El profesor desnudo

 

        La crisis inunda todos los ámbitos: también el educativo. Los directores de los centros públicos han amenazado con una dimisión en masa; los sindicatos han llamado a la movilización. ¿Se pueden analizar estas polémicas sin una reflexión panorámica?.

         Los estudios comparativos sitúan a la educación española en puestos lamentables. Es fácil hacer tópicos y ser catastrofista, pero veo difícil poner a España como ejemplo ni de eficiencia educativa ni de competitividad. El que firma aquí, que ha trabajado en unos cuantos centros de Navarra, no está dispuesto, desde luego, a lavar la imagen de un servicio que pagamos todos.

         Somos víctimas, básicamente, de la LOGSE y su derivada LOE. La LOGSE es un endeble constructo pedagógico que nos ha llevado a lo que la profesora Alicia Delibes Liniers llama “La gran estafa”, título de un interesante balance que publicó en el año 2006.

          Nuestro sistema impone la obligatoriedad hasta los dieciséis años: supone que es posible exigir unos “mínimos” a casi todos. El resultado es la mediocridad por aspersión. Un “cinco” falso repartido a cuantos más mejor. A una edad clave del aprendizaje, alumnos que rendirían más y mejor si se les exigiera otro tanto, se ven obligados a compartir aula con alumnos sin interés académico: el profesor teme la exigencia –o la reprueba- porque teme un alto número de suspensos y la presión de su entorno.

           Nuestro sistema ha hecho de la mediocridad intelectual un rasgo de buen tono. Se empieza con un sintomático descuido del rigor lingüístico. Es el peaje de lo políticamente correcto. Yo entiendo que haya quien se muera por una “Asociación de directores y directoras” o de “padres y madres”. Lo que no entiendo es que tantos lo entendamos como falta de rigor lingüístico, falaz manera de fomentar la igualdad… y callemos. Decía Victor Klemperer, filólogo judío en la época del nazismo, que si hablas como quieren acabarás pensando como quieren. La llamada educación progresista lo sabe bien. Su discurso es perfectamente difuso, ambiguo y aparentemente optimista: se habla de “contenidos mínimos”, de objetivos gaseosos del tipo “Valorar con sentido crítico…”, “Utilizar las fuentes de información…”; un lenguaje que se reinventa continuamente –ahora, con el descubrimiento de las “competencias básicas”. Mientras, las lecturas obligatorias de la E.S.O. abundan en ínfimas obritas de nula dificultad y calidad literaria, el uso del diccionario brilla por su ausencia, la permisividad en los errores en expresión escrita llega alarmantemente hasta el bachillerato, las letras siguen, tristemente, siendo más fáciles que las ciencias…: por decir algo. Y en un plano más personal, aseguro al paciente lector que un profesor de Música es menos problemático si hace de su asignatura una maría.

         Es a mi entender un escándalo que un alumno apruebe por una suma de porcentajes (comportamiento, un trabajo en grupo, un cuaderno presentado en el último momento…) mientras que sus conocimientos reales sean inferiores al suficiente tradicional. Eso es una farsa, cuyas consecuencias te cuentan alarmados los profesores de universidad. En nombre de no sé qué valores (igualdad, tolerancia, pedagogía…) se relativizan los resultados académicos y se apela a unas observaciones subjetivas que tienen más de paternalismo que de magisterio. He pasado por unos cuantos centros escolares, y he recibido consignas más o menos explícitas: estamos más para dar cariño que conocimientos, la ley obliga a la mediocridad… cuando no se me ha sugerido que convierta la clase de música en un taller de instrumentos. Un aprobado por dos botes con garbanzos convertidos en maracas. Eso sí, los mismos que suelen prodigar tanto cariño y tanta maraca llevan a sus hijos a colegios concertados.

         Y ya no hablemos del interés intelectual, del conocimiento. Es también sintomático que una segunda licenciatura esté tan poco valorada en el currículum del funcionario. Cursillos de mucha charla, mucha hora y mucho ordenador, sí; pero posibilidad, por ejemplo, de adquirir una segunda especialidad en el cuerpo, ninguna, porque si opositas una segunda vez a otra especialidad, tienes que renunciar a la que ya tienes. El sistema de oposiciones es otro asunto que daría para varios artículos: coladero de profesores que se prepararon la cuarta parte del temario. Pero aprobaron la parte pedagógica.

         En consecuencia, la educación pública, progresivamente enervada, amedrentada, desleída, no va a poder competir con la creciente demanda de educación privada y concertada. Porque, al final, la mayor parte de los padres quieren que sus hijos salgan bien preparados, especialmente aquellos que aspiran a una carrera universitaria. Y ese logro social de la educación para todos se ha convertido ya en una educación clasista que obliga a morir al palo a aquellos que no tienen otra salida que un instituto público.

         Estos son algunos de los graves males que aquejan a la educación. Hay, por supuesto, profesores que creen en la vieja enseñanza que se renueva sin necesidad de revoluciones; los primeros que lo saben, y que lo agradecen son los propios alumnos. Pero nuestra credibilidad en nuestras movilizaciones depende de que encaremos unidos de una vez esta situación y de apelar no sólo a los sastres del rey desnudo, sino al rey que se ha dejado engañar.

 

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CLAVES EN OPINIÓN

Un comentario

  1. Estoy muy de acuerdo con lo que dice. Los males derivados del ambiente fácil y superficial, la falta de cultura del trabajo, el «buen vivir», el «bajón» que supone el actual modelo de Selectividad, la excesiva competitividad por el afán de ser los mejores y por el «qué dirán», y, sobre todo, las Leyes de Educación… son comunes a muchos centros educativos, sea cual sea su titular. Sobre todo si son concertados.

    Realmente es cada vez más difícil que los alumnos saquen -y además todos- las mejores Calificaciones, pero pasándoselo «super bien» en clase, ansiando la llegada del profesor en cuestión, y rebajando temarios… ¿Quien da duros a dos pesetas? Y si no, te quitan la asignatura y ya está, aunque los buenos aprendiesen muchísimo y estuviesen encantados, y los perezosillos te admirasen pero -comprensiblemente- quejándose de «lo mucho» que les se exige.

    Parece que el que trabaja en cierta enseñanza lo hace «por favor». Y esto va unido a la impresión de que la dirección «no se fía de ti». Como si «tu subjetividad» les fastidiase su proyecto en relación con los resultados. Cuidadito con el «se dice» de algunos alumnos… El objetivo es: «todos contentos». Como sea… eso sí «aprendiendo muchísimo» -dicen-. El saber y la formación en el trabajo pasa a muy segundo plano. Dirán que no, ¡sólo faltaba!

    En fin, que a todos aprietan.
    Un saludo, R. A.

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