Orwell fue quien mejor supo ponerlo por escrito: «Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros«. Así es la naturaleza humana. Es inevitable. Pero en vez de reconocerlo así tratando acto seguido de limitar los abusos del más fuerte, en vez de defender la igualdad entre los iguales y el amor entre los desiguales, hemos llegado a un estado de cosas en el que el más chulo se nos aparece como el paladín de la igualdad. El mayor triunfo de los malvados poderosos ha consistido en pervertir el término igualdad hasta el punto de blindar su tiranía bajo ese escudo.
En vano pedirán ahora igualdad los pobres de la tierra porque son los millonarios progres quienes han comprado el monopolio de esa palabra. Y por eso el sistema y sus presupuestos lo aguantan todo. Las viejas monarquías, para limitar el poder lo encomendaban a una única familia real. Ahora por culpa de esta igualdad mentirosa estamos rodeados de viejas «reinas madre» -como Aznar, o González, o Clinton, o Gorbachov, o Pujol, o Sanz, o ZP dentro de poco- que se pasean por foros y despachos con su coche blindado, sus secretarios, su influencia y su prestigio de jarrón chino. No importa lo que cueste mantener tanta silla gestatoria; es el tributo que hay que pagar a la mítica diosa «Igualdad».