El futuro paisaje navarro será o molino o placa solar

En el Trantor de Isaac Asimov toda la superficie del planeta había sido edificada y el cielo estaba cubierto por una cúpula. Si alguien quería naturaleza, tenía que ir a los jardines imperiales o subir encima de la cúpula. Sin necesidad de esperar un futuro dentro de miles de años, alguien que quiera librarse de la naturaleza o vivir como en Trantor puede venirse a Navarra.

Para un particular todo son limitaciones de cara al impacto ambiental y paisajístico de cualquier cosa que quiera hacer en su propiedad. Pero el gobierno juega en otra liga. El gobierno no cumple las normas, las dicta. Por eso siempre hay que desconfiar del gobierno. Alguien que cree en el gobierno es un ingenuo que cree en las dictaduras benévolas. Tampoco es que aboguemos por una desaparición total del gobierno, aunque la idea resulte sugestiva y aunque quizá ese sería el objetivo ideal para un amante de la libertad, pero de lo que desde luego nadie sensato prescindiría es de una sana actitud de desconfianza hacia los gobiernos. A la que te descuidas te llenan el paisaje de placas solares, por ejemplo. Está pasando en todas partes, como con los molinos, no es un caso aislado. Precisamente ese es el problema, que no es un caso aislado.

Hablando de molinos, si señaláramos con el dedo un punto de Navarra al azar en el mapa y apareciéramos allá por arte de magia, o por tener el Google Maps, casi seguro que sería imposible poder gozar de un paisaje y un horizonte totalmente libre de molinos. O aerogeneradores, que es como les gusta llamarlos a sus partidarios y a los técnicos.

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Aparte de ser estructuras no carentes de peligro para acercarse a ellas, no digamos para los pájaros, no cabe duda de que los molinos han cambiado ya radicalmente con su omnipresencia el paisaje navarro. Pero protestar contra ellos es tabú, porque son un dogma ecológico, cada época tiene sus dogmas y los dogmas no se discuten, se aceptan y punto.

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El problema con los molinos y con los paneles solares es, como ya hemos padecido con la guerra de Ucrania, que no son una fuente de energía constante. Queda mucho mejor hablar de energías renovables que de energías intermitentes, pero entenderíamos mucho mejor el problema si las llamarámos energías intermitentes. Si no hay sol, o una luz lo bastante buena, no hay energía solar. Y si no hay viento, no hay energía eólica. Esto obliga primero a instalar molinos y paneles que, si necesitas 1000MW, tengan la capacidad de generar 3000MW. No es como una central nuclear que si necesitas 1000MW puedes apañarte con un reactor que genere 1000MW.

Pero tener la capacidad de generar 3000MW donde sólo necesitas 1000MW tampoco garantiza el suministro de energía si es de noche, los días son cortos o no hace viento. Cuando todos los molinos están parados, da igual los molinos que tengas instalados. Y si es de noche, da igual que todo el paisaje haya sido sustituido por paneles solares. Al menos mientras la energía que se produce cuando hay viento y luz no pueda acumularse masiva, ecosostenible y eficiente.

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Aunque apostar por los molinillos y los paneles parece muy ecológico, o así nos lo venden, aunque destruyas la naturaleza y el paisaje, lo cierto es que necesitas un plan B para cuando no haya viento o sea de noche. El Plan B es el gas natural, que tiene no obstante un par de insignificantes problemas. El primero es que el uso de gas natural emite CO2, cuando nos habíamos metido en todo este tinglado para supuestamente dejar de emitir CO2. El segundo es que no tenemos gas natural. O sea, que apostando por el gas nos sometemos a la vulnerabilidad de la dependencia energética exterior ¿Y quiénes tienen gas? Rusia y Argelia, o lo que nos llega a través de metaneros de los EEUU.

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Volvamos a Navarra y a las dos nuevas plantas fotovoltaicas tan cuquis de Cáseda-Sangüesa. Su producción conjunta es de 50MW y ocupan una superficie de 100Ha. Una central nuclear puede producir 6.000MW por lo que para producir lo que una central nuclear grande con paneles solares haría falta ocupar una superficie de 12.000 Ha. O sea, haría falta multiplicar por 120 la superficie de las plantas de Cáseda-Sangüesa. Todavía no estamos en Trantor, pero nos vamos acercando.

Renunciar a la energía nuclear, por tanto, primero encarece la energía, segundo nos condena a la dependencia energética, tercero obliga a emitir CO2, y cuarto destruye el paisaje y la naturaleza.

Podríamos añadir que si Putin decidió atacar Ucrania confiando en que Europa lo toleraría por su dependencia del gas ruso, entonces la apuesta ecoprogresista por el gas es también un poco responsable del exceso de confianza de Putin y de la guerra de Ucrania.  Otro punto a cargo del ecologismo.

En relación a las energías renovables podría decirse que todo se ha hecho mal, si no en el qué al menos en el cuánto, el cuándo o el cómo. Todo se ha decidido desde el punto de vista ideológico. Todo se ha decidido desde un politiburó burocrático sin tener en cuenta la demanda, las alternativas, los precios ni los tiempos razonables para una transición energética. Se han prometido primas que después no se han podido/querido pagar. Se ha renunciado a la energía nuclear por puro integrismo pseudoecológico. No se ha tenido en cuenta ni el coste para el estado, ni el coste para el consumidor, ni el coste para el contribuyente, ni el coste para la competitividad de las empresas, ni ninguna consideración de tipo estratégico o de independencia energética. En nombre de la ecología se ha hecho una apuesta por el gas que no evita la emisión de CO2 y está destruyendo el paisaje y la naturaleza por la proliferación de paneles solares y molinos. El paisaje navarro ha cambiado radicalmente y más que va a cambiar, pero cualquiera que lo mire se puede preguntar mientras lo hace hasta qué punto nos han preguntado para cambiarlo y hasta qué punto, a la hora de respetar la naturaleza y el paisaje, hay unas normas para el gobierno y las empresas que crecen a la sombra del BOE o del BON y otras para el resto del mundo. Si se mira el horizonte con la factura de la luz en la mano, se puede comprbar además que los costes de todo lo que se ha decidido desde una élite burocrática no sólo son paisajísticos, son también económicamente altísimos.

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