No quieren revolver el guerracivilismo, dicen. Creen en la democracia, el pluralismo y el respeto a las minorías, dicen. Pero cada vez que tienen ocasión aplican el rodillo bicolor para eliminar los matices, los argumentos más elaborados, las razones etéreas del arco iris. La democracia bipartidista es una guerra civil permanente. Un enfrentamiento fratricida en que todos somos encuadrados forzosamente en la casilla roja, en la casilla azul. Cuando arrecia la crisis se escuchan algunas voces, más bien tímidas, que hablan de gobiernos de concentración, de patriotismo, de unidad superadora del partidismo, de estabilidad al servicio del bien común, de la «res publica». (Un poco más y acaban descubriendo el sentido lógico de la monarquía más tradicional). Pero al final esas tímidas vocecillas se atascan en el bipartidismo, sistema que toma lo peor del absolutismo y lo peor de la demagogia. Todo para el pueblo pero sin el pueblo porque el pueblo bastante tiene con resolver el dilema: cable rojo, cable azul… ¿cuál habrá que votar para desactivar esta bomba de relojería? Lo que no nos cuentan es que ambos colores producen, a largo plazo, un mismo resultado.
Y luego están las voces marginales, los partidos separadores, los raros, los sectarios confesos. ¿Verdad que parece que luchan contra el bipartidismo? Pues no. Ellos quisieran ser distintos perros con el mismo collar: ser Alfredo o ser Mariano.
Entre tanto el rodillo funciona simplificando los mensajes en el peor de los sentidos. Hace unos días los responsables de marketing de la coalición UPN-PP no dejaron llevar banderas de Navarra al mitin de Rajoy en Pamplona. ¿Verdad que es surrealista?. Les dijeron que era preciso para evitar la confusión en la tele. Lo mismo que hacen los equipos de fútbol con su segunda camiseta. Ya ven a qué altura ha caído el debate político: aquí estamos los azules… así que fuera todo lo rojo. Y así nos va.