Lo que ha conseguido el nacionalismo al cabo de los años con sus políticas lingüísticas es que el euskera se haya convertido en sinónimo de imposición. Hay no obstante una parte de la población favorable a esa imposición, pero se esté a favor o en contra la primera palabra que a la gente le viene a la cabeza en relación al euskera es “imposición”. Si no hubiera de por medio un atropello a la libertad, ni siquiera haría falta una política lingüística, la política lingüística sería la libertad, y el resultado de la libertad sería un reflejo de la sociedad. ¿Cuál es el problema con esto? Que el nacionalismo no busca que la gente pueda hablar lo que quiera con libertad, ni que la realidad política, social o institucional sea un reflejo de la realidad, sino que lo que pretende es precisamente usar la lengua, mediante su imposición, para cambiar la realidad política, social e institucional. Es por eso que el nacionalismo, en relación con el euskera, habla siempre de normalización en vez de hablar de libertad. Normalizar no es que no sea anormal hablar euskera, sino que se convierta en norma, que lo no eusquérico sea excepción en una sociedad que sin embargo es 100% castellanoparlante.
Pasar de una sociedad que es 100% castellanohablante a una que sea 100% euskaldún no es posible sin un proceso de imposición. Los nacionalistas son muy conscientes de ello. No tienen por tanto complejos a la hora de usar el euskera para imponerlo en los centros educativos, en los requisitos de acceso a cualquier plaza de la administración, en las condiciones para poder conseguir cualquier ayuda pública o cualquier subvención. El problema con obligar a la gente a hablar una lengua es, aparte de convertirla en odiosa, que en cuanto la gente consigue su plaza o su dinero deja de usar el euskera. En cuanto el gobierno no mira y se restablece la libertad, el euskera vuelve a su uso natural.
Todo lo anterior, acompañado de los correspondientes datos sobre el conocimiento y no digamos el uso real del euskera en la sociedad, datos publicados por los propios gobiernos nacionalistas de Navarra y la CAV, evidencian las carencias fundamentales del mito nacionalista. O mejor dicho y más actual, del bulo nacionalista. Euskal Herria es un bulo nacionalista. O sea, Euskal Herria existe por supuesto como una realidad cultural, pero es una realidad que ni se corresponde con la realidad política, ni se corresponde con la realidad social. Es decir, no se puede decir que Euskal Herria se identifica políticamente con tales o cuales territorios cuando primero esos territorios tienen realidades políticas distintas, y segundo en esos territorios el euskera lo conoce el 15% de la población y lo usa sólo el 5%.
¿Cómo va a ser políticamente la tierra del euskera una tierra donde el 85% de la población ni conoce el euskera? Desde luego se puede reconocer que en tales o cuales territorios hay gente que habla euskera, a eso es a lo que toda la vida se le ha llamado Euskal Herria, siendo este un concepto meramente cultural (como la Hispanidad) que no podía identificarse con la totalidad de la población de unos territorios ni suplantar políticamente la realidad institucional de esos territorios.
Lo que el nacionalismo ha pretendido, de ahí el bulo nacionalista, es vender la existencia de un pueblo y una cultura uniforme de la que un estado llamado Euskal Herria sería una emanación natural. Negar la existencia de ese estado sería negar y reprimir la cultura, la lengua y la identidad del pueblo de ese estado, como si la cultura, la lengua y la identidad de ese pueblo fuera uniforme, o como si los euskaldunes fueran el 100% en vez del 15%. El hecho es que el nacionalismo siempre ha tenido un problema a la hora de buscar la realidad sobre la que cimentar sus pretensiones porque inicialmente esa realidad era la raza, y Euskadi el estado compuesto por las personas de raza vasca. Aparte de por su carencia de base científica y la mezcla de razas que realmente caracteriza a los habitantes de Navarra o la CAV, la caída del nazismo hizo inviable la idea de defender un estado racial, aunque fuera exactamente eso lo que persiguiera el racista Sabino Arana. La realidad sobre la que intentar cimentar un estado vasco independiente pasó a ser entonces la lengua. Había que construir un estado independiente llamado Euskal Herria (literalmente el pueblo de los que hablan euskera) justificado en el hecho lingüístico.
Lo malo era que lo hablado por todos los vascos y navarros era el castellano, y que sólo una minoría conocía y usaba el euskera. Lo bueno en cambio para los nacionalistas es que eso podía cambiarse, obligando a todo el mundo a aprender el euskera. Lo que ocurre es que la realidad entonces es la inversa de la que pretende el nacionalismo. Un estado independiente llamado Euskal Herria no sería la consecuencia de un pueblo vascohablante, sino que un pueblo vascohablante sería la consecuencia de crear un estado independiente llamado Euskal Herria. El euskera no habría que exigirlo como consecuencia de la existencia de una sociedad totalmente vascoparlante, sino que una sociedad totalmente vascoparlante sería la consecuencia de exigir el euskera. Y así todo. La paradoja máxima del mito nacionalista es Nico Williams, que juega en la Selección de Euskal Herria sin ser racialmente vasco ni hablar euskera. Estrictamente de hecho no debería poder jugar en la Selección de Euskal Herria. Lo que sucede es que el poder nacionalista choca constantemente con el muro de la realidad y la realidad se impone siempre sobre el bulo. Acomodarse al bulo en vez de a la realidad no es sostenible, no es funcional, no se puede prolongar indefinidamente en el tiempo. El nacionalismo trata de construir un estado a partir de una uniformidad lingüística que no existe, tratando de crear e imponer esa uniformidad. La realidad sin embargo es plural y la gente quiere libertad. Por eso al nacionalismo todos los planes le van a salir mal. El nacionalismo lleva casi desde Franco gobernando la CAV sin conseguir cambiar la realidad. Si no han conseguido cambiar la realidad con el poder y el presupuesto, el desastre está garantizado cuando se queden fuera del poder y del presupuesto, cosa que por otra parte sucederá algún día porque no ha cambiado la realidad.
Un comentario
En pasadas épocas el vascuence era la lengua de uso común en una parte importante de Navarra ,pero completamente ignorado en las instituciones públicas. Hoy se está logrando que en la Administración Pública sea lengua (potencialmente) común, en tanto en la calle es completamente residual, salvo en unas pocas zonas. Un auténtico disparate, como consecuencia de considerar falsamente la lengua un elemento identitario, y no lo que realmente es, a saber , un instrumento de comunicación.
Sería interesante conocer cuàntos acceden a la lectura del BON editado en euskera.