Dejen de hacer chapuzas con el Código Penal

Uno de los rasgos propios de una sociedad sana es la estabilidad de su Código Penal. Teniendo en cuenta que el Derecho Penal es la ultima ratio que tiene la sociedad para reprimir conductas antisociales, y vivimos en una sociedad supuestamente civilizada desde hace siglos, estaremos de acuerdo en que cuanto menos haya que cambiar –y también que aplicar– las normas penales, más seguros estaremos de vivir en una sociedad presidida por la concordia y el sentido común.

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Por tanto, los continuos cambios legislativos que esta izquierda esquizofrénica que nos gobierna está promoviendo en los últimos tiempos en lo que respecta al Derecho sancionador, podrían parecer síntoma inequívoco de que se perciben graves disfunciones entre lo que, supuestamente demanda la sociedad y la respuesta punitiva del Estado. Pero esta disonancia no se debe al sentir popular, sino más bien a la tremenda ideologización y también a la desorientación de las élites progres que nos gobiernan. Por lo pronto, nos viene a la memoria la frase de Tácito: In corruptissima republica, plurimae leges.

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Por un lado, algunas de estas tendencias vienen en el sentido de rebajar el rigor de las condenas para los culpables. Desde el punto de vista filosófico, no puede extrañar esta tendencia actual a la “solidaridad” con los delincuentes. En una mentalidad hedonista y “tolerante”, que ridiculiza el sentido del deber, que inventa mil excusas deterministas contra el libre albedrío y contra la responsabilidad personal, que no se cree con legitimidad para “castigar” a nadie porque “todo el mundo tiene derecho a hacer con su cuerpo lo que le dé la gana”, se comprende perfectamente esta benignidad con quienes cometen conductas antijurídicas (siempre que no le afecten a uno personalmente). Lo que pasa es que cuando se ven algunos de los casos concretos en los que se están planeando esos cambios se le cae a uno el alma a los pies.

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Por un lado, el Partido Socialista quiere eliminar el delito de sedición, el que cometieron sus socios de gobierno hace nada, el mismo que pretenden volver a cometer en cuanto les parezca, ese que, en realidad, ya supuso una tipificación benigna de unos hechos que en otro país habrían sido calificados más bien como rebelión o alta traición. En definitiva, lo que pretenden es hacer desaparecer el delito de intentar, literalmente, destruir España, quebrando por las bravas la soberanía nacional. Uno no sale de su asombro.

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En el mismo sentido, el mismo PSOE quiere también cambiar el Código Penal para suavizar las penas de los corruptos que utilizan el dinero público no para ingresarlo directamente en su bolsillo, sino en apaños para su partido o para alguna causa sectaria. Sencillamente, nos frotamos los ojos ante tanta desfachatez. Y nos preguntamos si nos toman por tontos o es que realmente nos merecemos que nos saqueen, dada las inmensas tragaderas de gran parte de la opinión pública.

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Tanto en este, como en el supuesto anterior, se trata de políticos que manejan el Código Penal para favorecer a otros políticos de su cuerda que se saltan las leyes a la torera, pero que les ayudan a ellos a seguir gobernando. Todo ello ocurre mientras no paran de lanzar mensajes demagógicos según los cuales toda su dedicación va encaminada a proteger al pueblo, a defender a “los más vulnerables” y a actuar en nombre de la ética y de la honradez. Uno quiere seguir siendo una persona de orden, pero dan ganas de vomitar ante tanta hipocresía.

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Ahora bien, nuestros esquemas mentales se complican cuando, por otro lado, observamos cómo algunas de las recientes tendencias legislativas supuestamente lo que pretenden es castigar con más rigor algunas conductas que ahora despiertan una alarma especial, como por ejemplo la de los machistas, o la de los que “maltratan” a los animales, o la de los que opinan sobre la Guerra Civil en el sentido contrario al Dogma oficial. Se trata de empurar a los que cometen esos “pecados” de lesa modernidad que -en estos casos- no merecen la menor indulgencia.

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Ahora bien, el caos mental introducido por la moderna concepción del sexo, como el de un simpático pasatiempo de usar y tirar, dependiente exclusivamente de la “voluntad” de los “partenaires”, nos está deparando algunas consecuencias paradójicas, que serían cómicas si no supusieran dolor para mucha gente. En el fondo, responden al esquema denunciado en su tiempo por D. Juan Vázquez de Mella de que esta sociedad moderna, con su primario y erróneo sentido de la “libertad”, pone “tronos a las premisas y cadalsos a las consecuencias”.

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Tenemos que el activismo trans se está comiendo el feminismo de segunda generación, y ahora incluso el violador más cruel puede sentirse de repente “mujer” y gozar de algunos privilegios. Como ocurre siempre, la revolución acaba devorando a sus hijos, en este caso, a sus hijas. También vemos cómo nuestros hijos están amenazados de una hipererotización desde el Jardín de Infancia, con una legión de pedagogos y supuestos “educadores” al acecho, muy interesados en iniciarlos en el ameno “derecho” a gozar de una sexualidad satisfactoria desde “shiquetitos”. Y ojo porque pronto los amenazados por la Ley serán esos padres que pongan pegas o coarten a los “derechos sexuales” de sus churumbeles.

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Pero lo más sorprendente de todo es un hecho que tiene escandalizado a la parte de España que piensa un poquito, y no se somete a las consignas del Gobierno: con la ley del “Solo sí es sí”, lo que se pretendía supuestamente era castigar con más severidad a los depredadores sexuales. Pero todo parece indicar que los “depredadores” en los que se pensaba con tanta alarma son, sustancialmente, esos adolescentes calenturientos de colegios pijos que cantan serenatas tipo “badún-badún-badero”.

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Sinceramente, solo el título especialmente estúpido y tautológico de la norma (“Solo sí es sí”) ya presagiaba la realidad con la que nos hemos topado ahora: que la ley es un verdadero churro gracias al cual tenemos a violadores y maltratadores que no solo no han visto como la conducta por ellos cometida iba a ser castigada en adelante con mayor rigor, sino que ellos mismos ahora ven reducidas sus condenas.

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Una parte de la opinión pública oficial del sistema quiere culpar de esta esperpéntica ley a una torpeza de Irene Montero y de su equipo guay, cuando el hecho es que la misma fue votada por prácticamente el Congreso en pleno, salvo por PP y VOX. Aunque también hubo cuatro diputados del PP que, como avanzadilla progre, siempre se equivocan en el sentido por el que avanza inexorablemente la izquierda, rumbo firme hacia el precipicio y votaron a favor de este engendro legal podemítico.

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Lo más chusco de todo es que la irascible Sra. Montero, no satisfecha de su hazaña, culpa del desaguisado a los “fachas con toga”, y propone como solución más y más formación feminista. Al final, todo se resume en lo mismo: “queda mucho por hacer” y “hay que invertir más en ideología de género”. Una ideología perniciosa y parasitaria que, a medida que va causando estragos en la sociedad, es valorada por sus beneficiarias como más necesaria. No lo olvide: cuanta más inseguridad haya en las calles más justificada verán su pretensión de adoctrinar a nuestros hijos en la idea de que los varones somos el problema.

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