Matar a Trump

Una de las cosas más importantes que no han sucedido este verano es el asesinato de Trump. O sea, estuvimos literalmente a un par de centímetros de haber asistido al asesinato de Trump. Es curioso porque se supone que los extremistas son los trumpistas, ¿pero acaso los cuerdos son los que intentan asesinar a sus rivales políticos?

Podría pensarse que el intento de asesinato de Trump es un asunto aislado, propio de un loco, pero por un lado esto sería un poco ingenuo, y por otro sería aplicar una vara de medir distinta para la violencia política según cuál sea su signo.

Empezando por lo segundo, cuando algún líder de la izquierda es víctima de alguna agresión, la izquierda extiende la responsabilidad de esa violencia a toda la derecha. La agresión sería un mero efecto del discurso del odio que practica la derecha. Hay que perseguir por consiguiente el discurso de la derecha tanto o más que al agresor. Pues bien, ¿por qué habría que aplicar otra vara de medir cuando la víctima de la violencia política es algún líder de la derecha?

Por lo que se refiere a lo primero, efectivamente debe ser un loco el que aprieta el gatillo, ¿pero qué ha estado escuchando durante meses ese loco antes de apretar el gatillo? ¿En qué caldo de cultivo aparece el loco que al final aprieta el gatillo? Eso por no mencionar todas las figuras políticas y mediáticas (en España muchas) que no condenaron a posteriori el intento de asesinato de Trump. En medio de tanto odio, lo raro es que nadie hubiera intentado el asesinato de Trump.

Volviendo al principio, los locos peligrosos son los que intentan matar o agredir a quienes no piensan como ellos. En el momento presente de nuestra historia y en todo Occidente, lo más peligroso no es ser un líder de la izquierda sino de la derecha. No será tan demócrata la izquierda por tanto. Es mucho mayor el odio que recibe cualquier líder de la derecha que uno de la izquierda. En España es la derecha la que en muchos lugares tiene problemas para presentar listas, pronunciar mítines electorales o celebrar actos públicos. Pero entonces, ¿quién es el que alimenta el discurso del odio?, ¿quiénes son los violentos?, ¿quiénes son los intolerantes?, ¿quiénes son los locos peligrosos? ¿Los que padecen los actos violentos o quienes los cometen? Porque entonces a lo mejor es la izquierda la que debería empezar por hacer autocrítica.

Recordemos por otro lado que, lejos de aceptar democráticamente los resultados de las urnas, mucho antes de que unos extravagantes chalados asaltaran el Capitolio y de que fuera Trump quien les pidiera que depusieran su actitud, la izquierda antitrumpista desató durante semanas una oleada inusitada de violencia en todas las grandes ciudades de los EEUU. Con la excusa de la muerte de un negro a manos de la policía y bajo el paraguas del movimiento Black Lives Matter, Trump tuvo que soportar un auténtico estallido social de violencia impensable cuando no gobierna la izquierda. De hecho, muchos otros negros han muerto por acción de la policía bajo el mandato de Biden y no ha pasado absolutamente nada. ¿Cómo llamamos entonces a unos señores que están en calma mientras se encuentran el poder pero incendian las calles cuando lo pierden? ¿Demócratas? ¿Y esta clase de demócratas son mejores o se pueden considerar menos peligrosos para la convivencia que Trump?

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