El campanero Broncano

Faltarle al respeto a alguien por ser gordo no es tolerable, en cambio faltarle al respeto por ser creyente sí es tolerable. Esto del respeto se ve que va por barrios, pero está bastante claro cuáles son los barrios respetables del nuevo orden sanchista. El mandarinato de Pedro Sánchez respeta a los propios y a los que teme, a todos los demás los insulta. El respeto se compra con la devoción al líder, lo cual tampoco es exactamente respeto, o con los votos que permiten al líder seguir gobernando, o lo que quiera que sea que haga Sánchez desde Moncloa. Esta forma de gobernar se extiende a todos los campos y aspectos de la realidad, por lo que tampoco podía dejar de tener su reflejo en las campanadas de fin de año.

Feo está el faltar al respeto a los creyentes o a cualquier persona en cualquier caso, pero el hecho se agrava si además se produce en la televisión pública (“la de todos”) y en un acto supuestamente blanco como la retransmisión de las campanadas de Nochevieja. Si uno falta al respeto a alguien en su cadena, al menos no lo hace pagado con el dinero de los impuestos de aquellos a los que falta al respeto. La televisión pública es una mera extensión mediática de la política del gobierno y cuando hay un gobierno divisor y sectario la televisión pública se convierte en su reflejo. Basta con recordar el perfil de las personas que el PSOE ha puesto al frente de TVE para entender que no se puede esperar de TVE otra cosa que lo que está ofreciendo.

TVE, a fin de cuentas, se está convirtiendo en lo que es TV3 en Cataluña o ETB en el País Vasco. En el momento en que se decide que la televisión pública puede ser un poco adoctrinadora, es inevitable que la siguiente pregunta sea por qué ser sólo un poco adoctrinadores en vez de muy adoctrinadores. El humor de Broncano y Lalachús, como todo lo que puede encontrarse en TVE, tiene unos límites claros: no se van a reír ni van a ser críticos con el sanchismo ni con las cosas que creen los sanchistas. El humor selectivo es humor comprado, o según se mire vendido. Si te ríes de lo que no debes, no vas a ser contratado. Si Broncano tiene alguna duda de por qué ha sido contratado, que empiece a hacer bromas contra el sanchismo.

Las cifras de audiencia parecen avalar sin embargo a Broncano, al menos desde el punto de vista de que el fin justifica los medios. Interferir en el trabajo de otra cadena en un balcón vecino (con un megáfono que “espontáneamente” llevaba preparado Broncano) es algo rompedor, atrevido y simpático si quedas por encima en audiencia. Si el año que viene la otra cadena lanza pintura al balcón de TVE será divertido, audaz y refrescante, siempre que lidere la audiencia. No se había entrado en este tipo de juego hasta este año (“está feo pero es gracioso”), pero el sanchismo se caracteriza por romper en todos los ámbitos las barreras acostumbradas para mantener el respeto.

Las audiencias, no obstante, resultan menos resolutivas de lo que parecen. Broncano fue el más visto con 5,64 millones de espectadores y un 33,1% de cuota de pantalla frente a los 5.55 millones y el 32,6% de cuota de Antena 3, con Chicote y Pedroche. No sólo es que la diferencia es pequeña, sino que si repasamos las cifras del año pasado nos encontramos con que Antena 3 sólo tuvo un 29% de audiencia y 4,30 millones de espectadores. Lo que está consiguiendo Moncloa con Broncano es que TVE no sólo tenga espectadores, sino que tenga espectadores más activistas. La mala noticia es que los activistas que gana Broncano los pierden otras cadenas; pero bueno, se les reparten algunos millones adicionales y listo.

Que Broncano derrote en audiencia a Pedroche, sin embargo, tampoco debería resultar tan extraño. Es decir, la alternativa a Broncano no era la excelencia sino el vestido realizado con la leche materna de la Pedroche (no pregunten). Poca audiencia en realidad ha tenido Broncano considerando lo que tenía al lado. El interés por el vestido de la Pedroche no puede ser eterno y cabe sospechar que con la berrea del ciervo lo mismo también hubiera ganado Broncano. Desde luego no está claro que esta sea la España que merecemos, pero es la que tenemos y amamos. Eso sí, esta España nuestra podría mejorar un poco y no la amaríamos menos por ello.

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