El fascismo real es un horror, pero el fascismo imaginario es maravilloso, aunque naturalmente sólo para los luchadores contra el fascismo imaginario, para los que es un auténtico chollo. La lucha contra el fascismo imaginario todo lo justifica. No sólo justifica saltarse los límites de la moral o del estado de derecho, también justifica el autoritarismo y hasta la violencia contra todo el que piense distinto. Uno no va por la vida diciendo que es un autoritario al que le gusta tapar la boca o violentar a quienes no piensan como él, o que es un amante del poder absoluto y la tiranía, lo que dice es que es un luchador contra el fascismo, y que todo el que le lleva la contraria es un fascista.
La lucha contra el fascismo imaginario no sólo tapa y justifica todo movimiento autoritario, toda iniciativa censora o todo atentado contra el estado de derecho, también justifica toda corrupción y todo abuso personal o en las filas proias. El que denuncia la corrupción es un fascista. Los casos de corrupción son bulos fascistas. El acusado no es un corrupto, es un luchador antifascista calumniado por el fascismo. Cuando se trata de luchadores imaginarios contra el fascismo no hay acusaciones que pueden ser ciertas y acusaciones que pueden ser falsas: todas son falsas. Fake news. Bulos. Máquinas del fango. No sólo no hay que perseguir a los luchadores contra el fascismo imaginario, sino que hay que perseguir a cualquiera que denuncie nada de un luchador imaginario contra el fascismo. O estás con la lucha contra el fascismo imaginario o estás con el fascismo.
Llegado el caso tampoco pasa nada por mentir, por no ser transparente, por aliarse con los enemigos de la nación y la libertad, por gastar el dinero público a manos llenas, sin criterio, o siendo el criterio favorecer en el reparto a los camaradas que también luchan contra los fascistas imaginarios. O las acusaciones contra los nuestros son mentira, o son verdad, pero incluso si son verdad se justifican por la lucha. Mejor la amnistía que el fascismo imaginario. Mejor Bildu que el fascismo imaginario. Mejor el concierto catalán que el fascismo imaginario. Mejor un presidente mentiroso casado con una conseguidora de fondos del gobierno que el fascismo imaginario. Da igual si son inocentes o culpables, la lucha contra los fascistas imaginarios lo justifica todo.
Naturalmente una ventaja estupenda de la lucha contra los fascistas imaginarios es que no conlleva riesgo alguno. O sea, como los del otro lado no son fascistas de verdad no te disparan, no te ponen bombas, puedes ir a uno de sus mítines a increparlos o tirarles piedras, puedes acercarte a una mesa o una carpa que hayan instalado a insultarlos, a derribar la mesa o a tirarles la carpa. No te van a romper las piernas, son gente mucho más civilizada que tú. No es como ir a combatir a unos fascistas de verdad. Franco murió en la cama y en el País Vasco la mayoría se puso (se pone) del lado del fascismo abertzale. De cada 10.000 luchadores contra el fascismo imaginario sólo quedaría 1 si hubiera que luchar y jugarse el tipo contra el fascismo de verdad.
Luchar contra fascistas imaginarios es maravilloso, es reconfortante, es seguro, es lucrativo y proporciona poder absoluto. Pero estar enfrente de los luchadores contra el fascismo imaginario no es cambio nada maravilloso. Amparados en su falsa lucha pegan de verdad, amenazan de verdad, persiguen de verdad, censuran de verdad. En la cúspide de los luchadores contra el fascismo imaginario se encuentra de hecho la ETA. A lo que se dedicaba la ETA era a marcar con la etiqueta de fascista a todo aquel contra el que iba a ejercer su violencia. La izquierda abertzale denominaba (denomina) como fascista a todo aquel que le resultaba molesto o amenazaba su poder. Una vez señalado alguien como fascista, toda violencia estaba justificada contra él. Este es el auténtico peligro de los luchadores contra los fascistas imaginarios, que se comportan como los fascistas de verdad para implantar una variante del fascismo real.