Todos sabemos que la izquierda española tradicionalmente siente una gran estima por la Iglesia, los curas y los obispos, pero entre todos los obispos de los tiempos recientes seguramente uno de los más estimados por ella es el obispo Munilla. Sin duda le sobran motivos a la izquierda para estimar a este obispo, sirva si no como ejemplo este tuit de Munilla de hace unos días, con una interesante reflexión sobre la eutanasia y el suicidio.
Me pregunto si quienes reivindican la autodeterminación para decidir sobre el fin de la propia vida, calificarán las imágenes de este video como una violación del derecho al suicidio…#SomosUno#SomosFamilia pic.twitter.com/KEnI2VBlOR
— Jose Ignacio Munilla (@ObispoMunilla) June 21, 2023
Efectivamente, una persona amaga con lanzarse al vacío desde un balcón y esto suscita una inmediata respuesta de los servicios públicos de emergencias, incluyendo el despliegue de varios bomberos que se juegan el tipo para salvarle la vida al suicida. La gente que contempla la escena aplaude emocionada el valor y la habilidad de los bomberos.
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Sin embargo, ese mismo estado y esa misma sociedad no sólo no hace nada para evitar el suicidio de otras personas sino que hace todo lo posible para permitirlo y propiciarlo. Existe una línea muy difusa entre el héroe que salva a una mujer de tirarse por un balcón del reaccionario cruel y fanático que objeta el «derecho» a la eutanasia de una persona que convive con su dolor y que no quiere seguir llevando una vida “indigna”. Si a uno se le aplaude, al otro se le cubre con un severo reproche social. ¿pero cuál es criterio para lo uno o lo otro?
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Estamos diseñando un modelo de sociedad en la que si una persona sale al balcón para tirarse al vacío se movilizan todo tipo de recursos humanos y materiales para evitar que se suicide, pero al mismo tiempo el diseño de esta sociedad contempla que esa persona, en vez de tirarse por la ventana, pueda reclamar una inyección letal que sólo faltaría que se la llevaran los bomberos a casa para culminar la paradoja. ¿En qué quedamos entonces? ¿Cuál es el criterio para en un caso proporcionarle un suicidio asistido o para impedirle que se tire por el balcón? ¿No ensuciar la calle? ¿Por qué su vida no vale lo mismo en el balcón que en su dormitorio? ¿Por qué es heroico salvar su vida en el balcón y cruel impedir su suicidio en su dormitorio?
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Esta incoherencia se acentúa si cabe en determinadas personas debido a su enfermedad o su estado de postración. A una persona que no tiene problemas de movilidad hay que impedirle que se tire por el balcón, pero a una persona postrada hay que ayudarle a suicidarse precisamente porque no puede tirarse por un balcón. ¿Dónde está la coherencia? ¿Dónde está la racionalidad? ¿Dónde la humanidad?
Juan Carlos Unzué, enfermo de ELA, alerta de que "es imposible una vida digna para estos enfermos por la falta de ayudas" de la administración.
Algunos pacientes, ha dicho, deciden pedir la eutanasia para dejar de "arruinar a la familia".https://t.co/3hfaVYnJXH pic.twitter.com/3QTiOQQzK0
— EFE Noticias (@EFEnoticias) June 20, 2023
Podemos forzar todavía un poco más la reflexión atendiendo al caso de las personas que quieren vivir pero a las que no se les ofrece otra opción que la de suicidarse. O sea, esto es ya dar totalmente la vuelta al planteamiento inicial. Aquí ya no se trata de un suicida al que se le impida morir, sino de una persona que quiere vivir a la que no se le deja otra opción que el suicido. Se movilizan todo tipo de recursos públicos, humanos y materiales para evitar que se mate alguien que quiere morir al menos si es en un balcón, pero no se movilizan para evitar que se mate alguien que quiere vivir.
Si digo lo que siente mi alma, os llamaría psicópatas, asesinos y torturadores de enfermos de ELA, pero mejor no lo digo.
Vosotros bloqueasteis 49 veces la tramitación de la ley ELA para que los enfermos de ELA no tengamos ninguna ayuda para vivir.#DiaMundialContraLaELA https://t.co/kanWrxRtRV
— Jordi Sabaté Pons (@pons_sabate) June 21, 2023
Da la impresión de que todas estas contradicciones sólo son posibles en una sociedad en la que el ciudadano promedio, en vez de preguntarse qué es lo correcto, lo que se pregunta es qué tengo que pensar o qué tengo que decir para conseguir la aprobación general y ambiental. Da igual si lo que hay que pensar para obtener la aprobación general es coherente, lógico o moral. Lo importante es no buscarse problemas y obtener esa aprobación. Obviamente cuanto más desrazonado es lo que se debe pensar, más penalizado tiene que estar el salirse del consenso social. La intensidad con la que se penaliza cualquier desvío de lo políticamente correcto sugiere la precariedad intelectual del discurso dominante actual.
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