Arreglar el mundo subiendo los impuestos a los ricos es simple, atractivo y falso

Si las 3.000 personas más ricas del mundo, cuyo patrimonio supera los 1.000 millones de dólares, pagaran al año un 2% de su riqueza, los estados tendrían entre 200.000 y 250.000 millones de dólares en ingresos adicionales a nivel mundial. Este el mensaje que ha difundido recientemente El País, pero que no es un mensaje particular de este medio sino un mantra que con diversas formulaciones se viene repitiendo hace tiempo. Es simple, es atractivo, y es falso.

Cuando se habla de que los ricos paguen un 2% al año por su riqueza, pareciera que es que ahora no pagan nada. Por el contrario, según el país en que vivan, raro es el rico que no pague impuestos del orden del 50% de lo que ganan. Es importante tener esto en cuenta al menos por dos motivos.

Primero porque al ofrecer la noticia como si los ricos no pagaran nada, ya de entrada se despierta en el lector un sentimiento de indignación e injusticia, que predispone al receptor del mensaje contra el rico objeto de la medida. Esto es intentar eliminar la capacidad crítica del lector y usar sus sentimientos para manipularle.

Segundo porque si los ricos ya están pagando muchos más impuestos que ese 2%, y por tanto mucho más que esos 250.000 millones, no parece que resolver la pobreza en el mundo vaya a depender de que los ultra-ricos pasen a pagar todavía un 2% más. O sea, si no se ha arreglado el problema de la pobreza con los, pongamos, más de 6 billones de impuestos que pagan los ricos, no se van a arreglar por arte de magia los problemas del mundo por añadir otros 250.000 millones más.

Hay sin embargo muchos otros motivos adicionales de reflexión.

El problema de acabar con la pobreza en el mundo, aunque esto tampoco significa que no seamos solidarios, no depende fundamentalmente de lanzar una lluvia de millones sobre los países pobres. Nada se soluciona por hacer archimillonarios a los chiflados de Boko Haram o a los talibanes. Acabar con la pobreza en muchos países no depende fundamentalmente del dinero, sino de la cultura y de la forma de organizar esos países. El dinero es el último eslabón para acabar el problema. Cuando se han sentado las bases correctas para todo lo demás, el dinero llega solo. Cuando faltan esas bases, da igual la cantidad que se entregue, el dinero no llega a los que lo necesitan, todo se desperdicia o acaba en malas manos y la gente sigue sin pescado y sin aprender a pescar.

Cuando de lo que hablamos es del dinero que se recauda para los estados desarrollados, y llama la atención que El País escriba con mayúscula la palabra “estado”, subir y subir los impuestos tampoco es una cuestión carente de efectos secundarios indeseados. Como ya sabemos desde Laffer, o desde la caída del Muro de Berlín y el colapso de las economías comunistas, incautarse de todo lo que la gente produce acaba desincentivando la producción. Por otro lado cuando un gestor no tiene que competir, ni vivir de los beneficios, ni rendir cuentas a las accionistas, ni depende su sueldo de sus resultados, sino que paga los costes vía impuestos con los ingresos de los demás, entonces se desploman los niveles de la eficacia y de la gestión, porque no hay incentivo alguno para ser eficaz. Por eso el socialismo no funciona. En este sentido llama la atención que el planteamiento de El País, o del mundo woke en general, no sea el de preguntarse, en vez de subir los impuestos, todo lo que se podría hacer si fueran los gobiernos los que mejoraran un 2% su gestión.

Finalmente, existe un alto grado de demagogia en plantear como una cosa liviana e inocente el imponer un impuesto del 2% anual sobre el patrimonio de los ricos. A primera vista puede parecer poco, pero en 50 años te han quitado todo lo que tienes. Sólo para mantener lo mismo que tienes ahora dentro de 50 años, si te quitan un 2% anual de lo que tienes, tienes que doblar lo que tienes. Y ese 2% además no es todo lo que pagas, sino un 2% que se añade a todo el resto de la carga fiscal. Aparte de esto el dueño de PRISA podría predicar con el ejemplo, pero parece que su discurso va por aquí y su dinero adonde haya menor carga fiscal. Parece además que un buen pellizco de los impuestos que pagamos los ricos y los que no somos ricos no va a los pobres, sino vía publicidad institucional a rellenar las arcas de PRISA, ejemplo por lo demás de empresa mantenida con respiración gubernamental asistida y mala gestión empresarial.

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