El panorama internacional se encuentra convulso y nadie tiene claro hacia dónde nos dirigimos. Hacia el caos no es según algunos el peor de los escenarios. Lo cierto es que quizá no estamos prestando a lo que sucede toda la atención que debiéramos. En Siria, tras más de una década de guerra civil, acaba de caer de repente el siniestro régimen de Bashar al Assad, alineado con Rusia, China, Venezuela e Irán. El problema es que no está claro que lo pueda venir sea nada mejor que lo anterior. ¿Es sin embargo lo más llamativo y preocupante de la actualidad internacional? Quizá no.
Otra cosa que ha tenido lugar estos días nos lleva hasta la lejana, capitalista y democrática Corea del Sur, donde se ha producido un estrambótico intento de golpe de estado por parte del presidente, el cual se encuentra judicial, mediática y políticamente rodeado por sospechas de corrupción, incluyendo las que afectan a los manejos de su mujer. El resumen es que Sánchez tiene un primo reflejo gobernando en Corea del Sur y esperemos que los parecidos llamativos se acaben ahí, porque hace unos días el personaje declaró la ley marcial y sacó el ejército a la calle para tratar de instaurar una especie de dictadura personal. La cosa no prosperó porque el parlamento y el ejército no le siguieron. El pretexto del presidente no fue la amenaza de la extrema derecha sino la amenaza norcoreana, más que nada porque esa parece ser la amenaza que funciona allí a forma de comodín. Irónicamente, lo que ha hecho en nombre de combatir la amenaza norcoreana es lo más parecido a un intento de igualar las dos Coreas que ha sucedido por allí. O sea, de repente el presidente de Corea del Sur descubrió las ventajas de encabezar un régimen como el de Kim Jong-un. Seguramente el presidente surcoreano habrá apelado también para justificarse al lawfare. Lo inquietante de todo esto es, primero, que hace unos meses nadie hubiera pensado que algo así pudiera pasar en Corea del Sur, y segundo que existe un llamativo paralelismo con Sánchez en cuanto al cerco judicial a su entorno directo y a su mujer.
El tercer escenario internacional preocupante nos conduce a Rumanía, lejos pero mucho más cerca que los lugares anteriores en términos políticos y culturales, por si pensamos que la barrera de lo que no puede suceder aquí la tenemos muy lejos. ¿Existe de hecho esa barrera? Porque lo que ha sucedido en Rumanía ocurre dentro de la UE, y lo que ha sucedido en Rumanía es nada menos que el Tribunal Constitucional de ese país ha suspendido las elecciones presidenciales por temor a las irregularidades y a una posible injerencia rusa. La realidad es que el temor parece más bien a que los rumanos voten mal y elijan al candidato equivocado, “pro-ruso”, católico y de “extrema derecha”. El presidente de Corea del Sur estaría orgulloso de Rumanía.
Lo que sucede en Rumanía no es un asunto menor porque por un lado tenemos unas elecciones presidenciales suspendidas, y por otro una primera vuelta electoral en la que se impuso Calin Georgescu, el mencionado candidato cuestionado por extremoderechista y pro-ruso, con todo lo difusos que pueden ser esos calificativosen en la boca de algunos. El Tribunal Constitucional ordenó un recuento de los votos pero el recuento confirmó el resultado y la condición de candidato más votado de Georgescu. Las encuestas, por otro lado, apuntaban a Georgescu como favorito. Lo siguiente ha sido suspender la segunda de las elecciones hasta nuevo aviso para evitar la victoria de Georgescu. La gravedad de la medida es sin embargo espeluznante. Si se revisan o se anulan elecciones dependiendo del resultado, ¿podemos llamar a eso democracia? Y todo esto ocurre en la Unión Europea, sin que la UE haga nada. Es más, la UE parece bendecir lo que está sucediendo en Rumanía. ¿Y si el Tribunal Constitucional de Pumpido suspendiera las próximas elecciones generales en España por temor al resultado? Ahora nos parece impensable, ¿pero qué habrían pensado los rumanos de lo que ahora sucede hace dos años? ¿Dónde está el límite de lo que se puede justificar si sobre un candidato se coloca la etiqueta de extremodrechista, pro-ruso o norcoreano? ¿Tienen alguna justificación esas etiquetas o son sólo pretextos para dinamitar la democracia? ¿Puede ser el remedio para salvar la democracia cargarse la democracia? ¿Quién amenaza realmente la democracia? Afortunadamente nos hacemos todas estas preguntas con la seguridad absoluta de que aquí no puede pasar nada semejante porque… comiencen a preocuparse o rellenen ustedes mismos, si pueden la línea de puntos.