Conclusiones de la DANA: pagamos demasiados impuestos y el estado no sirve para casi nada

Nos encontramos en un momento delicado. En los primeros días de la DANA la actualidad la ocupó el drama humano. Por un lado los muertos y desaparecidos, y por otro la gente abandonada por el estado a su suerte en las localidades afectadas, mientras los políticos responsables se echaban los trastos a la cabeza unos a otros. Su ocupación era mucho más salvar la crisis política que salvar a la gente. Pero ahora estamos en otro punto. Los muertos y los afectados van quedando en segundo plano. Lo que nos llega a través de las pantallas ya no son las imágenes de la gente en el barro sino las de las tertulias y los analistas colocando su mensaje. La realidad cede el espacio al relato. Tras dos semanas de realidad cruda, ahora el gobierno nos puede tener seis meses bombardeándonos a través de todos sus terminales con el relato que le conviene. Y no es imposible que el relato se imponga a la realidad.

Frente a la evidencia de que el estado ha fallado estrepitosamente ante un desastre natural, el mensaje que ahora nos intentan vender es justo el contrario. Que el estado lo ha hecho todo bien. Que el estado está para estas cosas. Que menos mal que pagamos impuestos y tenemos estado para este tipo de emergencias. Que el estado estuvo desde el minuto uno ayudando a las víctimas.

Todo lo anterior es falso de toda falsedad. De hecho el colapso del estado ha sido tan estrepitoso en esta catástrofe que prácticamente no hay nada en la actuación (o no actuación) del estado que se pueda salvar.

Desde luego falló totalmente el sistema de avisos de emergencias. Es ridículo disputar acerca de si alguien envió o recibió un mail o un wasap a tal hora, o si a tal o cual hora publicó un tuit. Nadie se entera de lo que pasa por un mail, un tuit o un wasap. Ni se enteraron los políticos, ni se enteró la población. Por tanto da igual a qué hora se emitió no se sabe qué cosa que nadie atendió. Salta a la vista que esa cosa se ha revelado ineficaz como instrumento de advertencia. Pero es que además es todo mentira. Nos están vendiendo la idea de que el conocimiento de la situación dependía de un mail o de un wasap cuando los teléfonos del 112 en la Comunidad Valenciana reventaban por los miles de llamadas de auxilio de personas subidas a la capota de un coche o refugiadas en un tejado. Toda la tarde del día 29 las televisiones privadas estaban haciéndose eco de esta situación. Las redes sociales hervían con los vídeos y llamadas de socorro de las víctimas de la inundación. Desde el momento en que los teléfonos del 112 empezaron a registrar una actividad inusual, los dirigentes de la Comunidad Valenciana no podían no saber el alcance de la situación. Tampoco cabe que lo ignoraran los dirigentes a nivel nacional. Sabían por tanto lo que pasaba en tiempo real. O en todo caso era inexcusable que no lo supieran. Esta es otra de las moralejas de esta catástrofe que por otro lado ya pudimos extraer la pandemia: la última forma de enterarse de algo es esperar un aviso oficial.

Por supuesto el estado falló a la hora de avisar, comunicar y reaccionar, pero sobre todo falló a la hora de prevenir. Realmente casi nada se puede hacer una hora antes de la riada. Ahora sabemos que alrededor de la mitad de las víctimas murieron en sus casas y la otra mitad en sus coches. ¿Cuál era entonces el mensaje correcto? ¿Quédense en sus casas o huyan? Por supuesto hay que avisar cuanto antes a la población, pero cuando realmente se salvan vidas no es la hora antes sino el año antes o la década antes, haciendo obras hidraúlicas y limpiando el cauce de los ríos para evitar los desbordamientos. ¿Qué salvo vidas el 29 de octubre? La presa de Forata y el desvío del cauce del Turia. Obras que se hicieron hace décadas. De hecho obras que se hicieron en tiempos de Franco después de otra gran riada, probando por otro lado que ya había riadas catastróficas antes del cambio climático. El estado por tanto no ha fallado en esta DANA por no avisar con más claridad y antelación, aunque también ha fallado en avisar con claridad y antelación, ha fallado sobre todo porque no ha hecho ninguna obra hidraúlica significativa desde tiempos de Franco para frenar una riada de este tipo. Décadas y décadas pagando impuestos, décadas y décadas de proyectos paralizados. El estado ha fallado.

No hace falta insistir demasiado, o quizá si a la vista del relato que ahora se nos intenta imponer, en que el estado falló antes de la riada, falló durante la riada, y falló por completo también después. Las víctimas de la riada quedaron abandonadas durante días. Unos por no pedir la ayuda, otros por no enviarla si no se la reclamaban, y todos por lavarse las manos, la gente quedó abandonada durante los días posteriores a la catástrofe. Hubo saqueos por falta de seguridad, la comida y el agua llegaba de las localidades vecinas menos afectadas a través de recogidas voluntarias y de agricultores que llevaban la ayuda a destino con sus tractores. Los periodistas de las cadenas privadas llegaron a los lugares afectados antes que el estado. Incluso los periodistas de las cadenas privadas organizaron la ayuda humanitaria a la vista de lo que estaban contemplando antes de que llegara el estado. Ahora el estado intenta vengarse de esos periodistas que evidenciaron sus miserias. Así funciona el estado.

¿A quién se puso al frente de la UME? ¿Al más cualificado o al más confiable desde el punto de vista político? Se sorteó la antigüedad, el procedimiento habitual y el escalafón para colocar a una persona que ni siquiera tenía el rango necesario para comandar la UME, al punto que hubo que ascenderlo con posterioridad al nombramiento. Se colonizó políticamente la UME igual que se han colonizado políticamente todas las demás instituciones del estado y con el mismo resultado: que nadie haga nada sin una orden del gobierno y que todo lo que se haga sea lo ordenado por el gobierno. Por eso la UME se quedó paralizada. Por eso actuó con cuentagotas. Para lo que se ha hiperactivado el jefe de la UME es para vender a posteriori el relato del gobierno. Para eso el gobierno le nombró a él y no a otro. El estado falla también en esto porque, como en todo, no se trata de servir a la gente sino al gobierno.

Irónicamente, el discurso de los responsables del estado estos días es profundamente antiestatalista, al echarse las culpas unos a otros. Es curioso que sus seguidores más fervientes de uno u otro lado no reparen en esto. De un lado nos dicen que el estado es maravilloso e imprescindible, y de otro que el estado es totalmente inoperante porque al frente del estado se encuentra fulano. Sea porque al frente de la sanidad madrileña esté Ayuso, sea porque al frente del estado central tengamos a Sánchez, sea porque al frente de la Comunidad Valenciana se encuentre Mazón, los servicios públicos y el estado todos los estatalistas reconocen que son una catástrofe. Lo que pasa es que le echan la culpa a los otros de la catástrofe. No podrían echarse la culpa unos a otros sin embargo si en alguna parte no fueran una catástrofe. Pero sobre todo, no se dan cuenta de la falla fundamental del mensaje. Para la izquierda, por ejemplo, los servicios públicos sólo funcionan cuando gobierna la izquierda. ¿Cómo vamos a confiar sin embargo en unos servicios que sólo funcionan cuando gobierna la izquierda? ¿Implantamos una dictadura de izquierdas para que los servicios públicos funcionen siempre? Por otra parte ya tenemos la experiencia de que los servicios públicos tampoco funcionan cuando gobierna la izquierda, de hecho funcionan peor que cuando gobierna la derecha.

Todos tienen razón cuando se echan las culpas unos a otros y no cabe por tanto otra opción sino que el estado pinche frente a todos los grandes retos, sean riadas o pandemias, porque las alternativas son o que el estado es siempre ineficiente o que lo es por lo menos el 50% de las veces, cuando gobiernan los otros. Esta segunda opción, que es menos honesta que la primera, así y todo ya establece un mínimo de ineficiencia estatal del 50%. ¿Cómo vamos entonces a confiar demasiado en que nos salve el estado o a entregarle ingenuamente todos nuestros recursos? Necesitamos un estado más pequeño pero más eficiente y mucho menos politizado. Todo lo demás nos aboca a arruinarnos pagando un estado elefantiásico que llegada la próxima crisis volverá de nuevo como siempre a fallarnos.

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