Estancamiento en Ucrania

Llevar en este confidencial casi dos meses -vacaciones de por medio- sin hablar de la situación de la guerra en Ucrania nos permite volver sobre el asunto con una cierta perspectiva que quizá se pierde en el día a día. Seguramente lo más llamativo es que la situación en el terreno sigue exactamente como la dejamos. En los dos últimos meses no se ha movido nada en el frente. Ninguno de los dos bandos avanza ni retrocede. Por lo menos no significativamente. Lo significativo es precisamente la falta de movimiento. La guerra se ha estancado completamente. O sea, que a corto plazo no parece que la situación se vaya a solucionar militarmente.

Si volvemos más atrás, lo que observamos es que los movimientos significativos sobre el campo de batalla tuvieron lugar al comienzo de la guerra, y esos movimientos consistieron en el intento y el fracaso de Rusia en tomar Kiev o Járkov, desencadenando la obligada retirada a las fronteras actuales del frente y la pérdida por el camino de un enorme capital humano y material.

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Rusia no sólo está experimentando por su estancamiento en Ucrania pérdidas humanas y materiales más que apreciables, sino también reputacionales desde el punto de vista militar. La percepción de la capacidad real del ejército ruso y de su material ha quedado severamente tocada con esta guerra. En realidad la superioridad del material occidental resulta bastante evidente desde los últimos enfrentamientos árabe-israelíes, pasando por la guerra de Irak, y eso que el apoyo material occidental a Ucrania se limita a material ligero, un poco de artillería y los famosos pero escasos lanzacohetes HIMARS. Frente al terror inicial, ahora mismo el miedo al poder militar de Rusia -armas nucleares aparte- es notoriamente menor que al iniciarse la invasión de Ucrania. En vez de una demostración de poder, Putin ha llevado a cabo una demostración de debilidad, al menos en el terreno militar. Llevamos 183 días de guerra y es como si el Barcelona llevara jugando 300 minutos contra el Puerta Bonita y siguieran empatando el partido a cero.

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Conviene valorar en su medida el fracaso militar de Putin porque si Rusia hubiera tomado Ucrania en una semana con pocas bajas, colocado a un gobierno títere y situado sus divisiones en la frontera con Polonia, ahora estaríamos en un escenario mucho más complicado, por no mencionar lo animado que podría estar Putin a alimentar sus ansias zaristas con nuevas conquistas. El naufragio del material ruso en Ucrania seguramente también es una buena noticia para Taiwan y para toda esa región del mundo. Maniobras y exhibiciones aparte, China sabe que su material militar es básicamente una copia del ruso y que un asalto sobre la fortificada Taiwan podría salirle muy caro. Volviendo a Ucrania una de las claves para desbloquear el conflicto es, como casi siempre, lo que decidan los EEUU, que tienen la llave para alterar el statu quo según lo que quieran, aumentando o reduciendo el flujo de armas a Ucrania. Si lo aumentan le presionan a Putin, y si lo reducen le presionan a Zelensky. Por lo pronto, EEUU tiene la oportunidad de provocarle un desgaste atroz al ejército ruso sin arriesgar la vida de uno sólo de sus soldados.

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Como elemento positivo, entre las nuevas formas de hacer la guerra que se están observando en Ucrania no ha tenido un papel relevante -de momento- la temida guerra cibernética. Es decir, que no se ha evaporado de golpe todo el dinero de nuestras cuentas corrientes, o se han borrado todos los archivos del sistema de Salud o de la Seguridad Social de todos los países, o se han caído las redes durante semanas. Lo que no pasa, a veces, por suerte también es noticia.

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El estancamiento militar y el fracaso de Putin en el frente contrasta sin embargo con los problemas que a causa de la guerra está teniendo Occidente, particularmente Europa, en el campo económico y energético. Aunque a lo mejor este planteamiento está mal. Asumimos que los problemas energéticos son consecuencia de la guerra de Ucrania cuando puede que la realidad sea justo lo contrario, es decir, que la guerra de Ucrania sea la consecuencia de nuestros problemas energéticos. La izquierda y los ecologistas, haciendo tan dependiente a Europa de Rusia, han hecho sentirse a Putin lo bastante fuerte y seguro de sí mismo como para invadir Ucrania. Nuestras carencias energéticas no son la consecuencia, sino la causa de la guerra. Y tenemos esas carencias porque hemos apostado por un modelo energético antinuclear que, aparte de caro y discontinuo, nos ha hecho vulnerables y dependientes del gas. Ahora podemos elegir si por causa de ello nos toca sólo sufrir o pedir además a los culpables algún tipo de responsabilidad. O reflexionar sobre si los mismos que nos han traído hasta aquí son los que ahora nos pueden sacar.

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