derrota para la Agenda 2030 y los designios davosianos. Por lo menos Trump y Musk son personalidades que cuestionan todo el potaje ideológico woke y neocomunista que llega desde estos foros de manera impositiva y totalitaria. Queramos o no los EEUU siguen siendo la primera potencia del mundo y que el presidente sea o no un agendista es un asunto diferencial. No en vano se da la paradójica circunstancia de que las grandes publicaciones económicas han estado apoyando a Kamala Harris en vez de a Trump. Es decir, los grandes poderes económicos que prosperan acostándose con el gobierno en vez de triunfando en el libre mercado están con Kamala Harris y con la Agenda 2030, lo mismo que el Ibex35. Es mucho más fácil vivir del dinero de los contribuyente durmiendo con el gobierno como la Jessica de Abalos que salir a competir y a comerciar en el capitalismo real. Se vive muy bien si el gobierno es el único cliente al que tienes que contentar.
La inmigración ha sido uno de los asuntos estrella de la campaña electoral de Trump, porque una vez más nos encontramos ante un debate global que nos afecta a todos. Por eso la victoria de Trump es una victoria para todos los patriotas y una derrota para todos los globalistas. Si no hay paredes lo que tienes no es tu casa, es una calle.
La causa provida también está de enhorabuena. No seamos ingenuos, seguramente no va a haber un cambio radical, pero un cambio legal exige un previo cambio social y de mentalidad. La victoria de Trump es un avance en la buena dirección. El aborto no puede no estar cuestionado. No puede ser una práctica normalizada y siempre en aumento. La defensa de la vida tiene que avanzar tanto como sea posible y cuestionar el límite cuando se llegue a algún límite. El progreso de una sociedad no se puede medir en el número de abortos que comete. La mujer que aborta no decide sobre su propio cuerpo como pretende Kamala. El bebé, que en el 50% de los casos es una niña, está en el cuerpo de la madre pero no es la madre. Por eso una mujer no es una persona con dos cabezas, dos corazones, cuatro brazos y cuatro piernas. Pretender usar el aborto como un método de control de la natalidad es un planteamiento salvaje. Una sociedad que no se fundamenta en el respeto a la vida humana de sus propios hijos es una sociedad monstruosa. Como decía Milei, el aborto es un crimen agravado por la inocencia y la indefensión del asesinado así como por el vínculo con el asesino, la propia madre. Sin excluir naturalmente la responsabilidad del padre que huye dejando sóla a la madre o participa directamente como cómplice en el aborto.
Un asunto no menor en todo este análisis es el hecho de que se haya intentado asesinar a Trump al menos tres veces durante esta campaña. Trump llega a la Casa Blanca con un trozo de oreja menos que en la presidencia anterior. Así de cerca ha estado una bala de sustituir a la voluntad popular. Así de anormal es toda la situación. Para muchas personas fue un milagro que Trump aquel día salvara la vida. ¿Pero para qué salvó Dios la vida a Trump si ahora ha perdido las elecciones? Esta es una pregunta que hoy ya no tenemos que hacernos. Dios escribe a veces derecho con renglones torcidos pero tampoco tiene problema para hacerlo con renglones derechos. Merece la pena detenerse un momento más en el asunto de la violencia. No sólo es que se haya intentado asesinar tres veces a Trump, es que durante el anterior mandato de Trump, tomando como pretexto el Black Lives Matter, la izquierda desató una oleada de violencia callejera salvaje contra la presidencia republicana. ¿Aceptará ahora la izquierda pacíficamente esta derrota en las elecciones o volverá en breve a desatar una ola de violencia e incendiar las ciudades? Trump debe estar preparado tanto para la posibilidad de sufrir nuevos atentados como para tener que enfrentar una revuelta violenta y antidemocrática en las calles, que por supuesto será jaleada por todos los medios y el establishment.
La victoria de Trump significa aparte de todo resolver una anormalidad democrática. Hemos asistido en los últimos meses a la evidencia de un presidente Biden con sus facultades disminuidas más allá de lo aceptable, al punto que tuvo que ser sustituido como candidato in extremis por Kamala tras un debate. Si por un lado esta sustitución se hizo sin primarias, sin debate, sin candidatos y sin democracia, todo lo cual es lo que encarnaba Kamala, la pregunta es quién tomaba las decisiones en la Casa Blanca durante los últimos meses o años. Lo que parece seguro es que no era Biden.
Trump ha ganado por lo demás a lo grande. Ha ganado la presidencia, seguramente va a conseguir la mayoría en el Congreso, ha logrado la mayoría en el Senado y ha ganado en voto popular. La izquierda woke ha sido literalmente apisonada. Pero hay una cosa que ojalá Trump y su gente pueda entender, porque en España nunca se entiende cuando gana la derecha. La victoria no es llegar al poder. El trabajo no se acaba al ganar las elecciones., Todo lo contrario, la victoria es sólo una condición necesaria para poder empezar a cambiar las cosas. El día que se ganan las elecciones no es cuando acaba el trabajo sino cuando empieza. O se empiezan a cambiar las cosas sin contemplaciones y desde el día primero o se dejará pasar una ocasión histórica. Es más, o las cosas se hacen ahora o si se vuelve a perder el poder es posible que ya nunca se puedan hacer. Este es el punto en el que estamos. Las grandes oportunidades o se aprovechan o pueden ya nunca volver.