Es un cuento. Es lo que muchas personas piensan respecto a la Navidad. La Asociación Católica de Propagandistas, sin embargo, en su vídeo navideño de este año nos señala que los cuentos son los nuestros. Los propósitos de vernos más a menudo, los de poner orden en nuestra vida, nuestras maravillosas vidas paralelas en Instagram… todo cuento. Eso sí que son cuentos y no la Navidad. Por no hablar de todos los cuentos a los que nos aferramos para rellenar el hueco que deja la Navidad: el horóscopo, la autoayuda, el estoicismo para dummies, el yoga, la meditación intrascendental… La política, el nacionalismo, el forofismo deportivo, podríamos añadir quizá. ¿Es un cuento la Navidad y no todas esas cosas a las que te aferras cuando te falta la Navidad?
Decir que la Navidad es un cuento suele ser una afirmación venida desde una supuesta posición de superioridad intelectual. No es racional la Navidad. No es inteligente creer en la Navidad. Es cosa de niños la Navidad. Sin embargo, escarbando un poco en las creencias de estas personas, resulta después que no creen en la Navidad pero creen en el socialismo, o en la autodeterminación de género. La racionalidad se les acaba en cuanto dejan de hablar de la Navidad. El pensamiento científico sólo se aplica en su vida a la Navidad. Por otro lado la Navidad es precisamente eso, la afirmación frente a la gran disyuntiva de que sí hay algo más. Quien no cree que pueda haber algo más, lógicamente, no puede creer en la Navidad.
El problema es que siempre hay algo más de lo que creemos, o de lo que sabemos, o lo que vemos. En caso contrario la ciencia no avanzaría. El progreso del conocimiento consiste en que ahora vemos cosas que antes no veíamos. ¿No existían? No, no las veíamos. Salvo que creamos que el progreso se ha detenido ya para siempre, el futuro está lleno de cosas que ahora no vemos pero que existen. ¿Cómo de grande es el saco de nuestros conocimientos frente al de muestra ignorancia? No sabemos. Ni siquiera sabemos todo lo que no sabemos. ¿Es lo que sabemos el 1% de lo que existe? ¿El 0,0001%? ¿Qué sentido tiene entonces reducir lo existente a lo que vemos y sabemos? Y esto ciñéndonos sólo a que llamamos el mundo material. Primero reducimos lo existente a lo que pueden examinar los científicos, y después asumimos que lo que saben los científicos es todo lo que existe. Por el contrario, de lo único que podemos estar seguros es de que mañana los científicos descubrirán algo que hasta ayer ignoraban. La magnitud de todo lo que ignoran se nos escapa por completo.
Ser un materialista tiene por lo demás sus problemas. Para un materialista la libertad tiene que ser tan un cuento como la Navidad. Si no somos más que materia, entonces somos robots biológicos. Pero después a los materialistas les resulta difícil comportarse o construir una visión de la sociedad como si no existiera la libertad. O sea, no creen en la libertad pero firman contratos de alquiler, como si cumplirlos o no dependiera de la voluntad del otrofirmante. Discuten con la gente sus ideas como si la gente pudiera cambiar de opinión libremente. Quieren que los violadores están en la cárcel como si fueran responsables de sus actos. Su materialismo por tanto es un cuento del que salen constantemente para vivir en la vida real como si existiera la libertad. En la vida del materialista, al menos en teoría, un cuadro de Goya es la mera suma de tantos gramos de pintura azul, tantos de pintura roja y tantos centímetros cuadrados de lienzo. Es decir, que reduciendo el cuadro a sólo lo que puede medir y pesar se pierde lo esencial de ese cuadro. En teoría, porque un materialista no siente lo mismo viendo un cuadro después de pintarlo que contemplando los botes de pintura antes de pintarlo.
La ciencia tampoco explica por qué matar o violar está mal. Ante un asesinato, la ciencia puede pesar el cadáver, hacer la autopsia, describir al asesinado, señalar su edad y color de pelo, pero la ciencia no puede decir lo esencial, que es por qué está mal matar. Claro que la moral, cualquier moral, a lo mejor también es un cuento. Desde luego la moral no pertenece al ámbito de lo que se puede pesar en kilos o colocar en el cubreobjetos de un microscopio. Al descartar la Navidad, descartamos también la moral. Tampoco pasa nada si previamente habíamos descartado ya la libertad, porque no puede haber moral sin libertad.
Quien considera por tanto que la Navidad es un cuento, es por lo general quien en realidad vive un cuento, en el que todo es materia y causalidad y programación y sustancia pesable, cuando el hecho es que toda su naturaleza se rebela contra un mundo semejante y que constantemente hace y siente cosas totalmente incoherentes con creer que es un robot y con que realmente vive en un mundo reducido a lo que ilumina el científico en este momento histórico con su linternita. Dicho sea lo anterior con todo el respeto para los científicos, a los que por otro lado hay que agradecerles haber descubierto las propiedades del ácido acetilsalicílico partiendo de esa pequeña parcela de lo existencia sobre la que tienen conocimiento. En realidad esto no es una oposición entre ciencia y fe. Hay muchos científicos que creen. No tiene sentido pedir pruebas materiales de las cosas inmateriales. Tampoco dividir la vida entre lo que conocemos y lo inexistente. Por no llamarlo cuento, podríamos llamar a reducir lo existente a lo conocido y probado algo así como fantasía de control. A vivir fuera de esa fantasía lo podríamos llamar Navidad.