A veces, las fechas de celebración coinciden con acontecimientos de la realidad con los que están íntimamente relacionados. Esta semana pasada se celebraba el día de la mujer el miércoles, mientras que en el animalario debatían el martes inmediato anterior el comienzo de la reforma de la última ocurrencia del feminazismo. Ya saben: la ley del que-te-he-dicho-que-sí-no-sé-que-haces-ahí-parado-que-no-hay-forma-de-que-me-hagas-algo-de-lo-acojonado-que-estás.
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El martes pues, todo lo ocupó este debate. De nuevo las viudas negras, que ya eran viudas antes de conocer varón, mostraron su soledad dentro del cuerpo de dirección del animalario. La que es viuda consorte del abejorrojo no sólo mostró por qué fue necesario debatir también, al día siguiente, sobre el estado de la salud mental de los sufridos sufragadores del animalario, sino que derramó sus lágrimas de impotencia ante el resultado del debate. Ni las ostentosas reuniones secretas, que mantuvieron toda la tarde los del color de las berenjenas, consiguieron que las viudas negras no recibieran los reproches de los del color de las amapolas que, ya se sabe, no recuerdan a nadie cuando se abre una vía de agua. Así la viuda negra consorte del abejorrojo tenía soledad de calvario en su rostro.
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Las reuniones ultrasecretas que se desarrollaron la tarde del martes, de manera paralela al debate, fueron todo un espectáculo de indisimulada indiscreción. Se aseguraron los reunidos que los no invitados supieran que las reuniones existían. Disfrutaron los reunidos, así, del placer de sentirse los elegidos a unas reuniones a los que los no reunidos, por otro lado, no querían ir. Pertenecer a un club exclusivo no produce placer alguno si los demás no saben de su existencia ni de su exclusividad.
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El miércoles, ya saben, sesión circense. Así que las primeras preguntas al dueño, que asistió con el tumbao que tién los guapos al caminar, versaron sobre el asunto del día: las mujeres, sin distinción de si estas tenían o no pene. Lo que dificultaba entender por qué preguntaban la señora con nombre de lata de sardinas, que dirige a los del color de las mismas, y el señor que comparte los trajes de manera simultánea con dos amigos y que dirige a los del color de los loros.
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Hubo el miércoles, eso sí, alguna tensión cuando se enzarzaron doña Chiki-mil millones-no-es-nada con el pitufo-loro, a cuenta de unas rayas, unas señoritas que fuman, y las relaciones tío-sobrino. Porque el asunto del Tito Berni y un faraón egipcio surgió muchas veces, se hablase de lo que se hablase, a lo largo de la semana.
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Pero el miércoles, el espectáculo se traslado fuera a última hora de la tarde con las manifestaciones del día de la mujer, que fueron varias y de contenido diverso. En unas celebraban que las mujeres no tenían pene (lo que siempre es motivo de celebración) y en otras que sí, pero en todas no fueron admitidos los del color de las sardinas, por esa costumbre que tienen en ir allí donde no son bien recibidos
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El jueves fue técnico. Muy técnico. Cómo suele serlo el dinero. Se debatía no sólo una reforma de Universidades, sino dos proyectos relativos al mercado financiero. Los del color de los loros encomendaron sus posiciones al repelente niño del Excell, que tantas nauseas le produce a la vicenadie. Así que como no te gusta el arroz: dos tazas, y dos veces castigó el repelente niño del Excel a los asistentes con su presuntuosidad de seño-yo-me-lo-sabo-todo. Un asco.
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León Valverde Atalanta