No estamos preocupados por la seguridad porque miramos las estadísticas, sino que acudimos a las estadísticas de seguridad porque estamos preocupados. Porque tenemos ojos. Porque pisamos la calle. Porque escuchamos a los demás. Entre lo que uno ve y las estadísticas del gobierno, en caso de conflicto, conviene quedarse con lo que uno ve. Está el gobierno como para fiarse de él. En este caso sin embargo las estadísticas del gobierno confirman la impresión general.
Como puede apreciarse, no exagerábamos al señalar que en Navarra se comete una violación por semana. Concretamente, entre enero y septiembre se han cometido este año 49 agresiones sexuales con penetración en Navarra, y faltan los datos del último trimestre. La buena noticia es que el año pasado hubo todavía más agresiones. Pero no es que vayamos a mejor, como luego veremos, sino que los ascensos en la criminalidad no son lineales, presentando dientes con subidas y bajadas dentro sin embargo de una marcada tendencia al ascenso. Por otro lado, se disparan los delitos por lesiones y riña tumultuaria. Efectivamente, no delirábamos, lo que reflejan las estadísticas es lo mismo que percibimos los ciudadanos.
¿Queremos ver algo preocupante de verdad? Entonces tenemos que retroceder hasta 2017, tampoco hace tanto tiempo, cuando las agresiones sexuales con penetración en el mismo período fueron “sólo” 21, insistimos en las comillas de “sólo”. El problema es que 7 años después multiplicamos la cifra por casi 2,5. ¿Qué está sucediendo? ¿O no queremos saberlo?
Si retrocedemos políticamente hasta aquellos años en los que, por lo que sea, había casi 3 veces menos de violaciones que ahora en Navarra, con lo que nos encontramos era con una incipiente inquietud ciudadana a la que nuestros insignes gobernantes, ya entonces cuatripartitos, respondieron plagando muchas localidades de la comunidad con carteles en los que se informaba de que en el lugar en cuestión se rechazaban las agresiones sexistas. Como si fuera de esa localidad o antes del cartel se toleraran las agresiones sexistas. Como si los agresores sexuales no supieran que lo que hacen está mal sin necesidad de que un cartel se lo diga. ¿Cuál ha sido la eficacia de esos carteles? A la vista están los resultados. Fuera cual fuese el problema, la solución no era poner un cartel. Para lo único que han servido los carteles es, como siempre, para que parezca que los gobernantes hacen algo y para euskaldunizar el paisaje urbano. Pero claro, ¿cómo van a ofrecer los gobiernos de progreso soluciones a un problema que han convertido en fascista señalarlo? No se puede resolver un problema y negarlo al mismo tiempo. Así que el problema se agrava como, de forma coincidente, reflejan las estadísticas y la alarma social año a año. Las consecuencias de este negacionismo a medio plazo, incluso en Navarra, van a ser extraordinarias en el plano de la seguridad y en el plano político, y todos las conocemos.