Sabido es que el dictador posmoderno que reside, en estos momentos, en el Palacio de la Moncloa, es una persona bastante aeroaficionada. Todo tirano tiene sus gustos y sus placeres, a costa de los demás, siendo, en este caso, una cuestión de disfrutar sobrevolando los cielos. Pero, también nos consta que no lo hace en calidad de piloto de aeronave alguna.
Sin importar que las horas de desplazamiento puedan ser pocas, dígase que Pedro Sánchez es un gran usuario del avión presidencial, que suele estar en la base aérea militar de Torrejón de Ardoz (la cual no sirve para usos civiles, a diferencia, en el caso madrileño, del Aeropuerto Internacional de Barajas).
Dos toneladas de CO2 a emitir supone cada hora de uso en marcha de la aeronave previamente mencionada, sin contar con lo que supone, incluso para las arcas estatales, el uso de séquitos de automovilística para el posterior cortejo político (teniendo en cuenta también el ego característico y el miedo a ser criticado pacíficamente en la calle).
Ahora bien, no parece que de ello se haya arrepentido, más allá de no ser lo suficientemente favorable a ofrecer información suficiente sobre sus usos a los organismos correspondientes de transparencia institucional y presidencial. Más bien, ha incluido una pseudocláusula de facto en una de sus recientes medidas anunciadas.
La semana pasada, PSOE y Sumar volvieron a abordar una medida pactada para la investidura, que también está sobre la mesa en otros países europeos como Francia así como en foros de archiconocida orientación ideológica como el de Davos o los distintos espacios de la Asamblea de la ONU o del Parlamento Europeo.
En la Comisión de Transición Ecológica, se pactó una enmienda transaccional que contempla la progresiva supresión prohibitiva de los vuelos cortos (menos de dos horas y media) para los que haya una alternativa ferroviaria (en teoría, hay quienes dicen que tendría que ser una alternativa de duración razonable).
Esto implicaría suprimir vuelos cuyo destino fuesen, al menos, ciudades como Málaga, Valencia, Barcelona y Sevilla. Aunque igual suprimen otras que tienen conexión ferroviaria de modesta velocidad (por no decir otra cosa), como pudieran ser las ciudades vascas de Bilbao y de San Sebastián.
La excusa no deja de ser la supuesta «necesidad de reducir la huella de carbono», de evitar «emisiones innecesarias de dióxido de carbono». Es decir, un nuevo pretexto ecológico, más bien, ecosocialista. Todo conforme a la mismísima Agenda 2030 de directrices con criterio soviético y chino.
La idea viene a ser cercenar la libertad de circulación de las personas, sin seguir ningún criterio racional, por cuanto y en tanto, en el transporte, como en las comunicaciones, se busca dar facilidades, para poder llegar antes, de la mejor manera posible, con mayor seguridad, según lo que considere.
El desarrollo tecnológico nunca ha supuesto la supresión no contrastada de opciones que igualmente pueden seguir siendo válidas (por ejemplo, no hay imposiciones para excluir los terminales móviles que no sean «inteligentes»), sino lo que responda de la espontánea innovación en base a la prueba y el error.
Con la salvedad de la casta estatalista dirigente, que es la que realmente, sin mérito alguno, se cree superior a los demás, incluso para saltarse las normas que ellos dicen predicar, existe una serie de entramados que pretenden condicionar la movilidad de las personas (con lo cual, la preocupación mayor no ha de ser el elevado precio de los billetes de tren en España).
Si se desea que el fuero interno del individuo quede, cada vez, más demolido, entonces, tiene sentido advertir de subyacentes vulneraciones con estas medidas ecologistas. Luego, recordemos que el ecosocialismo es planificación centralizada bajo etiquetas verdes, tirando de sensacionalismo propagandístico-apocalíptico.
Los regímenes con grados de socialismo más elevados siempre han destacado por limitar al máximo la libre circulación de las personas (o, como mínimo, la no trazabilidad tecnológica de los mismos). Recuerden la existencia de muros en la República Democrática Alemana o la imposibilidad práctica al huir del hermético régimen de Corea del Norte.
Con lo cual, podemos decir que sí, que el Falcon es «ecoresiliente», porque el dictador posmoderno y su casta de séquito tienen una arrogancia considerable, creyéndose por encima de una sociedad a la que día tras día aplastan, más allá de subir impuestos a la renta o cargar contra pacíficos manifestantes en ciertas zonas de Madrid.
Un comentario
Un ejemplo más de la hipocresía de los socialistas. Es una ideología basada en la mentira.