Hasta el día de ayer nunca había visto “en vivo y en directo” un acto del Camino Neocatecumenal. A Kiko Argüello y Carmen Hernández les he contemplado en vídeos y les he leído discursos, pero creo que las sensaciones que causa el verles en tiempo real son “diferentes».
No soy, ni creo que en un futuro vaya a ser, miembro del Camino. Si algo tengo claro es que me basta y me sobra el juicio de la Iglesia sobre ese movimiento. Y creo que la máxima “por sus frutos les conoceréis” es sin duda aplicable a los neocatecumenales.
Dicho eso, voy a intentar reflejar cuáles fueron mis sensaciones durante las tres horas del acto de ayer. Lo primero que me llamó la atención fue la cantidad de canciones, salmos e himnos que se cantaron. Hubo tiempo incluso para que una orquesta interpretara una sinfonía compuesta por Kiko. En mi opinión, fue demasiado. Y también soy de los que creen que aunque Argüello no es de los que hacen llover cuando se ponen a cantar, tampoco es Pavarotti. Quizás sería bueno que en un futuro se dejara acompañar de fieles que tenga más “tablas” artísticas. No es lo mismo grabar en un estudio que cantar en directo.
Me parece igualmente destacable el tiempo que se tomaron en presentar a los neocatecumenales venidos de multitud de países de todo el mundo. Es evidente que el Camino está extendido por todo el orbe y a ellos les gusta que tal hecho se note. Por otra parte, no tiene nada de particular que cuando una gran familia se reune, se preste una atención especial a aquellos de quienes se sabe que han hecho un gran esfuerzo para acudir a la reunión. Me parece de justicia que así se haga.
Voy a dejar un poco de lado la homilía del Cardenal Rouco tras la lectura del Evangelio. Fue sobria, correcta y con las lógicas referencias a los mensajes del Papa en la reciente JMJ. Hubo una anécdota que me hizo sonreír. El cardenal afirmó: “la JMJ presidida por Juan Pablo… no, por Benedicto XVI… aunque seguro que Juan Pablo II la presidió desde el cielo».
Voy a ser sincero. Cuando Kiko Argüello tomó la palabra tuve una sensación de “deja vu”. Es decir, de “esto ya lo he vivido antes». Me recordaba en parte a algunos predicadores evangélicos -p.e, Billy Graham-, tanto por su metodología al hablar, como por su forma de moverse por el escenario. Su discurso o predicación fue “in crescendo». Creo que le costó un poco entrar en materia, pero una vez puso el tren en la vía adecuada, emprendió a buen ritmo la marcha hacia el destino esperado.
Ahora bien, esto que digo no debe verse como una crítica. Primero, porque estoy convencido de que Kiko no es imitador de nadie. Predica conforme a los dones que Dios le ha dado para hacerlo. No es ni obispo, ni sacerdote ni diácono. No tiene por qué sujetarse a una manera “canónica” de predicar. Segundo, porque su predicación fue netamente católica. Es más, dijo cosas que por lo general no suelen oirse en los púlpitos católicos hoy en día y que son absolutamente necesarias para que los fieles cristianos sepan a qué han sido llamados, a qué se enfrentan y cuál debe ser su actitud ante el don de la fe y de la gracia que han recibido.
Por momentos Kiko me pareció una especie de Savonarola moderno. No se anduvo por las ramas. Fue claro y directo. Y demostró tener una capacidad de exhortar a los fieles que ojalá tuvieran muchos pastores. Entiendo que a muchos les pareciera un tanto radical, pero es que el evangelio no entiende de tibiezas y sí de compromisos firmes en base a principios irrenunciables. Me reconocerán ustedes que hay que echarle valor para afirmar primero que “Dios me ha dicho que quiere que el Camino envíe a 20.000 sacerdotes a China“, decir luego que “en el pasaje del Apocalipsis que hemos leído hoy vemos al dragón luchando contra la mujer” y concluir recordando que “el símbolo de China es precisamente el dragón“. En otras palabras, el Camino está dispuesto a ser fuente de mártires para que la Iglesia evangelice al gigante asiático y, de paso, todo ese continente. Sólo Dios sabe si así será, pero tengo el pálpito de que será así.
Kiko habló mucho del movimiento que él y Carmen iniciaron hace ya unas cuántas décadas. Camino por aquí, Camino por allá. Pero extrañarse de eso es como extrañarse de que en un acto del Opus Dei se hable mucho de San Josémaría o de que los jesuitas hablen de la Compañía. De hecho, daba la sensación de que el verdadero protagonista es el movimiento, no las personas que lo iniciaron, a pesar del fuerte carisma del propio Kiko.
Cuando Argüello acabó, tomó la palabra Carmen Hernández. Y se repitió lo que, según me dicen, viene siendo habitual en los últimos años. Carmen tuvo unos primeros cinco minutos muy buenos. Graciosa y contundente. Luego empezó a divagar. Y dijo alguna cosa que hubiera estado mejor que se la hubiera ahorrado. Por ejemplo, que esperaba que Rouco fuera el próximo Papa. Yo espero que no lo sea por una razón: que cuando llegue el próximo consistorio tenga ya más de ochenta años. Será señal de que Benedicto XVI habrá vivido bastantes años más. A pesar de ello, no pude evitar sentir cariño por esa mujer. Kiko tuvo la deferencia de no permitirle ir más allá de lo recomendable.
Ahora bien, todo lo dicho hasta aquí es casi la nada con lo que vino después. Cuando Kiko hizo el llamamiento para que los jóvenes que quieren comprometerse públicamente a consagrar su vida a Dios se acercaran al escenario, lo que vieron mis ojos llenó mi alma de alegría y agradecimiento a Dios. Una auténtica marea humana de chavales -algunos niños incluídos- dieron un paso al frente y se dirigieron a ser bendecidos por los obispos allá presentes. En sus caras vi la certeza de ser llamados por Dios. Unos cinco mil varones, según le dijeron a Kiko, pasaron al frente. ¿Significa eso que todos ellos van a ser seminaristas, sacerdotes y/o misioneros? Pues sólo Dios sabe. Es decir, parece evidente que es necesario un camino de discernimiento vocacional para todos los que ayer mostraron su intención de consagrarse al Señor. Supongo que muchos llegaron a Cibeles con la intención de salir. Quizás unos cuantos se sintieron llamados en ese momento. Pero sólo aquellos que en verdad sean llamados por Dios y perseveren llegarán finalmente a ser sacerdotes y misioneros. Pero incluso los que no lleguen a esa meta difícilmente podrán olvidar lo que ayer ocurrió en sus vidas. A Dios se le puede servir de muchas formas.
Tras los hombres llegó el turno de las mujeres. Conviene que se sepa que hay miles y miles de jóvenes religiosas en todo el mundo que han dado sus primeros pasos en la fe en el Camino. Por ejemplo, en el monasterio de Sigena, Huesca, la mayoría absoluta de religiosas de clausura fueron en su día neocatecumenales. Y como ellas, tantas otras. Es decir, si alguien piensa que este tipo de actos es una mera exhibición de poder o marketing eclesial y que no puede tomarse en serio algo así, se equivoca. De las más de tres mil mujeres que ayer salieron al frente, muchas, por no decir muchísimas, consagrarán su vida entera al servicio de Dios y de su Iglesia. Y de la misma manera que con los varones, en el rostro de muchas de ellas se veía la emoción de comprometerse con el Señor. Algunas iban con lágrimas en los ojos.
Me llamó la antención de que se levantaran más hombres que mujeres. Mayor razón para pedir al Señor que confirme el mayor número posible de vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada. Si necesitamos a las religiosas como el campo sembrado a la lluvia, ni os cuento los sacerdotes que la Iglesia necesita para cumplir el mandato evangelizador de Cristo.
El acto concluyó con más himnos. El último fue el Salmo 150. La plaza madrileña de Cibeles fue testigo de cómo una rama de la Iglesia está viva y florece cual si estuviéramos en una verdadera primavera eclesial. ¿Que hubo cosas criticables? Sin duda. Por ejemplo, a veces daba la sensación de que los cardenales y obispos allá presenten hacían las veces de floreros. Pero no olvidemos que fueron ellos los que bendijeron a los chavales que salieron al frente. Por tanto, con todas las pegas que se le quieran poner, el acto del Camino en la céntrica plaza madrileña fue una clara señal de que uno de los frutos del Concilio Vaticano II, los movimientos, puede traer mucho bien para la Iglesia y para el mundo. Habrá quien no lo entienda y quien lo deteste. Pero si es de Dios, saldrá adelante. Nuevos tiempos, nuevo vino, nuevos odres. Pero eso sí, vino del bueno. Del de la Viña del Señor. Eso nunca cambia.